La única regla a plantearse para las acciones humanas es la del amor: «Amarás al Señor, tu Dios, sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo»; ley magnífica que reconoce tres principios de las acciones humanas:
—el amor a Dios infinito, inmenso, sin límites;
—el amor al prójimo, acercándose al amor de Dios;
—en fin, el amor a sí mismo, subordinado a los otros dos (y nota bien que la ley no ha prescrito el amor a sí mismo, porque es tan innato que necesita ser aclarado, ser modelado, y no ser ordenado y mandado).
Federico Ozanam, Carta a Auguste Materne del 19 de abril de 1831.
Reflexión:
- Federico le escribe a su íntimo amigo Materne, apenas unos días antes de cumplir 18 años. Es un joven en búsqueda, que quiere servir a Dios fielmente, que hace tan solo 3 años sufrió una fuerte crisis de fe de la que salió revigorizado. Por otra parte, su hermano Alphonse —con quien siempre mantuvo cercanía e intimidad— acaba de ser ordenado sacerdote (el 25 de febrero). En este tiempo Federico trabaja de pasante en una notaría de Lyon, aunque en tan solo seis meses tomará camino a París para comenzar sus estudios universitarios.
- La formación religiosa de Federico es muy buena. Contó con la ayuda de su madre Marie y de su difunta hermana Elisabeth (que murió en 1820), además de con el abate Noirot, su profesor de filosofía en el Colegio, para llegar a ser un joven creyente, quizás algo impetuoso, pero con un buen corazón. Materne, en cambio, sufría dudas de fe; esto y sus posiciones políticas le fueron, poco a poco, alejando de Federico.
- Federico le recuerda a Materne el fundamento de nuestra fe, que nos llega del Jesús: el relato está en Mateo 22, 34-40: los fariseos, queriendo poner a prueba a Jesús, le preguntan cuál es el mandamiento principal de la ley. Ya sabemos la respuesta: Ozanam se la recuerda a Materne en su carta. Y Jesús termina diciendo: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.» Ninguna otra norma es más importante que la de amar, y sin amor nada tiene sentido.
- Añade Federico una tercera ley implícita: amarse a uno mismo. Porque, para poder amar al prójimo, primero hay que quererse uno mismo. ¡Jesús no dice, amarás a tu prójimo en lugar de amarte a ti mismo, sino como a ti mismo! Por eso, amar significa buscar el bien del otro.
- No nos hemos de olvidar, no obstante, que Jesús fue mucho más allá, cuando habló en privado a sus discípulos: «Amaros los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 13, 34 y también Juan 15, 12). La medida del amor ya no somos nosotros, es Jesús: hemos de amar como Él amó. Difícil, sin duda, pero ese es el reto.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Me quiero a mí mismo, con mis defectos y virtudes, cuando me levanto y también cuando me caigo?
- ¿Es el amor la norma de mi vida, de mi fe, de mi seguimiento a Jesucristo, de mi servicio a los necesitados?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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