La Ascensión y Pentecostés

por | May 14, 2018 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Resurrección y Ascensión

La Ascensión del Señor, según los Hechos de los Apóstoles, nos da la idea de que Jesús subió a los cielos materialmente. Sin embargo, es un modo popular de expresar un misterio: que Jesús es Dios y está sentado a la derecha del Padre. El Espíritu Santo el día de la Encarnación dio a la Segunda Persona de la Trinidad un cuerpo humano en el seno de María, en la resurrección, le devuelve la humanidad con nueva vida en el seno de la Trinidad. Por eso los evangelistas ponen la Ascensión el mismo día de la Resurrección, indicando que la exaltación de Jesús a la derecha del Padre es inseparable de su resurrección y queda completada con la entrega del Espíritu Santo.

Sin embargo, Lucas en los Hechos de los Apóstoles pone la Ascensión cuarenta días después, para conmemorar la entrega de la Ley a Moisés cuarenta días después de subir al Horeb, indicando, al mismo tiempo, que Jesús durante cuarenta días estuvo formando a sus discípulos para establecer la Iglesia, según Lucas, el día de Pentecostés. San Lucas une íntimamente la ausencia del Resucitado con el don del Espíritu Santo. Así, la comunidad de los discípulos queda configurada, en la ascensión de Jesús, como la comunidad profética que hereda su Espíritu para continuar su misión.

La doctrina de la Ascensión contiene varias ideas. La primera indica directamente la glorificación de Cristo. Pero subrayando que la glorificación del Cristo encarnado es asimismo la glorificación de la humanidad. Idea que entusiasmaba a santa Luisa de Marillac. La segunda, indica la tensión hacia los bienes celestiales. El cielo, la felicidad verdadera sólo se encuentra en Dios. Por eso, si una vida refinada de los miembros no va con una Cabeza coronada de espinas, tampoco un cuerpo sumergido en las preocupaciones terrenas sin dirección a las celestiales va con una Cabeza glorificada.   

Y la tercera, la glorificación de la Cabeza es esperanza de que también nosotros seremos glorificados. La Iglesia no crece porque los hombres la hagan crecer, sino por las energías que le vienen de Cristo: su mensaje, la acción sacramental y, sobre todo, por el don del Espíritu Santo.

La Ascensión y el Espíritu Santo

Con la Ascensión culmina, en cierto modo, el ciclo de la encarnación y se abre la fase del Espíritu Santo: el Espíritu como don de Cristo glorificado, el misterio de la Iglesia obra del Espíritu y la misión evangelizadora que impulsa el Espíritu. Pero manteniendo una relación entre el misterio del Espíritu Santo y el misterio de Cristo resucitado. La función del Espíritu en la Iglesia no es suceder a Cristo ni, menos aún, suplantarlo, es «llevar a plenitud su obra en el mundo». Corresponde al Espíritu Santo asegurar la presencia invisible y perenne de Cristo y de su obra y desplegar, en el tiempo y en el espacio, la totalidad de su misterio, dando testimonio de Cristo. Expresión que hace exclamar a santa Luisa: “Salvador mío, ¿no les habías dado tú mismo bastante testimonio con tus palabras y acciones durante tu vida humana y después de tu resurrección? ¿Qué más había de darles esa venida del Espíritu Consolador que el Padre enviaría por ti?… ¡Trinidad perfecta en poder, sabiduría y amor!, acababas la obra de la fundación de la Iglesia Santa a la que querías hacer Madre de los creyentes, y para ello la confortabas por las operaciones infinitas con las que confirmabas las verdades que el Verbo Encarnado le había enseñado; infundías en el cuerpo místico la unión de tus producciones, dándole el poder de operar maravillas para hacer penetrar en las almas el testimonio verdadero que querías diera de tu Hijo; operabas en él santidad de vida por los méritos del Verbo Encarnado. Y el Espíritu Santo en su amor unitivo se lo asociaba para que produjera los mismos efectos de su misión, dando a los hombres el testimonio de la verdad de la divinidad y humanidad perfecta de Jesucristo… Esto es, me parece, lo que Nuestro Señor quería decir a sus Apóstoles cuando les anunciaba que después de la venida del Espíritu Santo, ellos también darían testimonio de Él” (E 98, oración 6ª).

Benito Martínez, C.M.

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