Comunidades desorientadas, dispersas y heridas

por | Abr 5, 2018 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

La comunidad vicenciana no es perfecta. Tiene muchas virtudes y muchos fallos que deben corregirse para que no sean comunidades desorientadas, dispersas y heridas.

Comunidad desorientada

Comunidad “desorientada” en el sentido que aparece la comunidad de Angers, cuando le escribe santa Luisa de Marillac: “Mis queridas Hermanas, ya no puedo ocultaros el dolor que causan a mi corazón las noticias que he tenido de que dejáis mucho que desear. ¡Pues qué!, pobres Hermanas mías, ¿nuestro enemigo prevalece sobre vosotras? ¿Dónde está el espíritu de fervor que os animaba en los comienzos del establecimiento y que tanta estima os merecía por parte de los señores directores, cuyas indicaciones eran para vosotras órdenes que no dejabais nunca de cumplir con el respeto y la estima que debíais? ¿No está completamente fuera de razón que encontréis alguna cosa que se oponga a sus consejos y ordenanzas? Y me refiero tanto a sus superiores espirituales como temporales. ¿Dónde están la dulzura y la caridad que debéis conservar hacia nuestros queridos amos los pobres enfermos? Si nos apartamos, por poco que sea, del pensamiento de que son los miembros de Jesucristo, eso nos llevará infaliblemente a que disminuyan en nosotras esas hermosas virtudes” (c. 115).

También las comunidades de Hijas de la Caridad en la actualidad están insertas en un mundo plural. Y este mundo crea en ellas una desorientación que las lleva a preguntarse: ¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer? Y la Hermana responde: No lo sé. Como santa Luisa tampoco nosotros podemos sentirnos fracasados por haber sido incapaces de hacer una comunidad perfecta. En la carta no aparecen las disculpas que solemos poner: esto está acabado; no sé qué hacer; tengo muchos años; ya estoy gastada. Sin embargo, Luisa de Marillac, cuando escribe la carta, es una anciana para siglo XVII.

Cada Hija de la Caridad tiene que orientarse y ayudar a orientarse a las compañeras que están también desorientadas y con los mismos interrogantes, de tal manera que su vida, sus palabras y todo lo que siente lo dirija hacia Jesucristo camino, verdad y vida. Tiene que servir a los pobres, hablarles de Cristo y acompañarlos hasta encontrase con Él, pero tiene que hacerlo desde una comunidad de vida espiritual.

Comunidad dispersa

Disperso es lo mismo que separado, impidiendo que una persona se comunique con otra. La Comunidad es un lugar desde donde se sirve, pero también donde se vive como amigas que se relacionan y sienten que son queridas y cuentan con ellas para hacer algo por la comunidad. ¡Qué duro es para una Hermana decir que en la comunidad se siente sola, que no es alguien dentro del grupo!

Tarea importante es que cada Hermana asuma la labor que vino a hacer Jesús, “reunir a los hijos de Dios dispersos”, y que santa Luisa pide a las comunidades. Cuando están dispersas y divididas, aparecen ante el mundo como personas que tienen dificultad para vivir unidas. La gente busca modelos para los jóvenes que no saben cómo construir una familia. Y el mayor servicio que les puede hacer una comunidad es presentarse como una comunidad en la que las Hermanas se aman y son felices.

Un poema de Hélder Cámara dice: “Yo cuando veo una Comunidad no admiro solamente las perlas que constituyen ese precioso collar, admiro sobre todo el hilo discreto que las une”. ¿Cómo ejercer esa misión de hilo discreto que una a las Hermanas? La respuesta acertada está en la respuesta a otras tres cuestiones: cómo me encuentro, cómo puedo hacer comunidad y cómo puedo servir a los pobres desde la comunidad.

Comunidad con heridas

Santa Luisa va señalando a las Hermanas las heridas que hay en las relaciones entre ellas, en la sumisión a los directores y en el trato a los pobres. En toda comunidad hay muchas heridas. En comunidad encontramos a Hermanas que llevan heridas morales, afectivas, de rupturas familiares, de dependencias de algún tipo. Las tenemos todas las personas, y si no aceptamos esta situación, podemos proyectar sobre la Comunidad nuestros malhumores y fracasos. Las heridas no se pueden curar de cualquier modo; las podríamos agrandar por la diferencia de edad y de formación.

Hay que saber descubrirle con cuidado a una compañera sus defectos. Es ingrato empezar por ver su herida y sus fallos. Hay que verla como persona, con una dignidad que nunca desaparecerá por muy grande que sea la herida. En nosotros han de encontrar, como en Jesús, esa actitud que dice “yo he venido a buscar y a sanar lo que estaba perdido”. Lo que más sorprende de Jesús es que, cuando trata a la persona herida, esa persona se siente dignificada. Jesús nunca reduce la persona a su herida.

La educación de la sensibilidad supone para las Hermanas entrar en la dinámica del buen samaritano, en la que vemos el itinerario de la compasión, desde que ve al herido hasta que lo deja en la posada: lo vio y se conmovió, se acercó, vendó sus heridas. Es el mejor ejemplo de cómo curar las heridas de las compañeras y de los pobres. Es importante descubrir desde qué clave podemos renovar la Comunidad. Santa Luisa viene a decir a las Hermanas de Angers que cada una es responsable de las otras, que su carisma se dirige a los pobres y también a la comunidad. Jesús dice que el pastor tiene “que vendar a las ovejas heridas, buscar a las perdidas y recoger a las descarriadas”.

Identidad difuminada

Santa Luisa inculca a las Hermanas de Angers, para hacer comunidad, que sean auténticas y no difuminen la identidad, como sería decir consagradas, pero sin renunciar al mundo; pobres, pero de acuerdo con la modernidad; obedientes, pero respetando la mentalidad personal; tener conciencia de comunidad, pero intentando encontrar fuera algo que no se encuentra dentro. Sería una difuminación de la vocación vicenciana. Hay que recuperar el perfil vicenciano y generar sentido de pertenencia. Sin identidad vicenciana, la comunidad se diluye, se difumina.

Para edificar una comunidad en la que se viva un diálogo saludable hay que renovarla desde dentro y reconocer los valores con los que pueden sintonizar las Hermanas de distinta edad y cultura. Mientras no se encuentre un punto de confianza con la Hermana que está delante, difícilmente se puede dialogar con ella.

La señorita Le Gras tuvo muchas relaciones con las señoras de las Caridades, las Hermanas y con toda clase de personas que pudieran aportar bienestar a los pobres. Toda comunidad debiera atender las distintas relaciones. Porque lo peligroso de una comunidad es quedarse encerrada, perdido el sentido de la misión y de la apertura. Debe participar y convivir con otras comunidades y con los pobres que la rodean.

La Hija de la Caridad tiene la misión de sembrar el campo, y, aunque le gustaría que fuera exclusivamente entre los pobres, también lo es en la comunidad, transformando, desde una actitud humilde, la desorientación, la dispersión y las heridas. Aunque débil, siente la fuerza de Dios.

Benito Martínez, CM

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