Jesús revela al Dios invisible. Los verdaderos hermanos y hermanas de Jesús, pues, no pueden sino revelar el genuino rostro de Dios.
El Hijo unigénito es fiel imagen de Dios invisible que habita una luz inaccessible. Con él vive eternamente en unión íntima. Pero, hecho carne, habita entre nosotros. Por él, pues, podemos todos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu. Y él es el Mesías que nos lo dice todo y nos da el Espíritu de la verdad. Así que, por Jesús también, podemos dar al Padre genuino culto, en espíritu y verdad.
Los guiados por el Espíritu hasta la plena verdad revelan el genuino rostro de Dios.
Dios, por su gracia, nos predestina a ser imagen de su Hijo. Dios nos propone ese destino para que Jesús sea el Primogénito entre muchos hermanos y hermanas.
Ser hermanos y hermanas de Jesús, entonces, ser cristianos, significa ser imagen suya. Y como revela él el genuino rostro de Dios, los verdaderos cristianos hacen lo mismo. Esto supone que han encontrado a Jesús y lo conocen íntimamente.
Es que, por último, solo quienes conocen a Jesus se sienten impulsados a anunciarlo. Andrés y Felipe lo prueban (Jn 1, 41. 45). Lo mismo hacen Pedro y Juan (Hech 4, 20).
¿Damos nosotros, como esos conocedores de Jesús, genuino testimonio?
¿Tanto nos maravillamos de lo que se dice de Jesús que hablamos de él a los demás? ¿Conservamos «todas estas cosas», meditándolas en nuestros corazones? Es decir, ¿las conservamos para que su fuerza haga más humana nuestra vida?
Y «estas cosas» las esconde Dios a los letrados. Están enterados del lugar del nacimiento del Mesías. Pero no lo buscan; les basta con tener ciencia.
Dios esconde también «estas cosas» a Herodes. Como unos líderes de hoy, Herodes se encierra en sí mismo y en sus intereses. Va diciendo: «Yo y nadie más». La doblez, las mentiras y la arrogancia forman parte de su ser. Y no tiene límites su agresividad contra todo rival, genuino o no.
Pero a los Magos les revela Dios lo que esconde a los soberbios y autocomplacientes. Es que los Magos buscan con perseverancia. Reconocen humildes su falta de conocimiento. Y porque les revela Dios «estas cosas», ciertamente, son ellos gente sencilla.
Ven, pues, al niño, al Rey, del que se hacen coherederos. No en el palacio real, con los nobles. Ni en el templo, con los sumos sacerdotes. Lo ven en una casa, con su madre. Adoran al Pobrecito en espíritu y verdad, y le ofrecen regalos. Practican «la verdadera religión» (SV.EN XI:120).
Señor Jesús, concédenos verte y adorarte de modo genuino en los pobres. Enséñanos a dar regalos a ti y a ellos. Ábrenos los ojos en la Fracción del Pan, para que discernamos tu Cuerpo en los necesitados.
7 Enero 2018
Epifanía del Señor (B)
Is 60, 1-6; Efes 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12
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