Sor Inés Hosken, HC: la alegría de estar cerca de Dios

por | Ene 1, 2018 | Noticias, Oficina de la Familia Vicenciana | 0 comentarios

¿A quién no le desconcierta la realidad de la muerte? ¿Quién se siente a gusto ante el inevitable desenlace de la vida terrena? Aún hoy, en el oficio matutino, el profeta hizo eco del realismo aterrador de la angustia de un agonizante: «el Seol no te alaba ni la Muerte te glorifica, ni los que bajan al pozo esperan en tu fidelidad» (Is 38,18). Bien otra, sin embargo, es la esperanza de los que se reconocen iluminados por la Resurrección y, desde el pudor ante su contemplación, citan el horizonte de la eternidad. Cercados por la densa penumbra del misterio, no dudan en proclamar que ni siquiera la muerte «podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 8,39).

Místicos de todos los tiempos se sumergieron en este océano infinito de la vida y, mirando de frente a la muerte, vieron despuntar en sus corazones la sed de Dios, la nostalgia del cielo, el anhelo de la plenitud. Que lo diga el corazón inquieto de Agustín de Hipona: «Nos hiciste para ti, Señor, y inquieto está nuestro corazón mientras no repose en ti». Hablemos también del corazón enamorado de Teresa de Jesús: «Dichoso corazón enamorado, que sólo en Dios pone el pensamiento. Por él, renuncia a todo lo creado; en él, encuentra gloria, paz, contentamiento. Vive hasta de sí todo descuidado, pues en su Dios trae todo su intento. Y, así, transpone, sereno y gozoso, las olas de este mar tempestuoso». Se hace oír aún el corazón abrasado de Vicente de Paúl, al decir de la «inmensa felicidad de la misión eterna, en la que todos los ejercicios consisten en amar a Dios». En definitiva, pocas personas llegan a tan gran serenidad y seguridad cuando se acerca la muerte, a punto de no temer atravesarla, porque viven con la esperanza de ver levantarse la límpida aurora de la Pascua.

Hoy, nos despedimos de alguien que parece haber llegado a este nivel de fe, de una confianza total en el amor de Dios, en la plena libertad de los que se entregan en sus manos, deseando, con todas las fibras de su corazón, encontrar al Señor, contemplar su rostro, sentir su abrazo, disfrutar de su eterna compañía. Fue lo que oímos a menudo de la Hermana Inés Hosken, sobre todo en sus últimos años. En su corazón de Hija de la Caridad palpitaba la alegría de alguien que se identificaba con su vocación, feliz por las semillas lanzadas, agradecida por los frutos cosechados y ofrecidos. Rezaba con ardor y sencillez, sentía con la Iglesia, se solidarizaba con los pobres, acompañaba los pasos de la Compañía, se interesaba por la actualización del carisma vicenciano, cultivaba buenas amistades, aconsejaba con sabiduría. Por donde pasó, exhaló el perfume de su fecundidad, sirviendo a los pobres, educando a niños y jóvenes, formando hermanas, ayudando a consolidar la nueva imagen de Hija de la Caridad alineada con el Vaticano II. En los años de su ancianidad, frágil de complexión pero vigorosa en la fe y en el amor, demostraba tener aquel corazón inquieto, enamorado y abrasado de los místicos, libre de sí misma, libre porque habitada por la nostalgia del Eterno.

En el momento de la tarde de hoy, poco después de haber recibido el sacramento de la Unción, Sor Inés salió al encuentro del Novio, teniendo en sus manos la lámpara encendida (Mt 25,1-13), la misma lámpara que muchas veces iluminó los rostros de tantas personas de las que se hizo cercana, con la mansedumbre y la firmeza que en ella se armonizaban de modo inusual. Pudimos verla en su lecho, totalmente despojada, suspirando sólo por Aquel que habría de llevarla consigo al banquete de las nupcias eternas, después de hacerla transitar, serena y gozosa, el mar tempestuoso de la existencia humana. Como escribió Shakespeare sobre uno de sus personajes: «Nada en su vida respondió tan fielmente a lo que era como su modo de despedirse de ella. Murió como quien hubiese sido diseñado para despreciar, al morir, la cosa más preciosa que poseía, a la espera de un bien más precioso». Y, este bien más precioso, lo sabemos ahora, Sor Inés ya lo encontró.

P. Vinícius Augusto Ribeiro Teixeira, C.M.
Belo Horizonte, 28 de noviembre de 2017
Memoria de Santa Cataiina Labouré

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