Jesús es la esperanza de Israel y de todas las naciones. Quienes confían en él, y lo acogen, se levantan. Caen, en cambio, cuantos desconfían de él y lo rechazan.
Son judíos devotos José y María. Por eso, vienen al templo con el niño Jesús para cumplir la ley de Moisés. Se nos indica, pues, que lo que les infunde esperanza es Dios, su palabra, su ley.
En el templo, se encuentra la Sagrada Familia con Simeón y Ana. Tal vez les falte ya visión clara, pero mora en ellos el Espíritu Santo. Videntes por él, pues, reconocen y reciben al niño Jesús como Salvador y Libertador. Y así nos dan ejemplo para que lo acojamos también nosotros.
Simeón y Ana son modelos de esperanza. Año tras año, por muchos años, aguardan el consuelo de Israel y la liberación de Jerusalén. Seguramente, sufren dificultades, pero las superan. Es que ambos hallan en la promesa de Dios esperanza y consuelo en la aflicción. Les resulta buena incluso la aflicción, que, debido a ella, aprenden ellos los mandamientos.
Así que, como Jesús, María y José, se centran en Dios Simeón y Ana y escuchan su palabra para cumplirla. Verdaderamente, son de la familia de Dios. También son padre y madre, hermano y hermana, del que cumple plenamente la ley y los profetas. Como hijo e hija honorables de Dios, nacen de él, no de deseo de carne o de varón.
Lo decisivo es que habite entre nosotros la palabra de Cristo en toda su riqueza y nos llene de esperanza.
El espíritu, sí, es quien da vida; la carne sirve de nada. Y la Palabra de Dios es espíritu y vida.
Esa Palabra es más tajante y penetrante que espada de doble filo. Y juzga lo que abriga el corazón, y así queda clara la actitud de muchos corazones. Acoger a Jesús, por tanto, es dejar que sus palabras nos corten, poden, limpien dolorosamente.
La Palabra de Dios nos enseña a no ajustarnos al mundo ni desviarnos del camino de justicia, misericordia y fidelidad. Jesús nos quiere atentos a sus palabras, para que descubramos la voluntad de Dios y la hagamos. Y así tendremos el alimento que da vida y consuelo. No sea que acojamos a Jesús, pues, perderemos toda esperanza; caeremos, en lugar de levantarnos. Y nos iremos de este mundo, sí, pero no en paz, sino defraudados.
Señor Jesús, al igual que san Vicente de Paúl en ti y en tus palabras ponemos nuestra esperanza. No nos engãnas jamás ni nos defraudas. Aliméntanos de la mesa de tu Palabra y tu Sacramento para que nos levantemos.
31 Diciembre 2017
Sagrada Familia (B)
Eclo 3, 2-6. 12-14; Col 3, 12-21; Lc 2, 22-40
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