Alimento vital y saludable para todos

por | Dic 24, 2017 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Nace Jesús ofreciéndose como alimento vital y saludable.  Si no comemos su carne y no bebemos su sangre, no tenemos vida en nosotros.

No en una cuna acuesta María a su niño.  Lo acuesta más bien, envuelto en pañales, en un pesebre que es destinado al alimento de los animales.  Es que a ella y a José no se les ha acogido en la posada.  Nada más nacer, pues, Jesús se revela como el alimento necesario que desafortunadamente muchos toman por inaceptable.

Y es clave esa revelación, como nos lo señala el ángel.  La señal que él da a los pastores es el «niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».  En otras paladras, conocer al Salvador es conocerle como el excluido que, sin embargo, ama hasta el extremo.

Así de sorprendente es el amor de Jesús.  Este heredero del trono davídico hace, sin embargo, algo desacostumbrado:  nace pobre y humilde.  Ni tiene siquiera donde alojarse al venir al mundo (SV.EN IX:77).

Ya desde su nacimiento, además, no se identifica con los reyes que buscan apoderarse de todo para tragárselo todo.  Al contrario, se manifiesta dispuesto a hacerse nuestro alimento, a entregarse por nosotros para librarnos de toda impiedad.  Desea Jesús que tengamos vida, y la tengamos abundante.  Nos quiere gozando maravillosa y perpetuamente de sus consejos, de su paz, su justicia, su misericordia.

Y no deslumbra el niño Jesús con su gloria, la que es propia del Hijo único del Padre.  Ella sirve simplemente para atraernos a «un niño, un Dios débil e impotente» (SV.ES XI:486).

Tampoco usa Jesús su poder para infundir miedo, como lo hacen el emperador Augusto y el gobernador Cirino.  Nos lo comparte más bien para que seamos sus íntimos hermanos y hermanas, e hijos e hijas de Dios.

Esto lo somos, abrazando humildes y asombrosos, como María y José, al niño Jesús.  Y nuestro abrazo del niño que se nos ha nacido se acredita convertidos nosotros en alimento para los demás.

Conocemos, sí, a Jesús, conociéndole como el que da su vida por nosotros.  Y este conocimiento quiere decir que también nosotros debemos dar la vida por los hermanos y hermanas.  Así de «infinitamente inventivo» ha de ser también nuestro amor (SV.ES XI:65).

De lo contrario, permaneceremos en la muerte.  Nos contaremos asimismo entre los que dicen:  «Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?».

Señor Jesús, celebramos hoy tu nacimiento.  Concédenos verte, el Salvador del mundo, como anonadado bajo la forma de un niño, y haznos seguirte en tu humillación (SV.ES VI:144).  Conviértenos en alimento para los demás.

25 Diciembre 2017
Natividad del Señor
Is 9, 1-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14

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