Actualizar la Familia Vicenciana

por | Ago 1, 2017 | Benito Martínez, Familia Vicenciana, Formación | 1 comentario

El cristianismo en un mundo en confusión

A partir del final de la Segunda Guerra Mundial (1945), todo el mundo creía que no había nada que no estuviera al alcance del hombre, ni siquiera la luna a la que llegó en el verano de 1969; daba la sensación de que la sociedad había logrado su autonomía sin necesidad de religiones. El mundo quedaba dividido en dos bloques: liberalismo y socialismo; y los creyentes tenían que subordinar la fe a las realidades terrenas, pues la religión es algo privado que ya no inspira el orden en la sociedad, y hasta puede ser un obstáculo para el progreso.

Este alejamiento de la religión llevó al Concilio Vaticano II a proponer modernizar el cristianismo. La secularización, en buen sentido, entró de moda y se comenzó a hablar de inculturación. El Concilio juzgó al mundo con optimismo y se esforzó en formular el mensaje de Cristo en un lenguaje propio de la sociedad secular, especialmente en lo referente a la justicia y a la defensa de los derechos humanos, y se formuló el aggiornamento o “puesta al día” de la Iglesia.

En diciembre de 1965 termina el Concilio Vaticano II, en mayo de 1968 explota en Paris la revuelta de estudiantes, en octubre de 1973 aparece la crisis del petróleo, en setiembre de 1978 es elegido Papa Juan Pablo II. Para ciertas corrientes estos sucesos señalan el final de la modernidad, caracterizada por la emancipación de la razón ante la fe. El mundo ha dejado atrás la era industrial de la máquina para entrar en una nueva época de cibernética, biogenética, informática… que ha transformado la sociedad.

Con el Papa san Juan Pablo II la Iglesia dio un giro radical, tratando de cristianizar la modernidad y no de modernizar el cristianismo. Ya no vale el aggiornamento sino la “nueva evangelización”, porque la modernidad ha fracasado y hay que volver a los “fundamentos” de la religión para salvar la sociedad. Pero ¿qué es la nueva evangelización? Porque toda evangelización, para que sea verdadera tiene que ser nueva cada día, de lo contrario queda anquilosada y ya no vale. Todos los grandes pastores han hecho nueva evangelización; es lo que se llama actualizar la Iglesia.

En apoyo de san Juan Pablo II surgieron movimientos religiosos, algunos de ellos considerados integristas. Ciertos grupos, como carismáticos, neocatecumenales, Comunión y Liberación, Lumen Dei y, para algunos, el Opus Dei, han sabido hacerse numerosos adeptos entre jóvenes y capas educadas de la clase media, graduados y técnicos, desempeñando una función de primer orden en la defensa de las orientaciones dadas por Juan Pablo II, con una capacidad singular para sacar a la luz las anomalías y los contravalores de la sociedad. Se rebelan contra unos organismos que, al echar a Dios de la vida, han sido incapaces de crear valores sociales. Falta el fundamento religioso, falta Dios.

Son movimientos con dos objetivos. Primero, intentan desde abajo establecer comunidades de creyentes que pongan en práctica los preceptos de la fe, testimoniando que es posible otra forma de vida. Segundo, intentan presionar al poder político para que cambie la organización social desde arriba.

La preocupación por que lo espiritual influya de alguna forma en la vida, lleva tiempo cuajándose en el mundo civil. Desde aquella frase que lanzó André Malraux “el tercer milenio será espiritual o no habrá milenio”, muchos intelectuales han trabajado por mantener viva la idea. En 1992, Jacques Delors volvió a explicitar esta inquie­tud: «Si en los diez años que vienen no hemos conseguido dar un alma, una espirituali­dad, un significado a Europa, habremos perdido la partida».

Y surge varias preguntas: ¿qué religión dará esa alma a Europa? ¿El catolicismo, el protestantismo o el islamismo? El islam lleva la ventaja de practicarlo una mayoría de sus creyentes en la vida diaria, mientras que la Iglesia católica encuentra una indiferencia sin precedentes ante la fe, sobre todo entre los jóvenes. Si la Iglesia es Pueblo de Dios y las vocaciones sacerdotales y religiosas escasean ¿cómo definir el papel y la importancia de los laicos en la Iglesia católica?

La desigualdad económica y social entre personas y naciones

Para responder a estas preguntas, la Iglesia católica debe tener en cuenta los dos grandes problemas que vive el mundo actual: uno es la crisis social causada por la globalización que pretende unificar los mercados en favor de un número pequeño y selectivo de afortunados, mientras la inmensa mayoría de personas padece sufrimiento y marginación. En el mundo actual la superabundancia escandalosa convive con la pobreza absoluta. La sociedad dual es hoy más clara que nunca, pero de otra categoría: por un lado, los excluidos que nada tienen, y por otro, el resto; aunque, entre estos, haya un grupo selecto de unos pocos que tienen todo y crean su mundo aparte.

Debido a esta desigualdad surge el segundo problema, “las migraciones”, la invasión de los pueblos del tercer mundo a la conquista de occidente, donde piensan que está el bienestar, como en otros siglos lo hicieron otros pueblos en busca de tierras fértiles. Hoy día, la mayor parte de los pueblos que invaden occidente son musulmanes. Y existe un enfrentamiento profundo entre la cultura occidental y el islam. Para los musulmanes, occidente ha sido y es aún el dominador que les ha quitado la independencia y el explotador que les arrebata la fuente de la riqueza actual, el petróleo. Y el occidente que les ha subyugado vive una cultura atea sin religión, son infieles materialistas.

Y ante los países pobres, la Iglesia aparece sospechosa de participar de los intereses económicos y de la cultura explotadora de occi­dente. La Iglesia ha proclamado siempre los derechos humanos y ha defendido a los pobres, pero aparece unida a los pudientes y defensora de la política de los ricos. Así mismo, su voz aún es bastante débil en lo que se refie­re a la cuestión ecológica. En teoría defiende la democracia y la igualdad de hombres y mujeres, pero en su organización interna no se res­peta la democracia ni hay mucho espacio para las mujeres en la jerarquía de la Iglesia.

Ante este panorama muchos católicos vivían desilusionados, pero el Papa Francisco ha engendrado muchas esperanzas, también en la Familia Vicenciana, para intentar actualizar nuestras Instituciones y resolver los muchos desafíos que nos depara este siglo.

Nueva etapa en la historia de la Familia

Si comparamos este pasado con la situación actual, concluimos que ha llegado una nueva etapa en la historia de la Iglesia y de la Familia Vicenciana. Hoy día un vicentino, hombre o mujer, está indefenso, humanamente hablando, ante las nuevas culturas y situaciones del mundo moderno. En la sociedad actual la Familia Vicenciana ya no encuentra nada social o religioso en qué apoyarse. Hoy tiene que ser fuerte, sostenida sólo por su fe y por su vocación. En medio de un mundo incrédulo es una de tantas asociaciones, y su proyecto de instaurar el Reino de Dios, causa irritación, burla o desprecio. Y si su objetivo de servir a los pobres es aceptado, queda nublado por el hecho de encontrar también asociaciones ateas que se ocupan de lo mismo.

Pero ¿qué puede hacer la Familia Vicentina, como instrumento de la Providencia, para humanizar este mundo desorientado? Porque, si su carisma es ayudar a los pobres con sencillez, sacrificio y compasión, el carisma de la Familia vicentina es actual y no ha perdido novedad. Lo que el Espíritu reveló a san Vicente, a santa Luisa y al beato Ozanam era algo evangélico y, por lo tanto, no era transitorio, sino permanente. Implantar el Reino de Dios en el mundo de los pobres es una necesidad urgente también hoy.

Y si la Providencia actúa siempre en presente, la situación del hombre de hoy apremia a la Familia Vicenciana a no acantonarse y a hacer nuevos planteamientos de la vida: necesitamos actitudes, ideas y estructuras más innovadoras. ¿Nuestras obras actuales causan admiración en la gente? La Iglesia actual nos pide nuevas actividades y nuevas actitudes, porque el mundo cambia veloz. Y cuando vemos el cambio que pretende el Papa Francisco en la Iglesia para acudir a las periferias nos confirmamos en que la presencia de la Familia Vicenciana aún es necesaria en esas periferias.

Signos de innovación y fuerza de choque

Es fácil pensar que las distintas ramas de la Familia Vicentina no pueden hacer mucho para aliviar la situación de pobreza, que el remedio es social, a gran escala y de política de estado. En alguna medida es cierto. Pero conviene no confundir los resultados con la responsabilidad individual, esa fuerza del corazón convertida en fuerza de choque para innovar la sociedad por medio de un compromiso en favor de los demás.

La tuvo san Vicente de Paúl en 1617, hace 400 años, cuando descubrió la pobreza y el hambre de los campesinos y fundó las Caridades de Señoras (AIC). Se fijó también en la miseria religiosa de esos campesinos y fundó la Congregación de la Misión para evangelizarlos. Años después vio con santa Luisa de Marillac que los campesinos, además de hambre material y espiritual, tenían hambre de cultura, que necesitaban escuelas y ambos fundaron las Hijas de la Caridad para que llevaran gratuitamente esas escuelas.

En 1833 en el barrio Latino de París un hombre maduro, Manuel Bailly, y seis jóvenes universitarios[1], viendo la explotación que sufrían los obreros en una sociedad que comenzaba a industrializarse, crearon las Conferencias de San Vicente de Paúl (SSVP) con el apoyo de la Hija de la Caridad Sor Rosalía Rendu. La asociación, inspirándose en la obra y en el espíritu de san Vicente de Paúl, lo tomó como patrono.

La Familia Vicenciana es una porción de la Iglesia con un carisma o vocación bien definido y una misión muy concreta: dedicarse a salvar a los pobres. Dios ha invitado a sus miembros a realizarse en esa labor como personas y a encontrar en ella la felicidad. Además de un lugar de vida, la Familia Vicentina es una aeronave que los transporta al mundo de los pobres.

Para la sociedad actual, la Familia Vicenciana no es lo que era. No hace muchos años, el pueblo consideraba a las Voluntarias, a las Hijas de la Caridad, a los Paúles y a los Caballeros dedicados por entero a ayudar a los más pobres que no podían pagar su salud ni su educación o no tenían con qué sostenerse. Las cuatro asociaciones eran inseparables de los más pobres, y los organismos civiles veían sus establecimientos de beneficencia, civiles o privados, como humanitarios. Al abundar el trabajo, sus puestos eran despreciados, porque consideraban de poca categoría trabajar en la beneficencia sin remuneración o con salarios bajos y porque veían en esos quehaceres algún aspecto desagradable. De ahí que su servicio fuera considerado como una obra social. Hoy todo ha cambiado. La gente ni se fija en ellos. Son pocos y no hacen sombra.

Tradición y creatividad

A esta etapa nueva de la historia quiere acomodarse la Familia Vicenciana. De acuerdo con el Concilio Vaticano II, los Vicentinos tienen en cuenta “el retorno a la primigenia inspiración y, al mismo tiempo, una adaptación a las cambiantes condiciones de los tiempos”.

La Familia Vicenciana ha asumido los cambios sociales y ha buscado los caminos para afrontarlos y acomodarse a ellos, a pesar de que algunos miembros puedan ver ciertos virajes institucionales que no les agradan y hasta pensar que la rama a la que pertenece se ha desviado de sus orígenes. Otros pueden ver que su grupo se ha acomodado, se ha hecho conformista, que no responde a los retos de la sociedad actual. Todas las ramas de la Familia debieran tener en cuenta lo que con finura y delicadeza expuso en una carta a las Hijas de la Caridad en febrero de 1999 la Superiora General, Sor Juana Elizondo: amar a la Familia “es aceptarla con todo lo positivo que hay en ella y sin asustarnos ni desencantarnos de lo negativo. No conviene idealizarla tanto que perdamos de vista que está constituida por seres humanos y nos escandalicemos de sus fallos”.

¿Qué postura tomar? La respuesta dependerá de la imagen de Asociación que alberguen en su interior. El carisma-vocación está empapado de dos fuerzas: una de autodefensa o conservación, y la otra, de dinamismo o expansión. La primera se encamina a conservar la identidad que le dieron los fundadores y la tradición, y la segunda, a ser creativa de acuerdo con los cambios del mundo que se viven en cada época. Las distintas ramas de la Familia Vicentina defienden una u otra fuerza, creyendo que es la mejor para los pobres.

La dinámica expansiva recela de la autodefensa. Teme que la institución se estanque, se haga arcaica, deje de ser creativa y se anquilose. Pide que sea una institución apta para servir hoy día a los necesitados. La autodefensa, por su parte, tiene miedo a perder su identidad, a que los miembros pierdan su carácter de miembros de la Iglesia católica.

A través de la Historia se llega a la conclusión de que las dos tendencias, la conservación y la creatividad, están en continua tensión. Lo estuvo en el pasado, lo está en el presente y lo estará en el futuro. Leyendo las cartas de los fundadores descubrimos esta tirantez ya en los primeros años de la fundación.

La tensión originada entre conservación y creatividad se traslada también a los grupos. Unos miembros sienten rechazo a considerar como acción del Espíritu divino algunas innovaciones iniciadas o propuestas por otros, porque temen que esas novedades los lleven a una dejación en la vida de Dios, se desvíen de «las piadosas costumbres» y los asemejen a los miembros de cualquier asociación civil. Por su parte, otros achacan a esta postura involución, juzgándola como miedo a cualquier innovación y lo atribuyen a desconfianza, a que no se fían de su madurez como personas. ¿Qué sentido tiene quejarse o acusar a otros de la dirección que toma el grupo? Nos hemos acostumbrado a culpar a otros de todos los males, sin admitir que también nosotros caemos en la involución, por desinterés o falta de audacia.

La Familia Vicentina no ha nacido para conservarse como una joya en un estuche. Las dos dimensiones se necesitan y deben acoplarse. Olvidar la tradición es perder la identidad y dejar de ser vicencianos, no actualizarse es incapacitarse para servir hoy a los pobres, es acomodarse. Hay que acoplarlas, pues la tradición no puede ser arcaica, sino viviente; no es hacer lo mismo que hicieron los fundadores y del modo como lo hicieron, sino asumir la misma inspiración que los llevó a seguir a Cristo servidor de los pobres[2].

Para los vicentinos, la rama a la que pertenece es el lugar donde desarrolla parte de su vida y de su actividad. En ella ha nacido a una nueva vida que, en cierto modo, ha transformado su ser. Al integrarse en un grupo, forma parte de un grupo de amigos o amigas que se quieren como una segunda familia, y en ella sus vidas quedan entrelazadas en solidaridad. Una parte de su vida y su apostolado tiene al grupo como referencia.

La actualización vicenciana compete a todos los miembros

Si ha sido el Espíritu divino quien ha fundado la Familia Vicenciana y sigue conduciéndola a través de la vida, es lícito aplicarle lo que el Concilio Vaticano II asigna a la Iglesia: que el Espíritu Santo la guía y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos y la renueva incesantemente (LG 4). Ahora bien, cuando se dice que el Espíritu Santo unifica y dirige a la Familia Vicenciana, se entiende que dirige y alienta a los dirigentes, a los superiores y a los miembros particulares según su función y su puesto. Es cada miembro el que lleva el carisma guiado por el Espíritu de Jesús. El Espíritu los ilumina para que cada uno ejerza las fuerzas de conservación y creatividad, según la voluntad del Padre.

Erróneamente creemos que todas las iniciativas deben proceder de la autoridad y descargamos en ella nuestra conciencia. No somos creativos y nos disculpamos, traspasando las obligaciones a los dirigentes, a pesar de ser nosotros quienes estamos entre los pobres, los que descubrimos sus necesidades y los que damos las soluciones. Los dirigentes o las Asambleas confirmarán los caminos que abramos nosotros, si ven en ellos las huellas del Espíritu para resolver los conflictos que originan los cambios sociales.

Es decir, que su funcionamiento está en manos de todos los miembros y no solo de la autoridad, como acertadamente expone Sor Juana Elizondo en la misma carta circular: El grupo “no es un cuerpo independiente de sus miembros, sino formado por ellos; dichos miembros deben trabajar por su existencia, su construcción, su evolución y su perfección. Nada se consigue con criticar y sembrar la desesperanza, al contrario, podemos con ello contribuir a un deterioro mayor. San Vicente se lamenta de quienes, en lugar de amarlo, lo descuartizan… Y recomienda amarlo y preferirlo, como se ama y se prefiere a la propia madre, aunque sea legañosa (IX, 948)”.

No hay que minusvalorar los fracasos y dificultades, pues no sería el primero que, por no ver al grupo a su gusto, se derrumbara y llegara al abandono. Hasta ahora los grupos que integran la Familia Vicenciana se han presentado con una identidad bien definida. Debido a los cambios ininterrumpidos que se suceden en estos tiempos, necesitamos, de una manera firme y constante, la fidelidad que se sustenta no en nuestras fuerzas, sino en el Espíritu Santo que se nos ha dado. Una de las grandes preocupaciones de santa Luisa fue el gran número de Hermanas que abandonaban la comunidad en los primeros años. También al final de su vida le volvió el tormento de ver cómo se iban Hermanas maravillosas. ¡Cuántas veces tuvo que consolarla san Vicente! Analizadora aguda descubrió las causas: Por un lado, haber vivido teniendo presente unicamente la creatividad, acomodándose de tal manera al mundo que ya querían vivir dentro como se vivía fuera. Y por otro lado, vivir la autodefensa de tal manera que consideraban la observancia fiel las normas como el eje del carisma.

Tradición acoplada a la creatividad

Vivir la tradición acoplada al dinamismo expansivo es querer ser discípulos de san Vicente y de la Iglesia de hoy. El Espíritu divino pone luz en su interior y la reviste de un amor desconocido en el mundo: amar a los últimos de la sociedad. La Familia Vicenciana es el lugar donde el Espíritu de Jesús marca el destino de sus miembros que ya saben a dónde ir y qué hacer. Su destino es vivir el carisma vicentino y expansionarse por los lugares donde encuentre gente herida sin dar un rodeo; y lo cumplirán, si su espiritualidad los hace creativos para convivir en grupo y sacrificarse por los pobres.

A cada grupo local hay que considerarlo como la Familia vicenciana en un lugar. Amando al grupo, se ama también a la delegación diocesana, provincial, nacional e internacional. Aunque es cierto que la Familia solo tiene realidad en los grupos locales y estos en sus miembros, y por lo mismo, son los grupos locales los que sustentan la Familia y la hacen universal, es arriesgado amar tan sólo al grupo local. Todos los miembros de los grupos locales se sienten animados a participar en los afanes y alegrías de la Familia entera. Afanes ciertamente que pueden exigirnos esfuerzos y contribuciones, pero también nos entregan la alegría de sentirnos Iglesia universal, recibiendo como nuestro los bienes materiales y espirituales de todos los grupos que trabajan y sirven en el mundo por medio de sus compañeros. Vaya donde vaya, encontrará un grupo y a unos compañeros que son sus amigos.

Escasez de vocaciones

La escasez de vocaciones y la edad avanzada de muchos miembros de la Familia Vicenciana pueden llevarla a desconfiar de su pequeño número, a compararla con la de otras épocas, y concluir que se ha debilitado por haber abandonado el Espíritu de los fundadores o por no haber sabido integrarse en el mundo moderno, ya que las chicas y chicos quieren pertenecer a un grupo válido para este siglo. Sin buscar culpables, cuatro puntos debiéramos tener presentes:

Primero, los jóvenes para buscar comodidades no necesitan entrar en la Compañía, las tienen en el mundo. Los chicos y chicas, los hombres y mujeres que ingresan en una rama vicenciana abandonan muchas ventajas del mundo y, cuando entran, lo hacen por amor a Dios y a los pobres. Aunque el amor pueda enfriarse en algunos momentos, necesita la fuerza innovadora.

Segundo, para ayudar a los pobres hay infinidad de instituciones, movimientos y ONG de toda clase con encuentros de oración, pastoral y campo de trabajo. Sería maravilloso aprender de esas instituciones o grupos facetas que pueden ayudar a la Familia, aconsejaba santa Luisa. El disparate sería adherirse a esas asociaciones, creando una doble identidad con responsabilidades incompatibles con la vida y el servicio vicenciano. La pertenencia a la Familia Vicenciana se debilita y sus miembros dudan ya a qué institución pertenece, cómo es su vocación y cuál es su destino, pues el espíritu vicenciano ha quedado adulterado. Se necesitan las autodefensas.

Tercero, los jóvenes buscan algo que el mundo no les da: la vida de Dios. No hay crisis de vocaciones, lo que hay es crisis de respuesta a las cuestiones que presentan los jóvenes. Y una de estas cuestiones es Dios. Cierto, a muchas cuestiones no podemos dar respuesta apropiada, pero no podemos vivir como si no existieran. A pesar de haber vivido hace veinte siglos, Jesús aparece más actual y moderno que la Familia Vicenciana. Responde mejor a las angustias y esperanzas de los jóvenes de hoy. Nosotros queremos darles respuestas materiales, cuando ellos buscan a Jesucristo y experimentarle en la oración y en el servicio; buscan una vida espiritual que no pueden encontrar en el mundo.

Cuarto, sencillamente, hay que entregarse con ardor a la pastoral vocacional.

Autor: Benito Martínez, C.M.

Notas:

[1] Federico Ozanam, Augusto Le Tallendier, Francisco Lallier, Pablo Lamache, Félix Clavé, Julio Devaux. Ved Javier FERNANDEZ CHENTO, Infancia y juventud de Federico Ozanam (1813-1840), Introducción a sus Obras de juventud.

[2] Hay dos cartas de santa Luisa a san Vicente y dos borradores con estas ideas: c. 374 y 394, y E 81 y 101.

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1 comentario

  1. yolanda

    Excelente mensaje Padre Benito, me ha caido muy bien en vista de la crisis que uno experimenta en los grupos de cariddes en donde hay tantas opiniones diferentes y que cada quien quiere imponerse. Necesitamos seguir formándonos y ser humildes para poder aceptarnos los unos con los otros tal cual somos, pero reconocer nuestras debilidades y mejorarlas para seguir adelante. Hay tanto que aprender y en esta situación de pandemia nos hemos acomodado a quedarnos sin hacer mucho, pues el miedo nos ha paralizado. Oremos para que nuestro espíritu de acción no se apague.

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