¿Estás listo a renunciar… para servir?

por | Jul 29, 2017 | Formación, John Freund, Reflexiones | 0 comentarios

¿Estás listo a renunciar… para servir?

Tal vez estés preguntándote sobre la relación de la primera parte de esta pregunta con la segunda parte.

A veces, tal vez incluso muchas veces, entramos en determinadas situaciones con nociones preconcebidas sobre lo que se necesita. Pensemos en el marido que compra a su esposa un coche, cuando todo lo que quizás quiere es pasar un tiempo tranquilo con él.

Continuando la serie de reflexiones sobre el servicio a los marginados escrita por el P. Jim Cormack, CM, .famvin ofrece sus pensamientos sobre las preguntas que cree que Vicente nos haría. La pregunta de hoy: ”¿A qué tenemos que renunciar a servir?»

4) Compromiso con la pequeñez

Y si somos lo suficientemente débiles, suficientemente valientes, y suficientemente confiados, ¿estamos listos para cambiar y abandonar lo necesario para servir?

La mayoría de los que responden a la llamada del Señor para servir y estar con los pobres, no son y nunca fueron financieramente pobres. La mayoría proviene de familias estables, con seguridad económica y oportunidades. Muchos están bien educados y se les han dado muchas oportunidades de desarrollarse, comprenderse a sí mismos y soñar con lo que podrían llegar a ser.

El servicio de los pobres requiere un compromiso con la pequeñez; hacer cosas ordinarias, con la gente señalada como ordinaria. Llegué a la parroquia de San Vicente desde la facultad en un seminario universitario. Me encantaba enseñar y pensar. Yo era bastante bueno en mi labro, y suficientemente listo; tenía un buen vocabulario. Descubrí que los pobres no necesitaban de esto y no quedaban impresionados. Encontré que debía abandonar las recompensas que obtuve de la enseñanza y hacer esto libremente, o no podía ser servidor de los que había sido llamado a servir. Requiere desnudarse, es un cambio doloroso. Tenía que estar listo para dejar de hacer cosas “significativas” y “profesionales” para escuchar, alimentar, dar refugio, estar con los pobres.

¿Estamos dispuestos a dar y cambiar, a aceptar lo pequeño y ordinario, y en la fe ver la dignidad? ¿Podemos renunciar a las recompensas rápidas y discernibles por nuestros esfuerzos?

A veces nuestro servicio se parece a poner una tirita, ayuda poco y no cambia nada. ¿Estamos dispuestos a ser despojados de esas esperanzas y sueños, esos propósitos y deseos que nos impiden ver la vida plena y real con los pobres? Podemos dejar de ver a los pobres y sus necesidades; podemos dejar de oír su llamada de socorro y compasión si estamos demasiado llenos, o demasiado rodeados de cosas, o necesitando demasiado para tener éxito.

Educada o no, cada persona humana puede ser sabia, capaz de saber y entender lo que es importante, lo que importa, por qué estamos aquí y hacia dónde nos dirigimos. Desafortunadamente, el conocimiento puede generar orgullo, y el orgullo siempre ciega. Al ser despojados de la importancia de los dones y talentos, de su rango o estatus, pueden ayudarnos a ver y entender. La pequeñez puede ser liberadora si se abraza; no hay nada que nos engañe entonces, que nos seduzca con su importancia. Muchas personas “pequeñas” son sabias. Ya despojados, ven y entienden. Ellos aprecian y viven. Es el gran regalo de la simplicidad que nos permite vivir realmente. Pero la simplicidad viene sólo con la voluntad de cambiar, de rendirse, de ser despojado.

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