Ascensión del pobre pegado al polvo

por | May 24, 2017 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

La ascensión de Jesús acredita que Dios enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos.

En el mismo día de la ascensión, Jesús se aparece una vez más a los apóstoles.  Les comunica que dentro de pocos días ellos serán bautizados con el Espíritu Santo

Por lo visto, les resulta bien cautivadora la comunicación.  Rodean a Jesús y le preguntan:  «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?».

Preguntar ya sugiere vacilación.  Pero la pregunta indica esperanza también.  Ya no suenan los apóstoles como aquellos que admití­an:  «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel».

Jesús, sin embargo, parece templar el entusiasmo de los apóstoles.  En efecto, les dice:  «¡No tan rápido!».  Es que, primero, tienen que ser testigos suyos hasta los confines del mundo.

No, no pueden permanecer ahí plantados mirando al cielo los que han presenciado la ascensión de Jesús.  Deben ir y hacer discí­pulos de todos los pueblos.

Cierto, el misterio de la ascensión exige contemplación.  Sin la contemplación, difícilmente se nos podrá confirmar en la fe de que el subido al cielo volverá como los apóstoles lo vieron marcharse.  Pero como lo ejemplifica Jesús mismo, la contemplación ha de llevar a la acción.

El Hijo, el único que ha visto a Dios, lo da a conocer.  Es decir, estar en el seno del Padre no quiere decir indiferencia hacia los pobres.  De hecho, el Hijo se hace carne y acampa entre nosotros, para que logremos contemplar también el rostro glorioso de Dios.

Baja, sí, a la tierra el Hijo de Dios.  Sube luego a cielo, llevando consigo nuestra humanidad.  Así nos capacita a los pobres humanos para la participación en la plenitud de Dios.

Así­ que los misterios de la encarnación y la ascensión nos impulsan a andar por el camino por el que anda Jesús.

Andando nosotros por el camino de Jesús, quedamos asegurados de nuestra salvación, de nuestra ascensión (SV.ES III:359).

Nos es preciso, pues, vivir y morir en el servicio de los pobres, confiando en Dios, renunciando a nosotros mismos.  Así­ nos acreditaremos además partícipes ahora mismo de la resurrección y la ascensión de Jesús.  Asimismo seremos testigos de su presencia todos los días, hasta el fin del mundo.

Nos da ejemplo el pan vivo del cielo, para que demos de comer también a los hambrientos.  Pero como luego veremos, esto exige que nos vaciemos de nosotros mismos para llenarnos del Espíritu Santo.

Señor, haz que tu ascensión nos transforme y se manifieste en nuestra vida actual.

28 Mayo 2017
Ascensión del Señor (A)
Hech 1, 1-11; 1 Efes 1, 17-23;  Mt 28, 16-20

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