Núm 21, 4-9; Sal 101, 2-3. 16-21; Jn 8, 21-30.
“Yo hago siempre lo que le agrada a Él”
Los fariseos y judíos que le escuchaban, “no comprendieron que les hablaba del Padre”. Toda la vida de Jesús es un poema de amorosa obediencia al Padre. El hombre más libre de la humanidad, fue el más obediente; pero no lo era al sistema, al egoísmo, a las pasiones, a las modas, a los jefes adulados o temidos, ni al qué dirán los demás. “Padre –oímos en Getsemaní– aparte de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Aquí o allí, los diputados tienen que votar según les digan sus jefes. Es la democracia con voto de obediencia. Aquí o allí, éste que presume de libre, se queda en libertino, y se ufana de sus atropellos. Los demás somos débiles frente a una libertad que es la diaria aventura más difícil del ser humano. Elegir es renunciar. Si eliges el egoísmo, renuncias a la generosidad; si eliges el rencor, renuncias al perdón; si eliges este ídolo, renuncias a la búsqueda de la verdad.
Jesús eligió –en lo fácil y en lo difícil– hacer la voluntad del Padre y amarnos hasta el extremo. Y él es nuestro camino y nuestro compañero, el que nos da la gracia para querer parecernos a él. “Cuando hayan levantado la Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy”. Y lo levantaron en la cruz y se dejó crucificar para liberarnos de ídolos, hados, magias, egoísmos, miedos, legalismos y máscaras que disfrazan el pecado y le ponen rostro publicitario de libertad. Quiero, Señor, fijarme en ti, ser libre contigo haciendo la amorosa voluntad del Padre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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