Is 58, 1-9; Sal 50; Mt 9, 14-15.
“A un corazón contrito, Señor, no los desprecias”
Por un lado, Dios a través del profeta Isaías (58, 3) reclamará al pueblo de Israel sobre su intención de ayunar: sólo para inclinar la cabeza… ¿acaso sólo es un día para que el hombre se mortifique?… “ayunan para pelear y reñir… y en ese mismo día hacen negocios y explotan a sus obreros”. Por el otro lado, el pueblo de Israel recriminará a Dios: ¿para qué ayunamos, si no lo tomas en cuenta? Es posible que nos encontremos en esta misma dinámica de vida y recriminemos a Dios porque nuestros ayunos no nos favorecen, mientras que Dios recrimina nuestro ayuno infructuoso.
El ayuno no consiste en provocarse sufrimiento sin sentido o sin razón, esto no agrada a Dios.
En todo caso, y la clave del sentido del ayuno lo explica Dios en Isaías 58, 6-7, consiste en una actitud de vida, donde fundamentalmente, el Otro recibe algo de mi: …poner en libertad, romper la atadura… compartir el pan… dar refugio, vestir… El ayuno, sobre todo, está encaminado a que dejamos de pensar en nosotros mismos, dejemos de “darle rienda suelta” a nuestros deseos e intenciones por encima de personas, y exige de nosotros la mortificación personal necesaria para lograr un bien al Otro por encima de nosotros mismos.
La Iglesia enseña que el ayuno ayuda a fortalecer el espíritu, fortalece la capacidad de decisión.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
0 comentarios