Del valor a la virtud: Afabilidad

por | Dic 22, 2016 | Formación, YoSoyVicente | 0 comentarios

Decir #YoSoyVicente significa vivir una vida virtuosa. De hecho, significa vivir cinco virtudes esenciales en nuestra existencia. La tercera es la Afabilidad: la virtud de la mansedumbre.

Llama la atención en “Wikipedia” que, al hablar sobre la afabilidad, dice que es “una virtud de los antiguos tiempos, aunque se encuentra todavía en personas que han conservado las tradiciones de noble sencillez y de generosa franqueza”. Desde luego, se conserva la afabilidad en los miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl, que se comprometen en su Regla a fomentar la virtud de la “afabilidad, confianza amistosa y buena voluntad invencible” (2.5.1)

La palabra “afabilidad” procede del verbo latino “affari”, que significa “hablar”; por lo que no nos extraña que el Diccionario de la Real Academia la defina como “calidad de agradable, dulce, suave en la conversación y en el trato”. Es la afabilidad, por tanto, la virtud de aquellos con quienes se puede hablar o comunicar fácilmente. Y puede relacionarse con la amabilidad, la cortesía, la cordialidad, la sencillez o la mansedumbre.

Asociada a esta última virtud de la mansedumbre, resulta la afabilidad una actitud muy propia de Jesucristo en el Evangelio. Es objeto de una de las ocho bienaventuranzas: “Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5) con lo que se nos muestra como una de las virtudes esenciales para el cristiano. Él se presenta a sí mismo como “manso y humilde de corazón” en una escena llena de consuelo y esperanza (Mt 11,29) Se acercaba con auténtica sencillez y facilitaba el trato con los enfermos, pobres, pecadores o publicanos provocando en todos ellos la salud (Mt 15,29-31). Irradiaba paz en sus relaciones y todo el que se acogía a él quedaba reconfortado (Lc 24,31-34)

San Vicente de Paúl, a quien había impresionado la dulzura y cordialidad de San Francisco de Sales, recomendaba insistentemente esta virtud. Invitaba para ello a mirar el ejemplo de Jesucristo e imitar su cercanía y mansedumbre. Recordaba la importancia de un talante amable, afable y acogedor para conseguir un buen efecto misionero. Con mucho realismo aconsejaba la sabiduría de acompañar esta virtud con el respeto y la firmeza.

El mismo Federico Ozanam, hombre de temple y convicciones, supo mostrarse en su vida como una persona afable, de muy buena educación y respetuoso en el trato. Estaba muy bien dotado para las relaciones de amistad. Y todo ello favoreció tanto la comunión entre los Fundadores de las Conferencias como la visita amable y caritativa a los pobres y enfermos.

Desde estos testimonios, es fácil reconocer la afabilidad como la virtud que inclina al ser humano al buen trato, a decir y hacer aquello que contribuye a que sea más agradable la vida social. Santo Tomás estudió muy bien esta virtud de la afabilidad y dejó patentes unas cuantas enseñanzas:

  • la afabilidad puede entenderse como sinónimo de amistad.
  • ha de saber combinarse con la rectitud y la exigencia.
  • está en relación con la justicia, pues ambas virtudes, afabilidad y justicia, han de favorecer que un individuo se comporte con otro de la mejor manera posible.
  • han de evitarse, como contrarias a la afabilidad, el malhumor, la falta de educación, el desorden, la grosería o el egoísmo.
  • así mismo Santo Tomás alerta que la afabilidad puede degenerar en dos vicios: el halago exagerado y la severidad.

En toda esta dinámica se encuentra la Regla cuando pone la afabilidad en relación con la confianza amistosa y la buena voluntad invencible. Se viene a recordar que el vicentino ha de mostrarse como persona de confianza: que confía, en quien se puede confiar, que se abre a la comunicación, que ofrece cercanía, que valora la amistad. Y es indeclinable, además, en la buena voluntad: no tiene segundas intenciones, no se deja vencer por las frustraciones, persevera en el bien hasta el final. Estamos, por lo tanto, ante una virtud imprescindible para el vicentino. Si quiere seguir a Jesucristo e imitar su vida y si quiere acercarse al necesitado y ejercitarse en la caridad, le será indispensable la afabilidad, el buen trato, la mansedumbre, la cercanía y la comunicación, el deseo de comprender y acoger.

¿Qué medios se pueden cultivar para crecer en esta virtud de la afabilidad?

  • Esforzarse por ser muy cuidadosos y respetuosos en el trato con los demás.
  • Ser sencillos y francos en el hablar y en el relacionarse.
  • Fomentar con naturalidad cuanto favorezca la convivencia.
  • Capacitarse para sufrir las contrariedades con valentía y buen ánimo.
  • Aprender a dominar la ira y a controlar los impulsos.
  • Conjugar la dulzura en el trato con la claridad en las convicciones
  • Abstenerse de palabras ásperas y de juicios sobre el prójimo
  • Trabajar la capacidad de disculpar y perdonar.
  • Estar siempre dispuestos a hacer un favor y a servir en esperanza.

La afabilidad no es una virtud de los tiempos antiguos, porque la virtud no la posee el tiempo, sino el ser humano. La afabilidad es una virtud del vicentino, que quiere practicar la noble sencillez y la generosa franqueza; que desea progresar en la confianza amistosa y en la buena voluntad invencible; que aspira a la santidad mediante la cercanía amable y el servicio caritativo a los necesitados. Urge, por eso, crecer en esta virtud para conseguir un mundo más habitable y unas personas más amables.

 

Fuente: http://www.ssvp.es/

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