Luisa de Marillac: Escuchar y respetar el parecer de los pobres

por | Dic 2, 2016 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Uno de los administradores del hospital de Nantes, que ha pasado por París, “me ha hablado del condimento que ponen en la olla. Creo que no deben ustedes encontrar dificultad en echarle un poco de clavo, puesto que es la costumbre del país, como también, Hermana, hacer caldos para los enfermos graves que lo necesiten, ya que los Administradores lo desean, lo mismo que tomarse el trabajo de hacer algún guiso y condimento para los convalecientes. No cuesta más y con esto ellos se fortalecen antes; a veces es muy poco lo que hace falta para contentar a los más difíciles”.

Luisa de Marillac, carta a las Hermanas del hospital San Renato de Nantes.

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Reflexión:

  1. Nantes era un gran puerto marítimo de intensa actividad comercial, en especial con América. Por sus calles pululaban marinos, obreros de los astilleros, gente advenediza y mujeres de toda clase. Las autoridades habían oído cómo las Hijas de la Caridad habían puesto orden en el hospital de Angers y las pidieron para el suyo. Las Hermanas hicieron maravillas, de tal manera que nobles y burgueses iban a verlo, admirando, al mismo tiempo, la vida sencilla y espiritual de aquellas seglares consagradas a Dios en los pobres. Hasta el obispo se interesó por sus Constituciones. Pero, al de unos meses, las Hermanas quisieron imponer sus criterios, contra el parecer de los enfermos, todos pobres, porque solo los pobres iban al hospital, los ricos tenían médicos viviendo con ellos o los llamaban para que los atendieran en sus casas, como se ve en varias comedias de Molière. Las Hermanas cambiaron la forma y la clase de comidas que les daban. Y los enfermos, los administradores y el capellán se molestaron. Escribieron varias cartas a santa Luisa y a san Vicente, y estos, a su vez, escribieron a los administradores y a las Hermanas. Una de ellas es la carta anterior que santa Luisa dirigió a las Hermanas.
  2. Es el peligro que corremos quienes pertenecemos a cualquier rama de la Familia vicenciana: querer imponer nuestros criterios, como si los necesitados fueran incapaces de razonar. A veces vemos trampas, fraudes, engaños… en algunos, y se lo aplicamos a todos los que piden: son vagos, maleantes, timadores… Sin embargo, pueden ser verdaderos necesitados con la cabeza en su sitio y, sin dudarlo, son humanos, hermanos nuestros e hijos de Dios. Detengámonos a dialogar con ellos y a conocer su situación de sus labios. Es lo que hicieron tanto san Vicente y santa Luisa como el beato Ozanam y compañeros, según lo leemos en sus escritos y en sus cartas.
  3. Otro peligro frecuente es considerar que los pobres tienen derecho a encontrar trabajo, con sueldos suficientes para comer y alimentar a la familia, pero no para divertirse, festejar o adquirir cultura, como si la diversión o expansionarse fueran algo exclusivo de los ricos.

Cuestiones para el diálogo:

  1. Si un pobre te pidiera para comer, se lo darías, pero ¿se lo darías también si te pide para tomar un vaso de vino, un refresco? ¿Piensas que los pobres no tienen derecho a ello? ¿Y a tener televisión y móvil? ¿Deben tener vacaciones, parecidas a las de otros ciudadanos corrientes? ¿Y poder viajar? ¿Y viajes solo culturales?

Benito Martínez, C.M.

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