¿Puede Dios solucionar la situación de los sirios?

por | Oct 5, 2016 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 1 comentario

En el siglo XXI es incomprensible la guerra de Siria. Más de 7 millones de personas han sido forzadas a huir de sus hogares, y más de 4 millones, casi la mitad de la población, ha dejado el país. Es la mayor crisis de desplazados internos en el mundo y posiblemente también de personas «atrapadas». Y son espeluznantes las atrocidades cometidas por el Estado Islámico, según cuentan quienes las han sufrido: «A unos niños les aplicaban descargas eléctricas; a otros les colgaban boca abajo y les golpeaban como si fueran boxeadores. Nos levantaban a las cinco de la mañana a rezar y nos daban una ducha de agua fría. Nos ponían un plato de comida para cuatro; nos decían que podían hacer con nosotros lo que quisieran». En muchos lugares se llega al genocidio, después de violar, atormentar y martirizar a los cristianos con una crueldad que desconocen hasta las fieras. En todo el mundo, desde el Papa hasta el último cristiano, rezan a Dios, pero humanamente todo sigue igual. ¿Qué Padre es ese Dios que no hace caso de las oraciones de sus fieles? O no es Padre de bondad o no es todopoderoso.

La bondad de Dios Padre y el mal de los hombres

Sin embargo, Jesús no se cansó de repetir que Dios es un Padre de bondad y de amor a los hombres. En la oración del “Padrenuestro” nos pide que le llamemos Padre y El mismo se refiere a Dios como a su Padre. El evangelio de Juan lo cita continuamente[1], especialmente en la oración de la última Cena (cp. 17). Hay un momento tremendo, sin embargo, en la vida de Jesús que nos interroga sobre la bondad y el amor de este Padre. En el momento final de su vida, cuando en el Huerto de los Olivos acude al Padre para que lo libre y en apariencia su Padre no lo escucha. Y hoy parece que sucede lo mismo: en todo el mundo cristiano no cesamos de pedir para que solucione el problema de Oriente Medio, y aparentemente parece que no hace caso. ¿O es que no puede?

Que exista el mal en el mundo no debiera escandalizar, pues todo lo creado es perecedero e imperfecto, es decir, encierra males. Nuestro Padre Dios “no puede” evitarlo, tendría que haber creado otro mundo distinto. Pero cualquier otra creación también sería limitada y finita, con otras leyes, pero leyes inmutables para que existiera un mínimo de progreso; pero este mundo distinto padecería también sus males. Sería un absurdo hablar de creación y admitir, al mismo tiempo, que esa creación sea ilimitada, perfecta y sin males, pues esa creación sería un dios y no una creación.

Tampoco se considera estridente que Dios no cambie las leyes de la creación para que no haya males. Si el universo camina según una programación conforme a su naturaleza y las leyes físicas son inamovibles, tiene que haber tragedias, inundaciones, incendios, catástrofes, enfermedades y, al final, la muerte. Dios Padre “no puede evitarlo”, pues, en cuanto creador, sostiene las leyes y la dinámica que rigen la creación y sostenerlas y anularlas encierra un contrasentido. Es consecuente y ya “no podrá interrumpir la dinámica que ha introducido en la creación ni interferir en los procesos que en ella ha desencadenado, so pena de abdicar de su condición de creador”[2].

Lo que escandaliza es que Dios no venga en ayuda del inocente cristiano que, rodeado de musulmanes, invoca a su Padre que tiene poder para salvarlo del desastre. ¿Qué Padre Dios es ese? No que suprima los males del mundo en general, sino que le libre a él o a su familia o a los vecinos de una masacre concreta.

Lo que escandaliza es que el Padre Dios no impida a los hombres cometer esas atrocidades. Lo que hiere es que, cuando una pobre mujer huye a pie de la muerte con sus hijos pequeños de la mano o en brazos e invoca a su Padre Dios en medio de tanta calamidad concreta, no se compadezca de esos hijos suyos, y su Espíritu Santo dentro del malvado no le mueva para que deje de hacer daño a esa mujer y a esos niños que son seres humanos. Dicen que «hay un parque en Mosul donde ponen las cabezas de los niños en palos». ¿Hay compasión, hay amor de Padre ante el dolor de esos niños, hijos suyos? Sí hay compasión, pero no puede evitarlo, porque el hombre es libre, y puede usar la libertad para hacer el bien o el mal. Es la consecuencia de ser libres. Y Dios “no puede” privarle de la libertad; habría convertido al hombre en un animal irracional. Eso no debiera escandalizar, al contrario, enorgullece ser libre con todas las consecuencias.

Si Dios deja solas a las personas con los males de este mundo, de los que no pueden librarse ni con la oración, ¿vale la pena haber creado este mundo? Muchos sirios que huyen a pie sin nada, abandonándolo todo, responderán que no vale la pena. Pero si Dios lo ha creado es que vale la pena, y puesto que Dios no necesita nada, ni el mundo lo engrandece, es que lo ha creado por amor a los hombres, porque la existencia tiene valores incuestionables en sí misma, ya que es el camino que lleva a la felicidad eterna. Esta felicidad bien vale la existencia del hombre en este mundo, aunque exista el mal y los sufrimientos.

Ciertamente, Dios no ha originado la guerra en Siria ni promueve sus calamidades o sufrimientos; los detesta. A su Hijo lo envió para dar la buena noticia de que el Padre estaba a nuestro lado en la lucha contra los males y para indicarnos la manera de combatirlos y establecer un Reino de justicia, de amor y de paz[3].

Dios no da los males, pero parece que los permite; porque permitir un mal es no quitarlo, si puede hacerlo. ¿O es que no puede evitarlo? Quitar el mal del mundo, es imposible aún para Dios; sería contradecirse, pero sí puede quitar un mal, un sufrimiento concreto a una persona determinada, a no ser que se niegue los milagros, no sólo los actuales, sino también los de Jesús; a no ser que se supriman todas las peticiones de la liturgia, las oraciones de intercesión, la tradición y la misma historia de la Iglesia. Esta es la espina que llevan clavada todos los que creen en Dios. ¿Por qué Dios no nos escucha cuando le pedimos que mueva la inteligencia y los corazones de los países de Occidente, de Turquía y de Siria para que olviden sus intereses y busquen la paz? ¿Por qué unas veces parece que escucha y otras da la sensación de no hacer caso?

La respuesta

Nuestras peticiones, aunque no se realicen nuestros deseos, también encuentran respuesta de parte del Padre. Unas veces es el consuelo, otras, el Espíritu de Dios ilumina nuestra mente para comprender las desgracias y no desesperar, para encontrar caminos de solución o voluntad para sobrellevar los males. Sin romper la libertad, el Espíritu Santo actúa en nuestra mente y en nuestra voluntad, en bien de la humanidad.

Aun cuando pensamos que nuestro Padre del cielo no nos concede lo que le pedimos debemos afirmar la verdadera realidad divina: Dios no juega con nosotros al adivina si sí o si no. Ni actúa de una manera arbitraria atendiendo unas veces nuestras peticiones y rechazando otras las oraciones sinceras que le dirigimos. Dios no sólo respeta, sino que convive de una forma inequívoca con las estructuras y las leyes naturales del universo, y aprueba las leyes intrínsecas de la libertad humana. Menos aún Dios es una marioneta manejada por los caprichos de los hombres con sus intereses, egoísmos y ambiciones. Dios es un Padre omnipotente que nos ama y no un mecanismo que responde forzosamente al botón que presionemos según las circunstancias. Sería convertir al hombre en un dios y a Dios en un criado o en un instrumento eficaz del hombre dios.

La Sagrada Escritura cuenta las desgracias, derrotas, cautiverio, catástrofes políticas, sociales y naturales del pueblo elegido por Dios y que éste no atajó. También Jesús nos habla de gente inocente aplastada por el derrumbamiento de la Torre de Siloé y de unos galileos mandados matar por Pilatos y su sangre mezclada con la de las víctimas sacrificadas. Más tarde anunciará el cerco de Jerusalén y la destrucción del Templo. Pero también nos habla de intervenciones divinas, signos o milagros en favor de toda clase de personas, aunque los interpretemos de una manera más acorde con los descubrimientos científicos modernos. En un momento en que presenta a los discípulos el programa de vida cristiana, afirma: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra, o si le pide un pez, le dé una culebra? Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!”. San Lucas dice: ¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!”. Asimismo, en otro momento trascendental, la víspera de morir, Jesús dice a los apóstoles: “En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis”[4].

La fe de cada persona

Al leer estos textos nos convencemos de que todo lo que le pidamos Dios nos lo concederá, aún la paz en Siria, pero Jesús pone una condición, exige la fe. Hay abundancia de textos que atestiguan esa exigencia: Al centurión: “Anda que te suceda como has creído”; en la tempestad calmada: “Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe”. “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico”; a la hemorroisa: “Animo, hija, tu fe te ha salvado”; a los dos ciegos: “¿Creéis que puedo hacer esto?”; en Nazaret “no hizo muchos milagros, a causa de su falta de fe”; a Pedro hundiéndose en el lago: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”; a la cananea: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”; después de secarse la higuera: “Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si aún decís a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’, y se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis”. Mientras sucedía la Transfiguración, los discípulos no pudieron curar al epiléptico y Jesús les dice la causa: “Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Desplázate a allá’, y se desplazará; nada os será imposible”[5].

Al hombre, a los gobiernos de las naciones poderosas, Dios Padre les ha entregado la tierra, como una herencia, para que la cultiven, la conserven y la engrandezcan, también las tierras de Siria. El hombre sí está capacitado para enderezar, corregir o controlar las leyes en bien de los sirios y de la humanidad. Al hombre no sólo se le permite anular los efectos desastrosos de la naturaleza o de la libertad humana, sino que tiene obligación de empeñarse en suprimir las penas de los hombres y dar la paz a Siria.

Jesús vino al mundo a traer a los hombres la salvación definitiva en la eternidad y también la temporal en la tierra. El cristianismo no es una religión para alcanzar la felicidad unicamente en la gloria; también lo es para vivir dichosos en la tierra. Jesús nos ha indicado el camino y el modo de lograrlo y no sólo por medio de sus enseñanzas, sino y principalmente por el Espíritu Santo que mora en cada hombre. Pero el Espíritu de Jesús actúa a través de los hombres. Los brazos del Espíritu son los brazos de los hombres en los que reside.

Cierto que infinidad de veces el hombre no puede cambiar una situación angustiosa en Macedonia o en Gracia, en Turquía o en Siria ni enderezar tantos disparates como cometen los gobernantes. Tiene que acudir al poder de Dios. El Padre ha enviado a la Tercera Persona de la Trinidad para que le ayude en lo espiritual y en lo material. Se pone a disposición del hombre y el hombre se siente hijo del Padre, si tiene fe. Es el hombre de fe sincera el que puede quitar este o aquel dolor. Si tiene fe verdadera, posee capacidad de hacer el “milagro” en cada ocasión. “Tanto pudo la fe de las hermanas [de Lázaro] que sacó al muerto de las fauces del sepulcro” (S. Cirilo de Jerusalén).

La fe no podrá nunca destruir el mal general ni el sufrimiento universal: sería antinatural y antidivino; tampoco la fe tiene capacidad para detener el caminar del tiempo hacia la vejez, el debilitamiento y la muerte: sería aberrante. Igualmente, la fe es impotente para quebrantar o cambiar el curso intrínseco de la naturaleza: el hombre se convertiría en el dios rival del verdadero Dios. No sería un dios, sería el superdios de lo absurdo y de lo imposible, es decir de un universo inexistente: los huracanes, incendios, terremotos, etc. cumplen sus leyes y siguen su curso natural. No se trata de pedir lo imposible, se trata del poder de la fe para dar cobijo a los casi tres millones de refugiados que han llegado a Turquía, a los más de 300.000 cristianos que viven en el norte de Irak  y a los 750.000 niños que han dejado de asistir a la escuela.

Dios Padre ni quiere ni puede anular la libertad del hombre, pero el Espíritu Santo sí puede actuar con su fuerza en los poderosos dirigentes occidentales y en los creyentes del Estado Islámico para que se conviertan y detengan los crímenes más horrendos que podamos imaginar. ¿Por qué no lo hace? Este es el gran misterio que los humanos no somos capaces de resolver: Cómo compaginar la acción de Dios con la libertad del hombre.

Cuando decimos que Dios ha escuchado nuestras plegarias, quiere decir que o ha sido la casualidad o ha sido la fe del hombre. Ciertamente, en este caso estrictamente ha sido Dios, pero obligado por la fe del hombre. Así nos lo enseñó Jesucristo. Viene a ser como una nueva ley de la creación elevada a lo sobrenatural.

La fe en plenitud por el amor

Lo difícil es tener una fe capaz de mover las montañas. Una fe que no sólo convence de la posibilidad, sino que siente, “sin dudar”, poder cambiar la voluntad de los gobernantes. Estos dos aspectos progresivos de la fe ya fueron examinados por san Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: “Aunque la fe por el nombre es una sola, en realidad es de dos clases. Un género de fe es aquel que pertenece a los dogmas, que es la iluminación y aceptación del alma acerca de una verdad… Otro género de fe es aquel que Cristo concede en lugar de algunas gracias… Esta fe que se da en lugar de algunas gracias, no sólo es una fe dogmática sino también una fe capaz de hacer cosas que exceden las fuerzas humanas. Pues el que tuviese una fe semejante podría decir a este monte: “vete de aquí al otro lado, y se iría”. Y el que guiado por esta fe dijese eso mismo, confiado en que se hará y sin dudar, entonces recibe, como una gracia, esta clase de fe… El alma se representa a Dios y, en la medida de lo posible, iluminada por la fe, mira a Dios cara a cara… Adquiere, pues, aquella fe que depende de ti y te lleva hasta el Señor para que Él te dé esta otra que tiene poder sobre todas las fuerzas humanas”[6]. Esta es la solución.

Hay que tener en cuenta que la fe divina no ha llegado a su plenitud si no está animada por la caridad, por el amor perfecto a Dios y a los demás hombres como a uno mismo. La fe que da poder para hacer milagros está envuelta en el amor total, y sin amor no hay fe, por eso solo los santos son capaces de hacer milagros. Fe es sentir el amor como una realidad interior de vida divina que nos capacita para combatir los sufrimientos. Es el último mensaje que nos dejó Jesús con su muerte. El amor a la humanidad y el cumplimiento de la misión que traía del seno del Padre le impedía librarse de la muerte y contradecir a su conciencia. Podía haberse librado y hasta manifestó su deseo, pero sometido siempre a la voluntad del Padre, desistió de pedir que pasara el cáliz o que vinieran legiones de ángeles en su ayuda. Su muerte estaba unida, como triunfo sobre el mal, a la resurrección no sólo de Jesucristo, sino de toda la humanidad. Unidos a su humanidad participamos conjuntamente en su pasión mortal y en su resurrección.

Santa Luisa de Marillac nos cuenta una escena preciosa en la que nos manifiesta cómo vivió esta fe, acaso sin comprenderla, pero experimentándola. Todavía era joven, 39 años. Era el día en que Dios quería desposarse con ella. Escogida para los pobres, Dios quería celebrar el desposorio entre los pobres, y la mandó viajar hasta ellos. Pero ella se sentía enferma y débil, y anota en un diario: “En la santa comunión de ese día me sentí presionada para hacer un acto de fe, y este sentimiento me duró mucho tiempo, pareciéndome que Dios me daría la salud, con tal de que yo creyese que él podía, contra toda apariencia, darme fuerza, y que él lo haría, acordándome a menudo de la fe que hizo caminar a san Pedro sobre las aguas” (E 16).

Más que vituperar a Dios por no escuchar nuestra plegaria debemos acusarnos a nosotros mismos de falta de fe, de ausencia de amor, de no ser santos. Dios siempre atiende nuestras súplicas, porque está esperando continuamente que activemos esa segunda fe que nos ha dado por gracia y que la hagamos crecer hasta la plenitud necesaria para erradicar este o aquel sufrimiento.

Nuestra fe vacilante

No es que nuestro Padre desoiga nuestras oraciones, es que nuestra fe vacila cuando pedimos a Dios. Al vacilar pierde fuerza de actuación y se convierte en debilidad. “Si Dios quiere y no puede vencer el mal y, con su gracia, nos capacita para hacerlo nosotros, no cabe otra actitud cristiana que la de luchar contra el mal”[7]. La fe en plenitud humana y sobrenatural, a pesar de todas las calamidades, da sentido a nuestra existencia y a nuestra vida: luchar contra los males que atacan a los hombres, sobre todo a los pobres. Así desaparece la espina que tenemos clavada los cristianos porque Dios Padre permite en Siria el sufrimiento de niños y de seres inocentes.

Es curioso ver cómo algunos admiten esta realidad, dándole, sin embargo, una explicación psicológica. Así escribe Marina Mayoral: “Lo que se ha comprobado es que la creencia ejerce un influjo real sobre el organismo. No se trata de que uno se encuentre mejor sino de que la enfermedad se cura si creemos en la eficacia del medicamento… o en el poder de alguien para curar. Esto vendría a ser una explicación laica de las curaciones religiosas”[8].

Notas:

[1] Jn 2, 16; 4, 21.23; cap. 5; 6, 27ss, etc.

[2] Luis Mª ARMENDÁRIZ, “Creo en Dios Padre Todopoderoso. Tres formas de la omnipotencia divina” en SAL-TERRAE 1998, 5 págs.363-374

[3] Benito MARTINEZ BETANZOS, Ejercicios con Santa Luisa de Marillac. El Espíritu Santo, CEME, Salamanca 1998, pp. 83-98.

[4] Mt 7, 7-11; Lc 11, 13; Jn 16, 23-24

[5] Mt 8, 13; 8, 26; 9, 2; 9, 22; 9, 28; 13, 58; 14, 31; 15, 28; 21, 21-22; 16, 21.

[6] CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis quinta, n. 10 y 11.

[7]  A. TORRES QUEIRUGA, Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirmación plena del hombre, Sal Terrae, Santander 1986, pp. 143.

[8] El Semanal (8 noviembre 1998) 120.

Etiquetas:

1 comentario

  1. dinnah

    muy claro y conciso… realmente estamos bajo el amor de Dios.. y aun en lo que no comprendemos y comprendemos entendemos su proposito en nuestras vidas..

    Responder

Enviar comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

homeless alliance
VinFlix
VFO logo

Archivo mensual

Categorías

Sígueme en Twitter

colaboración

Pin It on Pinterest

Share This
FAMVIN

GRATIS
VER