Indiferencia deshumanizadora y condenatoria

por | Sep 22, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús es el «no» rotundo de Dios a la indiferencia hacia los necesitados.

La parábola del rico anónimo y el pobre Lázaro condena la indiferencia hacia los pobres y desvalidos.  No es que el hombre rico sea explícitamente injusto.  Al parecer, no le molesta que esté Lázaro tendido en su portal.  La indiferencia del rico es suficiente razón para que él merezca el infierno.

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Lo que tiene de malo la indiferencia es que ella, en primer lugar, connota deshumanización.  Según san Vicente de Paúl (SV.ES XI:561), ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él, es carecer de humanidad.  Es ser peor que las bestias.

Asimismo, el absorto en sí mismo, en sus placeres y riquezas difícilmente llega a la realización personal.  La indiferencia que resulta del ensimismamiento le dificulta a uno ser fiel a la dimensión social de la existencia humana.  Con razón, pues, no lleva nombre alguno el hombre rico.

Es mala la indiferencia, en segundo lugar, debido al abismo que ella abre.

Cierto, Lázaro está físicamente cerca del rico.  Pero aún así, no pasa desapercibido el inmenso abismo entre los dos.

Y muy marcado resulta, sí, el contraste entre el rico y Lázaro.  El primero se viste lujosamente y banquetea espléndamente cada día.  El ultimo está tendido en el suelo, cubierto de llagas. Tiene gran deseo, irrealizable probablemente, de saciarse de lo que cae de la mesa abundante y delectable.  Los perros le lamen las llagas además.

Pero no dejan de ser hermanos los que gozan de abundancia y los que nada tienen, a pesar del marcado contraste al que rehúsa hacer frente la indiferencia humana.   No dejan de tener un Padre común los ricos y los pobres, no obstante el abismo inmenso que la indiferencia abre.  No podemos despreocuparnos, pues, de nuestros hermanos necesitados, sin negar efectivamente que Dios es Padre de todos nosotros.

Así que, honrar concretamente a nuestro Padre celestial es dolernos eficazmente de los desastres de nuestros hermanos.  Es dejar a Dios por Dios, atendiendo al pobre que llama a la puerta (SV.EN IX:297).  Practicar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza, quiere decir solucionar ahora la miseria, haciendo lo que Jesús.  Él da plenitud a la ley y los profetas. Si acá hay abismo que nos aparta de los más pequeños hermanos, habrá en el más allá un abismo que nos separe de los bienaventurados.

Señor Jesús, concédenos hacer sentar a los pobres a nuestra mesa, para que luego nos hagas sentar a la mesa celestial.

25 de septiembre de 2016
26º Domingo de T.O. (C)
Am 6,1a. 4-7; 1 Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31

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