Am 8, 4-7; Sal 112, 1-8; 1 Tm 2, 1-8; Lc 16, 1-13.
«Callar por más tiempo no es prueba de moderación, sino muestra de cobardía, porque no hay menos peligro en callar siempre que en hablar de continuo”, decía san Hilario en su libro Contra Constancio, cuando aún este emperador vivía y manejaba el poder. Y Jesús describe, en este evangelio, el prototipo del corrupto. Y añade: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. Por su parte, el profeta Amós –en la primera lectura– denuncia a los que disminuyen las medidas, aumentan el precio, usan balanzas~trampa y compran al pobre por un par de sandalias.
La corrupción, con los nuevos utensilios, adquiere hoy unas dimensiones mundiales que no tuvo antes. “Los paraísos fiscales” del administrador que describe Jesús eran rudimentarios. Hoy los personajes del poder –sean partidos, gobiernos, empresas o narcotraficantes– gozan del mismo y consentido entramado. Y lo usan con engrasada sagacidad para que todo parezca legal. Mientras, los campos quedan llenos de víctimas. Y no hay donde volver los ojos que no aparezcan contubernios internacionales, nacionales o en el propio barrio.
Jesús nos advierte: “El que es honrado en lo poco importante, también es de fiar en lo importante”. La corrupción comienza por lo poco y llega a lo peor. Nadie hay “que pueda servir a dos amos… No podéis servir a Dios y al dinero”. Así en el mundo como en la Iglesia.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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