Perturbado hasta una muerte perturbadora

por | Jun 1, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

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La miseria humana deja perturbado a Jesús, y él busca que las miserias de los demás nos dejen asimismo perturbados.

Con Jesús van a Naín los discípulos y mucho gentío.  También un gentío considerable de la ciudad acompaña a una viuda en el cortejo fúnebre de su único hijo.  Todo está listo para una confrontación entre la vida y la muerte.  La «singular batalla» que sigue, sin embargo, deja al gentío no perturbado, sino sobrecogido.  Dice el relato:

 Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo:  «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros.  Dios ha visitado a su pueblo».

Seguramente, están acordándose de los profetas Elías y Eliseo.  El primero resucitó al hijo único de la viuda de Sarepta, y el último, al hijo único de una sunamita.

Pero es más estupendo todavía el combate, pues no promueve enemistades violentas como las que surjían entre los adoradores del Señor y los adoradores de Baal.  Jesús, al compadecerse de la mujer con doble porción de penas, efectivamente se declara solidario con ella y con sus conciudadanos.  El «muy perturbado», el «enojado y muy agitado» —según Juan Evangelista referente a la vuelta a la vida de Lázaro— anula la distinción entre los de Naím y los de Cafarnaúm.  Elimina todo fanaticismo parecido al de Pablo, antes de su conversión.

Jesús nos quiere detenidos en el camino cómodo de lo habitual (véase EG 33) y lo quiere perturbado a todo gentío que va con él.  Busca que los que pretendemos ser sus discípulos pasemos de la muerte a la vida por nuestro amor efectivo a los hermanos.  El amor compasivo no deja que pasen hambre los que nada tienen.  Si negligimos a los necesitados, desmentiremos la verdad sobre la muerte que lleva a la vida que se proclama en la Cena del Señor.  Según 1 Jn 3, 16:

En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros.  También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

No quiere Jesús que un discípulo suyo sea cristiano «en pintura», sin caridad, careciendo de humanidad, como lo es el que no queda perturbado ante un hermano afligido o enfermo (véase SV.ES XI:561).  Espera que los suyos nos hagamos responsables unos de otros, dándoles de comer nosotros mismos a los que preferimos despedir.  Nos capacita para proezas proféticas, las cuales no nos serán posibles, sin embargo, si no nos mantenemos responsables de los demás en los poco significantes acontecimientos de la vida ordinaria.

En pocas palabras, perturbado se entrega Jesús por nosotros.  Así nos toma del regazo de nuestra Madre Iglesia Dolorosa para entregarnos luego a ella vivos, con corazón que late, perturbado y compasivo.

Señor Jesús, haznos lo que tú:  imagen viva y perturbadora del Dios compasivo y misericordioso.

5 de junio de 2016
10º Domingo de T.O. (C)
1 Re 17, 17-24; Gal 1, 11-19; Lc 7, 11-17

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