Comparto una imagen que me hicieron llegar por las redes sociales, y que ha estado rondando en mi cabeza durante largo rato.

Al traducir textos de un idioma a otro, podemos incurrir en gravísimos errores que pueden llegar, incluso, a desvirtuar totalmente el significado original. La imagen muestra la etiqueta de una pieza de ropa, con las instrucciones para su lavado y conservación, traducidas del inglés a un español ilegible, por no decir cómico:

traduccion

Traducción correcta del inglés al español:
«Lavar a mano, no usar lejía, no usar secadora, planchar con poco calor».

 

A raíz de esta imagen, se me ocurren tres reflexiones:

  1. La más obvia: los que, de una u otra forma, tenemos que traducir textos, hemos de procurar ser lo más fieles al sentido original del texto: «La mayoría de los traductores conocen la expresión ‘traduttore, traditore que significa traductor: traidor. Todos hemos visto traducciones de mala calidad, traducciones que cambian la idea del texto original y errores flagrantes. Los traductores se convierten así en los personajes malos de la historia; los blancos a los que se ataca fácilmente. Después de todo, ¿traducir no implica simplemente tomar las palabras de un idioma y encontrar su equivalente en otro idioma? ¿Qué grado de dificultad puede presentar esto?». Lo cierto es que, en bastantes ocasiones, para traducir adecuadamente un texto hay que ir más allá de la literalidad de las palabras y buscar la expresión más adecuada en el idioma destino. En la imagen se puede ver un ejemplo de esto. Si traducir fuese una sustitución de equivalencias lingüísticas entre idiomas, los traductores automáticos serían prácticamente infalibles… pero no es así.
  2. Podríamos decir, de alguna manera y metafóricamente hablando, que todos los cristianos somos los traductores del mensaje de Dios a la Humanidad. Dios, que se ha revelado en la persona de Jesús, nos ha confiado a nosotros el anuncio del Evangelio y la construcción del Reino. Sobre nuestros hombros está la tarea de hacerlo accesible al ser humano de hoy en día, de traducir —sin desvirtuar— este mensaje eterno en las distintas culturas y medios que existen en nuestra sociedad mundial. Aunque suene poderoso, somos uno de los rostros de Dios, donde la gente puede descubrir, en nuestro amor, palabras y obras, a un Dios misericordioso y cercano. El testimonio de la fe en la propia vida es un gran medio de evangelización, desde los primeros tiempos de la cristiandad: «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar« (Hch 2, 44ss). Y una gran responsabilidad, sin duda…
  3. En Internet, en las Redes Sociales, no es difícil encontrar páginas y mensajes que hablen de la fe en Dios, del mensaje salvífico de Jesucristo y de la comunidad de hermanos que formamos la Iglesia. Desgraciadamente, en ocasiones pasa como en la anterior etiqueta: el mensaje queda ofuscado por una «pobre traducción», por poner el acento más en lo accesorio que en lo fundamental o por, directamente, mostrar la fe como algo que no es. Los creyentes que usamos las Redes Sociales o mantenemos en Internet alguna página Web tenemos una grave responsabilidad: mostrar a Jesucristo sin desvirtuar su rostro. El Papa Francisco, sin duda, nos está dando lecciones de cómo comunicar adecuadamente el mensaje al mundo de hoy, y en qué cosas hay que poner el acento: la misericordia de Dios, el cuidado del planeta, la opción por los empobrecidos, el ponerse en camino, el salir a las periferias… Y los vicencianos, por supuesto, no somos ajenos a esto: ¿En qué estamos poniendo el acento nosotros cuando publicamos algo en Internet? ¿Cómo trasmitimos el mensaje de Jesucristo desde la experiencia de Vicente de Paúl? ¿Somos fieles al mensaje original? ¿Nos acompañamos mutuamente para hacer webs más valiosas y adecuadas? ¿Nos preocupamos de nuestra formación digital?

Javier F. Chento
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