Mirada vivificadora y santificadora

por | Dic 29, 2015 | Reflexiones | 0 comentarios

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La mirada de Dios está en los humildes. Desea convertir a esclavos en hijos adoptivos. Pero, ¿cómo se acreditan los favorecidos con la mirada de Dios?

Teniendo una mirada penetrante, Dios pasa por alto a uno con impresionante apariencia. Saca de los apriscos al más pequeño, el último, de los hijos de Jesé y lo elige jefe de Israel.

El eligido no siempre se comporta conforme a la mirada del Elector. Pero a pesar de sus transgresiones, o precisamente por ellas, David sigue confiando en la misericordia y el perdón de Dios. Humilde, sabe atribuir todo éxito a la diestra de Dios y a la luz de su rostro.

Fija Dios la mirada en María; la elige madre de Jesús. Muy agradecida exclama: «Proclama mi alma la grandeza del Señor … porque ha mirado la humillación de su esclava». Más humilde queda ella, más dedicada a la solidaridad, a la oración y la reflexión.

Dios se fija en José y lo elige padre adoptivo de su Hijo. El varón justo que camina humildemente con su Dios, a su vez, se hace más obediente a las instrucciones divinas, más intuitvo.

Dios pone su mirada en humildes pastores para hacer de ellos los primeros, después de María y José, en saber del nacimiento de Jesús. Aunque desconfiados por la alta sociedad, a ellos, sin embargo, se les confía la Buena Noticia.

Y los pastores, por su parte, van de prisa a ver al niño señalado. Al verlo, comparten de manera admirable el anuncio que han recibido. Se vuelven luego «dando gloria y alabanza a Dios» por la bendición recibida mediante el Sumo Sacerdote superior a Aarón.

Todo esto deja claro que los bendecidos con la mirada de Dios demuestran auténtica su respuesta agradecida redoblando sus alabanzas del Señor, proclamando sus proezas, y haciéndose más humildes, solidarios, «misericordiosos con los demás». Así debemos aquilatarnos, que también de nuestra pequeñez se enamora Dios.

Si realmente queremos dar testimonio auténtico de que Jesús fija la mirada en nosotros, de que su nombre se invoca sobre nosotros, de que tenemos su Espíritu que nos hace clamar «¡Padre!», entonces pondremos nuestra mirada en los susodichos modelos ejemplares. Éstos nos enseñan a ver, con las luces de la fe, el rostro radiante de Jesús en los rostros de los pobres (cfr. SV.ES XI:725).

Seguiremos, sobre todo, el ejemplo del que se entrega totalmente por los pecadores, los últimos, los más pequeños y humildes. Nuestra mirada será la de Jesús, enaltecedora, y no la humillante de los que explotan, codician, afrentan, utilizan a los demás para su propio provecho.

Señor, que brille tu rostro y nos salve.

1 de enero de 2016
Santa María, Madre de Dios
Núm 6, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-2

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