2 Sam 7, 1-5. 8-12. 14. 16; Sal 88; Lc 1, 67-79.
“¿Eres tú quien me construirá una casa…?”
El rey David comunica sus intenciones al profeta Natán de construir un templo para su Dios. “yo vivo en una casa… mientras que el Arca de Yavé está en una tienda de campaña” (v2). Para David, tener una casa es tenerlo todo: descendencia, paz, prosperidad, poder sobre los demás pueblos y una tierra donde vivir. Es decir, el rey ha sido acompañado, bendecido y protegido por su Dios durante toda la vida. Así, ante su pretensión, se le hace ver que es Dios el verdadero constructor de nuestra vida. Por eso, Dios ahora le anuncia una casa (reinado) para siempre: cuando se hayan acabado tus días y vayas a descansar con tus padres, yo pondré en el trono a tu hijo, fruto de tus entrañas, y afirmaré su poder” (v 12).
Esta promesa se ha dado en Salomón y en todos los demás descendientes de David. Pero será en Jesús, hijo de David, en quien se realizará plenamente la profecía de Natán. Jesús es el verdadero templo, lugar de encuentro con Dios. Con Jesús nace el templo espiritual que somos nosotros. David puede construir un templo material, pero Dios quiere un templo espiritual. Dios quiere morar en cada uno de nosotros, en nuestro corazón. Este templo sólo puede ser construido por Él. Estamos a las puertas de la Navidad. La promesa del Salvador está a punto de cumplirse ¿Qué tanto nos hemos venido preparando para celebrar su nacimiento?
¿Qué tan dispuesto estoy para reavivar su nacimiento en mi corazón? No durmamos esta noche, hoy nace el prometido, el Salvador.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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