Atravesando alegrías y pesares

por | Nov 11, 2015 | Reflexiones | 0 comentarios

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33º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de Ross Dizon)

Dan 12, 1-3; Heb 10, 11-14. 18; Mc 13, 24-32

Está sentado a la derecha de Dios (Heb 10, 12)

Jesús es nuestra esperanza.

En tiempos difíciles, dolorosos y fracasados, somos tentados a desesperarnos incluso del futuro de la humanidad. Pero a veces, se nos tienta, gozosos y orgullosos de nuestros éxitos y de los adelantos científicos, a presumirnos de que inevitablemente llegue hasta el cielo la torre proyectada.

En medio de los tentados se pone Jesús. No quiere que pequemos por  desesperación. Ofuscarnos «por el pesimismo y por el pecado» no concuerda con nuestra forma de ser como personas salvadas en esperanza.

Tampoco corresponde con nuestra forma de ser la presunción «de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer» (Spe Salvi 42). De tal pretensión presuntuosa nacen «las más grandes crueldades y violaciones de la justicia». Que tan fácilmente pueda el egoísmo estropear lo bueno que hay en las cosas, en las ciencias también, esto queda ilustrado en la parábola del rico necio.

El que viene a auxiliarnos es la Esperanza de Israel (Hch 28, 20). Él infunde esperanza: le siguen enseguida los primeros discípulos; se presenta ante él población entera, en espera de una curación u otra; van tras él hasta el desierto miles de gente, esperando ver sus signos y oír sus enseñanzas.

Nos enseña a no afanarnos por nuestras necesidades, a confiar en nuestro Padre celestial que sabe qué cosas necesitamos y nos las propiciará seguramente, tan providente que es, y tan poderoso que realiza lo imposible para los hombres. Y se espera de los que esperamos en la Providencia que vendamos sin miedo nuestros bienes y demos limosna, que no demos culto al dinero.

Pero Jesús enseña sobre todo ejemplificando la vida dedicada primera y totalmente al reino y la justicia de Dios. Se despoja de todo, haciéndose pobre para enriquecernos. Tan patente es su confianza en Dios que más adelante se servirán de ello los dirigentes religiosos para burlarse de él: «¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora».

Y el Justo hasta el fin tendrá puesta su esperanza en Dios: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Su desenlace comprobará que realmente quien espere en Dios, sin desesperación ni complacencia vana y presuntuosa, «vivirá siempre bajo la protección de Dios» (RCCM II, 2; XII, 3). Sabrán que las tribulaciones y las tinieblas señalan y dan paso a la visión del glorioso Hijo del Hombre.

Llegaremos los hombres al desenlace esperado solo si seguimos el camino del Siervo Sufriente. Esto lo deja claro la Eucaristía, conmemoración de la pasión de Cristo y prenda de la gloria futura.

Señor, concédenos la esperanza que nos dé la capacidad de recuperación.

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