Familia Vicentina, providencia para el siglo XXI

por | Ago 28, 2015 | Familia Vicenciana | 0 comentarios

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Siempre que leo la carta de santa Luisa de Marillac a san Vicente de Paúl, contándole el viaje que realizó a Nantes para instituir una comunidad de Hijas de la Caridad en el Hospital de San Renato, me impresiona este párrafo: “Al reflexionar en la forma en que se ha llevado a cabo este establecimiento, tengo muchos motivos para decir, con toda verdad, que ha sido la divina Providencia la que ha intervenido sola, no teniendo yo ningún conocimiento, al ir allí, de lo que había que hacer, y puedo decir que veía lo que había que hacer a medida que se hacía, y que en las ocasiones en que me hubiera podido ver más apurada, la misma Providencia disponía que encontrara, sin haberlo previsto, aquellas personas que podían ayudarme (c. 171). Me impresiona porque deduzco que en la actualidad la Providencia se vale de la Familia Vicentina para poner justicia, amor y paz en el mundo de los pobres y convertirlo en un Reino de Dios.

Pero ¿qué hace la Familia Vicentina, como instrumento de la Providencia, para humanizar este mundo desorientado? Porque, si nuestro carisma es ayudar a los pobres con humildad, sencillez y compasión, el carisma de la Familia vicentina es actual y no ha perdido novedad. Lo que el Espíritu reveló a san Vicente, a santa Luisa y al beato Ozanam era algo evangélico y, por lo tanto, no era transitorio, sino permanente. Implantar el Reino de Dios en el mundo de los pobres es una necesidad urgente hoy día.

Y si la Providencia actúa siempre en presente, la situación del hombre de hoy apremia a la Familia Vicenciana a hacer nuevos planteamientos de la vida: necesitamos unas actitudes, unas ideas y unas estructuras más innovadoras, pues a veces parece que nos hemos acartonado. ¿Nuestras obras actuales causan admiración en las gentes? La Iglesia actual nos pide nuevas actitudes y nuevas actividades, porque el mundo cambia veloz y exige nuevas respuestas. Y cuando vemos el cambio que pretende el Papa Francisco en la Iglesia para acudir a las periferias nos confirmamos en que la presencia de la Familia Vicenciana aún es necesaria en esas periferias.

Signos de innovación y fuerza de choque

Es fácil pensar que las distintas ramas de la Familia Vicentina no pueden hacer mucho para aliviar la situación de pobreza, que el remedio es social, a gran escala y de política de estado. En alguna medida es cierto. Pero conviene no confundir los resultados con la responsabilidad individual, esa fuerza del corazón convertida en fuerza de choque para innovar la sociedad y empuja a un compromiso en favor de los demás.

La tuvo san Vicente de Paúl en 1617 cuando descubrió la pobreza y el hambre de los campesinos y fundó las Caridades de Señoras (AIC). Se fijó también en la miseria religiosa de esos campesinos y fundó la Congregación de la Misión para evangelizarlos. Años después vio con santa Luisa de Marillac que los campesinos, además de hambre material y espiritual, tenían hambre cultural, que necesitaban escuelas y ambos fundaron las Hijas de la Caridad para que llevaran gratuitamente esas escuelas.

En 1833 en el barrio Latino de París un hombre maduro, Manuel Bailly, y seis jóvenes universitarios[1], viendo la explotación que se hacía de los pobres obreros en una sociedad que comenzaba a industrializarse, decidieron pasar de las palabras a la acción, creando las Conferencias de San Vicente de Paúl con el apoyo de una Hija de la Caridad, Sor Rosalía Rendu. La organización adoptó a San Vicente de Paúl como patrono, inspirándose no solo en la obra de aquel Santo sino también en su espíritu[2].

El Espíritu de la Familia Vicentina

También hoy todos los que queremos continuar la obra de san Vicente, santa Luisa y el beato Ozanam tenemos en nuestras manos el espíritu vicentino convertido en fuerza de choque. Una fuerza profética que nos da el Espíritu de Jesús para enfrentarnos a una sociedad en la que una minoría poderosa se enriquece mientras una mayoría oprimida se empobrece cada vez más, aumentando la diferencia entre ricos y pobres. En nuestras manos está debilitar, o al menos protestar, las causas de la deshumanización moderna, si no queremos ser cómplices de las injusticias empleadas con los débiles de la sociedad. La Familia Vicentina tiene que ser, como en tiempo de san Vicente y del beato Ozanam, una fuerza de choque y un shock que despierte a la sociedad del letargo en que está sumida con relación al modo de considerar y tratar a los pobres. La tarea no es fácil, porque tenemos que enfrentarnos a un sistema ya establecido que favorece a los poderosos y donde los políticos ya no nos necesitan, prefiriendo crear y fomentar sus propias instituciones benéficas en busca de votos.

Pero los pobres sí necesitan nuestro servicio humanitario. Lo que necesita la gente humilde es que se respete su dignidad, lo que echa de menos la gente sencilla en el servicio que se les da es el espíritu de la Familia Vicentina que, por su historia y su naturaleza, está en una situación inmejorable para poner en jaque a la sociedad entera y a cada hombre particular para que considere a los pobres como amigos y contemple a Jesucristo en ellos. Y si estamos revestidos del mismo espíritu de Jesucristo, los pobres le verán en nosotros.

La humildad tolerante, la mansedumbre sencilla, la caridad compasiva y cordial suenan a virtudes arcaicas. Puede ser que sus nombres lo sean, pero su ejercicio es tan moderno como el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de la persona de cualquier necesitado, como el diálogo, la libertad y la promoción integral de la persona.

El servicio vicentino es servicio de justicia y caridad

Es un servicio vinculado a 1a defensa de los derechos humanos, empezando por denunciar el orden social, económico, cultural… del que provienen los pobres. La Familia Vicentina tendrá que denunciar con inteligencia y fuerza las violaciones de los derechos humanos que de un modo u otro se realicen en el mundo, asumiendo las leyes para superarlas desde dentro. Pues el servicio vicentino es un servicio de justicia. No se trata de ayudar desde arriba a los necesitados, sino de abrirles un camino para que ellos mismos puedan recorrerlo, ayudándolos, si lo necesitan, a liberarse y transformarse. No somos nosotros los que los liberamos, son ellos los que se liberan, descubriendo y realizando de manera autónoma el sentido de su vida. Nosotros les ofrecemos un contexto humano y unas condiciones sociales apropiadas. Aunque cambien, siempre habrá pobres, si no cambia el conjunto social hacia otra situación donde la vida tenga sentido y ellos puedan realizarla.

Es un servicio de reinserción humana. El pobre no tiene que verse obligado a vivir siempre en lucha y discriminación. La Familia Vicentina solo cumplirá su tarea pastoral si acoge a los pobres de las periferias que trabajan por su libertad. No basta con crear un pequeño hogar donde algunos pobres vivan resguardados por un tiempo. Tiene que cambiar la sociedad. La pobreza y la periferia, dice el Papa Francisco, no es solo problema para los pobres sino para toda la sociedad que, al menos en gran parte, crea pobres para marginarlos. Por ello, el objetivo inmediato y urgente que asumen los vicentinos es dar vida a un programa de cambio social intenso.

Es un servicio de encarnación. La Familia Vicentina no espera a que vengan los pobres, va a buscarlos. Quien pretenda ayudar a los pobres debe adentrarse en su mundo y ver lo que sucede allí conviviendo con ellos. Cercanía y presencia, porque la sociedad tiende a separar a las persona y a los grupos de ingresos bajos. Es estar atentos a la debilidad de unos seres humanos, desde el lugar donde crece la pobreza y poner un signo de esperanza evangélica.

Este es el sentido y la hondura del servicio vicentino que implica ser un amigo que redime. Sólo redime de verdad quien está dispuesto a ofrecer algo propio en favor de los pobres, llegando hasta «morir» en el sentido profundo que les propone Jesús a los apóstoles en la última Cena. Es la exigencia del sacrificio cristiano y del servicio vicentino.

Es un servicio de gratuidad. El mundo secular puede hacernos olvidar el sentido de la gratuidad tan necesario en el servicio a los excluidos. Con el auge de la sociedad de bienestar, se respira el aire que domina a las empresas mercantiles, poniendo en primer lugar la eficacia y la productividad, remarcando el valor del esfuerzo humano y debilitando el gran valor imprescindible en la vida del vicentino: servir a los pobres de parte de Dios. El servicio es un don y un regalo gratuito a esta sociedad mercantilizada. Si en la sociedad moderna se ha implantado la cultura de la productividad, el testimonio del servicio gratui­to tiene que convertirse en un medio moderno de evangelizar.

Es un servicio de amistad. Solo la experiencia de amistad puede ofrecer esperanza de vida y deseo de futuro a muchos que viven solitarios y aislados en su ámbito de pobreza. Quienes se revisten del espíritu de san Vicente han de ser hombres y mujeres capaces de ofrecer su amistad a los pobres, con un servicio de acogida que dé amor al otro dentro de nuestra vida. Eso es la amistad. No podemos pedirle al pobre que cambie si no nos ve como a amigos.

Es un servicio de diálogo, de palabra escuchada y compartida. Si somos sus amigos, hablamos y escuchamos, y así les damos dignidad elevándolos a nuestro nivel para que se sientan valorados y útiles al ver que no consideramos banales las ideas que proponen. El vicentino escucha y responde, ofreciendo a los pobres un espacio compartido en amistad humana y ofreciéndoles posibilidades de libertad, confianza y madurez humana. Que el pobre se pueda descubrir valorado y pueda desplegar su vida, trabajar y dialogar con los demás. Eso es amistad.

Es un servicio corporal y espiritual. Los fundadores nos pusieron como lema, servir al pobre corporal y espiritualmente. Quienes asumimos su espíritu debemos descubrir que los pobres piden salir de la pobreza material, pero también piden justicia, educación… y hasta escuchar la Palabra de Dios. Jesús curó a los enfermos abriéndoles un camino de fe y de confianza en Dios desde el fondo de su vida. Los pobres tienen que vernos, decía santa Luisa y recientemente Pablo VI, como el rostro humano de la bondad y misericordia de Dios sobre la tierra. ¡Que hermoso sería que los pobres pudieran participar con el resto de la comunidad en el amor fraterno de la eucaristía! Si la iglesia dejara de orar por los pobres dejaría de ser cristiana. Pero no basta la oración por ellos. Es preciso orar con ellos y desde ellos, descubriéndoles que su vida tiene sentido.

Profetas vicentinos

La Familia vicentina tiene necesidad de estar integrada por contemplativos en la acción, por profetas con todo lo que exige escuchar a Dios el mensaje que debemos anunciar a los hombres: denunciar las injusticias y abrir nuevos caminos, de esperanza. Ser profetas nos exige ejercer un papel de ejemplaridad y de innovación.

Papel de ejemplaridad

La Familia Vicentina tiene el papel de ejemplaridad ante la Iglesia y el mundo, en el sentido de que guarda el carisma vicentino de seguir a Jesús, sirviéndole en los pobres en humildad, sencillez y caridad. Es decir, mostrando al mundo que es de Dios, que lleva vida de oración y habla de Dios; que no es únicamente una ONG dedicada exclusivamente a un servicio material, sino también a un servicio espiritual.

Papel de innovación

Pero también debe ejercer un papel de innovación para el mundo y para la Iglesia, porque esa fue la característica de san Vicente en el siglo XVII y de Ozanam en el siglo XIX: abiertos siempre a nuevos hallazgos y a nuevas situaciones, que tantas vocaciones atraía hace mucho, como es ir a los lugares y a los necesitados a donde no llega el Estado. Y esto induce a pensar que no hay crisis de vocaciones, sino de misión profética, de saber para qué existimos y dónde y cómo ejercer nuestra misión. ¿Las gentes ven creatividad en el seguimiento de Jesús y en la búsqueda de nuevas maneras de servir a los nuevos pobres? Si profetizar al estilo de Isaías sería anacrónico, presentarse de parte de Dios, viviendo y sirviendo de la misma forma que hace medio siglo, tampoco atrae a nadie a incorporarse al profetismo de la Familia Vicentina.

Autor: Benito Martínez, C.M.
Fuente: el propio autor.

Notas:

[1] Federico OzanamAugusto Le TallendierFrancisco Lallier, Pablo Lamache, Félix Clavé, Julio Devaux.

[2] Ver Francisco Javier FERNANDEZ CHENTO, Infancia y juventud de Federico Ozanam (1813-1840), Introducción a Correspondencia de Federico Ozanam, Tomo I: Cartas de juventud (a modo de manuscrito, está en la imprenta, de próxima publicación —diciembre de 2015—. Se podrá obtener en http://www.ozanam.info).

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