Actualizar La Familia Vicentina

por | Ago 21, 2015 | Familia Vicenciana | 0 comentarios

El cristianismo en un mundo en confusión

A partir del final de la Segunda Guerra Mundial (1945), todo el mundo creía que no había nada que no estuviera al alcance del hombre, ni siquiera la luna a la que llegó en el verano de 1969; daba la sensación de que la sociedad había logrado su autonomía sin necesidad de religiones. El mundo quedaba dividido en dos bloques: liberalismo y socialismo; y los creyentes tenían que comprometerse por uno u otro, pero subordinando la fe a las realidades terrenas, pues la religión es algo privado que ya no inspira el orden en la sociedad, y hasta puede ser considerada como un obstáculo para el progreso.

Este alejamiento de la religión llevó al Concilio Vaticano II a proponer modernizar el cristianismo. La secularización, en buen sentido, entró de moda y se comenzó a hablar de inculturación. En el Concilio se juzgó al mundo con optimismo y se esforzó en formular el mensaje de Cristo en un idioma propio de la sociedad secular, especialmente en lo referente a la justicia y a la defensa de los derechos humanos, y se formuló el aggiornamento o “puesta al día” de la Iglesia.

En diciembre de 1965 termina el Concilio Vaticano II, en mayo de 1968 explota en Paris la Revuelta de estudiantes, en octubre de 1973 aparece la crisis del petróleo, en setiembre de 1978 es elegido Papa Juan Pablo II. Para ciertas corrientes de la Iglesia estos sucesos señalan el final de la modernidad, caracterizada por la emancipación de la razón ante la fe. El mundo ha dejado atrás la era industrial de la máquina para entrar en una nueva época de cibernética, biogenética, informática… que ha transformado la sociedad.

Con el Papa Juan Pablo II la Iglesia dio un giro radical, tratando de cristianizar la modernidad y no de modernizar el cristianismo. Ya no vale el aggiornamento sino la “nueva evangelización”, porque la modernidad ha fracasado y hay que volver a los “fundamentos” de la religión para salvar la sociedad. Pero ¿qué es la nueva evangelización?, porque toda evangelización tiene que ser nueva cada día y siempre lo ha sido, de lo contrario no sirve, no vale. Todos los grandes pastores, entre ellos san Vicente de Paúl, han hecho nueva evangelización; es lo que se llama creatividad.

Juan Pablo II se inclinó a cristianizar la modernidad, reafirmando los valores católicos y en su apoyo han surgido movimientos religiosos, algunos de ellos considerados integristas. Ciertos grupos han sabido hacerse numerosos adeptos entre jóvenes, graduados, técnicos y capas educadas de la clase media, construyendo una identidad estrictamente católica y desempeñando una función de primer orden en la defensa de las orientaciones dadas por Juan Pablo II, con una capacidad singular para sacar a la luz las anomalías y los contravalores de la sociedad. Se rebelan contra la organización social que ha abolido el fundamento sagrado y le achacan que al echar a Dios de la vida ha sido incapaz de crear valores sociales. Falta el fundamento religioso, falta Dios.

Son movimientos con dos objetivos. Primero, intentan desde abajo establecer comunidades de creyentes que pongan en práctica los preceptos de la fe testimoniando que es posible otra forma de vida. Segundo, intentan presionar al poder político para que cambie la organización social desde arriba. Y no es raro que muchos líderes políticos quieran apoyarse en la religión e integrarla en su sistema ideológico para dominar la sociedad con un lenguaje cautivador, como progresismo, democracia, justicia, defensa de los débiles.

La preocupación por dar predominio a lo espiritual sobre lo mate­rial, lleva tiempo cuajándose en el mundo civil. Desde aquella frase que lanzó André Malraux “el tercer milenio será espiritual o no habrá milenio”, otros muchos intelectuales han trabajado por mantener viva la idea. En 1992, J. Delors volvió a explicitar esta inquie­tud: «Si en los diez años que vienen no hemos conseguido dar un alma, una espirituali­dad, un signifi-cado a Europa, habremos perdido la partida». Pero solo en 1997 se reconoció oficialmente —con presupuesto modesto— el programa «dar un alma a Europa».

Y acontece no sólo en el catolicismo, sino también en el protestantismo, judaísmo o islamismo. Pero, a diferencia del islam practicado en la vida diaria por una mayoría de sus creyentes, los católicos encuentran tres escoyos: una indiferencia sin precedentes ante la fe, sobre todo entre los jóvenes, el uso de un vocabulario eclesial cuyo sentido desconoce la juventud mayoritariamente descristianizada y un descenso considerable de vocaciones religiosas y sacerdotales. Y surge una pregunta: si la Iglesia es Pueblo de Dios y las vocaciones sacerdotales escasean ¿cómo definir el papel y la importancia de los laicos en la Iglesia?

Los dos grandes problemas del mundo

Aparecen en el mundo grandes problemas a los que la Iglesia católica debe dar respuesta: uno es la crisis social mun­dial causada por la globalización que pretende unificar los mercados en favor de un número pequeño y selectivo de afortunados, mientras la inmensa mayoría de personas padece sufrimiento y marginación. El gran problema en el mundo actual es la desigualdad económica y social: la superabundancia escandalosa convive con la pobreza absoluta. La sociedad dual es hoy más clara que nunca: por un lado, los excluidos que nada tienen, y por otro, el resto; aunque entre estos haya un grupo selecto de unos pocos que tienen todo y forman su mundo aparte.

Otro es “el problema de las migraciones”, especialmente del islam, la invasión de los pueblos del tercer mundo a la conquista del occidente, donde piensan que está el bien-estar, como en otros siglos lo hicieron otros pueblos en busca de tierras fértiles. Existe un enfrentamiento profundo entre la cultura occidental y el islam. Para los musulmanes, occidente ha sido y es aún el dominador que les ha quitado la independencia y el explotador que les arrebata la fuente de la riqueza actual, el petróleo. Y además, el occidente que les ha subyugado vive una cultura sin religión, son infieles materialistas. La Familia Vicenciana se integra en la Iglesia, y la Iglesia aparece ante los países pobres como sospechosa de participar de los intereses económicos y de la cultura explotadora de occi­dente.

Ante este panorama muchos católicos vivían desilusionados, pero el Papa Francisco ha engendrado muchas esperanzas, también en la Familia Vicentina, para intentar resolver los muchos desafíos que nos depara este siglo y actualizar nuestras Instituciones.

Nueva etapa en la historia de la Familia Vicentina

Si comparamos el pasado con la situación actual, concluimos que ha llegado una nueva etapa también en la historia de la Familia Vicenciana. Hoy día cualquiera de sus miembros está indefenso, humanamente hablando, ante las nuevas culturas y situaciones del mundo moderno. En la sociedad actual el vicentino ya no encuentra nada social o religioso en qué apoyarse. Hoy tiene que ser fuerte, sostenido sólo por su fe. En medio de un mundo incrédulo su proyecto de servir a Jesucristo encarnado en el pobre causa irritación, burla o desprecio. Y si el objetivo de servir a los pobres es aceptado, queda nublado por el hecho de encontrar también seglares sin fe que se ocupan de lo mismo.

Una Institución tradicional y creativa

Algunos vicentinos ven ciertos aspectos institucionales que no les agradan y piensan que la Familia Vicentina se ha desviado de sus orígenes. Otros ven acomodadas a sus distintas ramas y que no responden a los retos de la sociedad actual. Pero unos y otros la aman por ser útil a los pobres. Pero “amarla es aceptarla con todo lo positivo que hay en ella y sin asustarnos ni desencantarnos de lo negativo. No conviene idealizarla tanto que perdamos de vista que está constituida por seres humanos y nos escandalicemos de sus fallos”[1].

¿Qué postura tomar? Ni tomar unicamente la postura de conservarla como hasta ahora ni cambiarla para acomodarla, sin más, al mundo que vive cada época. Los Vicentinos que buscan el cambio recelan de la dinámica de conservación. Temen que la institución se estanque, se haga arcaica, deje de ser creativa y se anquilose, y piden que sea una institución apta para servir hoy día a los necesitados. Lo contrario es involución, es miedo a cualquier innovación, es no fiándose de la madurez de sus miembros. Los Vicentinos que defienden la conservación, por su parte, tienen miedo a perder su identidad, y a que la Familia Vicenciana se convierta en una ONG cualquiera; temen que esas novedades los asemejen a otros grupos sociales sin objetivos cristianos.

La actualización compete a todos los miembros

Las distintas ramas de la Familia Vicentina no han nacido para conservarse como una joya en una caja fuerte. Las dos dimensiones se necesitan y deben acoplarse. Olvidar la tradición es perder la identidad y dejar de ser vicencianos; no actualizarse es incapacitarse para servir hoy a los pobres, es acomodarse. Hay que acoplarlas, pues la tradición no puede ser arcaica, sino viviente; no es hacer lo mismo que hicieron los primeros vicentinos y del modo como lo hicieron, sino asumir la misma inspiración que los llevó a seguir a Cristo servidor de los pobres.

Si fue el Espíritu divino quien fundó las distintas ramas de la Familia Vicentina y sigue conduciéndolas a través de la vida, es lícito aplicarles lo que el Concilio Vaticano II asigna a la Iglesia: que el Espíritu Santo la guía y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos y la renueva incesantemente (LG 4). Ahora bien, cuando se dice que el Espíritu Santo unifica y dirige las ramas de la Familia Vicentina, se entiende que dirige y alienta a los Consejos, a los presidentes, a los superiores y a los miembros particulares según su función y su puesto.

Erróneamente creemos que todas las iniciativas deben proceder de la autoridad y descargamos en ella nuestra conciencia. No somos creativos y nos disculpamos, traspasando las obligaciones a los Consejos, presidentes y superiores, a pesar de ser nosotros quienes estamos entre los pobres, los que descubrimos sus necesidades y los que damos las soluciones. Los Consejos confirmarán los caminos que abramos nosotros, si ven en ellos las huellas del Espíritu para resolver los conflictos que originan los cambios sociales.

Asimismo hay que tener en cuenta, al hablar del deterioro interno de las distintas ramas, que su buen funcionamiento está en manos de todos sus miembros y no sólo de las autoridades. Convendría tener presente lo que acertadamente viene a exponer Sor Juana Elizondo en la misma carta circular: que la Institución «no es un cuerpo independiente de sus miembros, sino formado por ellos; dichos miembros deben trabajar por su existencia, su construcción, su evolución y su perfección. Nada se consigue con criticarla y sembrar la desesperanza, al contrario, podemos con ello contribuir a un deterioro mayor. San Vicente se lamenta de aquellos que, en lugar de amarla, la descuartizan… Y recomienda amarla y preferirla, como se ama y se prefiere a la propia madre aunque sea legañosa». Sin embargo, amarla y preferirla no elimina los fracasos y las dificultades, que se encuentran en el camino. Necesitamos de una manera firme y constante la fuerza del Espíritu Santo que se nos ha dado.

Escasez de vocaciones

El número de jóvenes que quieren integrarse en un movimiento vicenciano ha disminuido enormemente y puede llevarnos a deducir que los movimientos vicentinos ya no le sirven a la juventud actual. Los jóvenes para ayudar a los pobres tienen infinidad de instituciones, movimientos y ONG de toda clase, cristianas y no cristianas, con encuentros de formación, pastoral y campo de trabajo. Sería maravilloso aprender de esas instituciones o grupos facetas que pueden ayudarnos.

No hay crisis de vocaciones, lo que hay es crisis de respuestas a las cuestiones que presentan los jóvenes. La juventud es sincera, atrevida, audaz, aunque a veces se muestre precipitada, y a ultranza quiere defender a los pobres, su dignidad y sus derechos humanos. La encandila lo que ha declarado el Papa Francisco: que la Iglesia y la Familia Vicentina estén en las periferias. Sin embargo, las ven unidas a los pudientes y defensoras de la política de los ricos. Ven que, cuando aparecen las naciones poderosas, su voz es bastante débil en lo que se refie­re a la cuestión ecológica. En teoría defienden la democracia y la igualdad de hombres y mujeres, pero en su organización interna no se res­peta mucho la democracia ni tampoco hay mucho espacio para las mujeres en la jerarquía de la Iglesia. Muchos de ellos sienten la inquietud religiosa y buscan al Dios-Jesucristo y experimentarle en la oración y en el servicio de los pobres; buscan sencillamente una vida espiritual, y nosotros queremos darles respuestas materiales.

Ciertamente a muchas cuestiones no podemos darle respuesta apropiada, pero no podemos vivir como si no existieran. A pesar de haber vivido hace veinte siglos, Jesús parece más actual y moderno que la Familia Vicentina. Responde mejor a las angustias, conflictos y esperanzas de los jóvenes de hoy.

Conclusión final

Aunque es cierto que la Familia Vicenciana sólo tiene realidad en las diferentes ramas, en sus Consejos y Provincias y en los miembros, que son los que la sustentan y la hacen universal, es arriesgado amar tan sólo al propio Consejo, a la comunidad o a la Provincia. Todas las Ramas, los Consejos, Comunidades y Provincias unidas forman la Familia Vicentina. Todos los miembros de las diferentes Ramas se sienten animados a participar en todos los afanes y alegrías de la Familia Vicentina en todo el mundo. Afanes ciertamente que pueden exigirnos esfuerzos y contribuciones materiales y espirituales, pero también nos entregan la alegría de sentirnos Iglesia universal, recibiendo como nuestro los bienes materiales y espirituales de todos los miembros. Cada uno trabaja y sirve en el mundo entero por medio de sus compañeros y compañeras. Vaya donde vaya, encontrará un Consejo o una comunidad que le acogen como amigo, como uno de los suyos.

Autor: Benito Martínez, C.M.
Fuente: el propio autor.

Notas:

[1] Sor Juana Elizondo, carta circular del 2 de febrero de 1999 a las Hijas de la Caridad.

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