La unión y la colaboración en san Vicente y sus luces para nuestro hoy

por | Jun 20, 2015 | Formación | 0 comentarios

Oí en un debate, durante la Asamblea Internacional de la AIC-2011, una idea que me ha ayudado mucho. Pienso que esta idea puede ayudarnos también a entender la experiencia de colaboración desarrollada por San Vicente, y que debería existir hoy entre nosotros. Decía el conferenciante: “cuando hablamos de acciones contra la pobreza, identificamos las necesidades de la persona y buscamos una respuesta. Desde mi punto de vista, creo que sería necesario invertir la noción de la palabra necesidad y llegar a decir a la persona te necesito, te necesito para construir algo juntos. Esta es la mejor manera de ayudarla a  ponerse en pie. Una foto ilustra bien esto: El Abate Pierre decía que su primer compañero fue una persona que quería suicidarse. Le dijo el Abate: Haga lo que quiera, pero yo le necesito para construir una casa, y él se convirtió en su primer discípulo[1].

“¡Yo os necesito!” Necesito vuestra colaboración para construir juntos una obra.  Así experimentó San Vicente su relación con Dios, con las personas y con los pobres y, a partir de ahí, cambió su vida, junto con  muchas personas colaboró con Dios en la gran obra de misión y caridad con los pobres. De igual modo, hoy nosotros estamos también invitados a hacer esta experiencia de necesitar a los pobres, necesitar unos de otros, para continuar la gran obra vicenciana.

I – La Experiencia de San Vicente: “¡Yo os necesito!”

Pobre que no quería ser pobre. San Vicente anduvo algún tiempo de su vida buscando una buena posición social. Preocupado por las financias e intereses propios, experimentó fracasos y decepciones. En la medida en que se abrió a la colaboración de los unos y los otros, su vida se transformó y se tornó muy fecunda. Veamos algunos ejemplos:

1. San Vicente delante de los pobres: “¡Yo os necesito!”

Los pobres fueron el camino que llevó a San Vicente al encuentro consigo mismo y con Dios. Como capellán de la Reina Margarita, el contacto con la muchedumbre hambrienta le ayudó a percibir la verdadera realidad de su tiempo y a preocuparse por la desigualdad social reinante en Francia. En Clichy, la experiencia pastoral con el pueblo pobre le ayudó a descubrir la verdadera religión. En Folleville y en Chatillon, los pobres pastoralmente abandonados y socialmente hambrientos le posibilitaron el descubrimiento de las profundas llamadas del Evangelio y del sentido de su ministerio sacerdotal. Conoció y escuchó los gritos externos e internos de los pobres de su tiempo. Dejó que esa realidad le tocase el corazón. Aprendió que la realidad dolorosa de los campesinos marginados, de los esclavos de las galeras, de los niños abandonados, de los enfermos sin asistencia, de los pobres hambrientos, constituía un grave desprecio a la dignidad humana de los hijos de Dios. La realidad, y sobre todo la realidad de los pobres más abandonados, le manifestaron el poder revelador y transformador de su persona y de sus compromisos.

En la escuela de los pobres, San Vicente trascendió la comprensión de la fe cristiana como mera adhesión a verdades abstractas, captó y discernió en la realidad concreta las llamadas de Dios, presentes en los clamores de las personas que sufrían, abandonadas y excluidas. Entendió que los pobres eran víctimas de un régimen socio-político-económico que los hacía padecer los efectos nefastos, sobre todo del hambre, la peste y la guerra. Y contra los que consideraban a los pobres como superfluos, que deberían estar recluidos para mantener el orden y limpiar las ciudades, San Vicente vio en los pobres la imagen de Cristo desfigurado, vio la dignidad de hijo de Dios desfigurada. El pobre se constituyó en un maestro que le mostró la fe comprometida con la práctica de la misión y de la caridad, y en un colaborador indispensable para el trabajo de la colaboración y de la caridad – expresión máxima de esta colaboración de los pobres encontramos en las Hijas de la Caridad, jóvenes campesinas pobres, reunidas y formadas para el servicio de la caridad.

La percepción de los clamores de los pobres presentes en la realidad, asumidos en una actitud activa de compasión humana y cristiana, llevó a San Vicente a la acción afectiva y efectiva de servicio a los pobres, a través de una intensa acción misionera y caritativa. Con los pobres, por los pobres y para los pobres, se abrió, con generosidad y creatividad, a las múltiples llamadas de la realidad, y ninguna miseria humana le fue indiferente.

2. San Vicente y la colaboración de los laicos: “¡Yo os necesito!”

En Chatillon, ante una familia en grave estado de abandono y de hambre, San Vicente hizo una llamada a los fieles para socorrer a esta familia. Con la colaboración de los laicos, en particular de las mujeres, comenzó la obra de las Cofradías de caridad. De vuelta a los Gondi, después de su experiencia misionera en Folleville, continuó con el incentivo y la valiosa ayuda de Madame de Gondi, para iniciar la obra de las misiones y fundar la Congregación de la Misión. Dado el aumento del servicio de los pobres y  las limitaciones de las Señoras de la alta sociedad, supo acoger la colaboración de Luisa de Marillac y de la humilde joven campesina Margarita Naseau, y así nació su iniciativa quizás más innovadora, la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Estos tres acontecimientos ilustran la gran importancia de los laicos, especialmente de las mujeres, en la obra vicenciana.  Es grande la lista de los laicos, sobre todo de las mujeres que rodearon toda la vida y trabajo de San Vicente. Esta colaboración le llevó a percibir y destacar el papel y la importancia de los laicos en la misión de la iglesia. Estos tienen una vocación divina de participación en la misión de Cristo y no deben ser meros receptores pasivos, sino, más bien, deben actuar en la vida y trabajo de la Iglesia con la palabra y las acciones. Y, dentro del ministerio laical, San Vicente tuvo especialmente con las mujeres una relación fundamental para su trabajo misionero y caritativo. Como colaboradoras y mantenedoras, es notable y decisiva la presencia de innumerables mujeres en la obra vicenciana de servicio a los pobres de la ciudad y del campo. Hasta entonces, marginadas social y eclesialmente, las mujeres fueron reconocidas y promovidas  en sus valores y cualidades, y tuvieron una participación decisiva en la organización de la caridad y de la evangelización.

3. San Vicente y sus compañeros de misión: “¡Yo os necesito!”

Después del primer sermón de misión de San Vicente, en Folleville, fue preciso recurrir a la ayuda de los jesuitas de Amiens para atender a las confesiones. Durante las innumerables llamadas y necesidades de las misiones, buscó inicialmente colaboradores ocasionales entre conocidos del clero de París, y descubrió que sólo poco podía hacer. En 1625, San Vicente se asoció con unos sacerdotes, para la obra de las misiones, dando comienzo a la Congregación de la Misión.

El encuentro con la necesidad pastoral de los pobres fue un punto de partida para la fundación de la Congregación de la Misión. Esta nació no desde un proyecto preconcebido, sino como respuesta a las necesidades misioneras leídas a la luz de la fe. Surgió como un proyecto de colaboración entre sacerdotes para la misión. Las llamadas de Dios en la realidad llevan a las personas a sumar fuerzas y a colaborar entre sí. San Vicente supo leer esas llamadas y organizar a las personas para un proyecto misionero conjunto, de cooperación mutua, como “amigos que se quieren bien”.

La actitud de apertura de San Vicente para la colaboración de los otros y con los otros se manifiesta también en la configuración de la Congregación de la Misión. Después de la experiencia de muchos años, la Congregación se organizó y tuvo su estructura jurídica, comunitaria y misionera definitiva (en 1658, unos treinta y tres años después de su institución, es cuando tiene sus Reglas definitivas). Pasó por un proceso de estructuración, que recogió lo aprendido del trabajo misionero y la colaboración de sus miembros y de muchas otras personas. El resultado de esta colaboración, bajo la inspiración y coordinación de San Vicente, posibilitó la Congregación, un estilo original de vida misionera, con prácticas, estructuras y espiritualidad propias.

De nuevo, la Congregación se tornó instrumento y espacio de colaboración para la misión. San Vicente describía la Compañía como “pobres misioneros que vivimos simplemente con el único propósito de servir a las pobres gentes del campo.”  Y fue gracias a esos pobres misioneros congregados, en colaboración con tantas otras personas, que la evangelización de los pobres se extendió por toda Francia y por otros países, que se desarrolló como obra social de combate a la pobreza, que colaboró grandemente en la reforma del clero, que emprendió diversas y significativas iniciativas de revitalización en la Iglesia francesa del siglo XVII.

4. San Vicente delante de Luisa de Marillac. “¡Yo os necesito!”

En 1625, Luisa de Marillac fue presentada por su antiguo Director Espiritual, Jean Pierre de Camus al P. Vicente para que éste fuese su nuevo director espiritual. En este acompañamiento espiritual, se desarrolló una profunda y fecunda relación de amistad, de intercambio espiritual y de servicio a los pobres.

Luisa era una viuda de unos 35 años, llena de sufrimientos personales e inquietudes espirituales. A partir de 1629, San Vicente de Paúl asoció Luisa a su obra caritativa. Le propone visitar las Cofradías         de Caridad, ayudando en la animación y organización del servicio a los pobres. En esta actividad, experimento Luisa el amor de Dios, revelado en Cristo evangelizador y servidor de los pobres. Se liberó de sus angustias y dudas por el amor a los pobres. El horizonte de su vida se dilató; más importante que hacer 33 actos de adoración cada día para honrar los 33 años de vida de Jesús, percibió que Dios es amor y que tenemos que ir a Él por el amor. Bajo la orientación segura del P. Vicente, abrazó una devoción liberadora, simplificó su piedad y se ocupó en las obras de caridad.

En el servicio de fe a los pobres, Luisa se abrió a otras cosas reveladas por Dios en los pobres y ahí se mostró una mujer fuerte, virtuosa, dotada de dones excepcionales de liderazgo y de organización, de creatividad y de audacia, lo que permitió desarrollar una fecunda interacción con San Vicente en el servicio caritativo frente a las más variadas formas de pobreza. Por la gracia de Dios y por la maestría de su director, descubrió su verdadera vocación, convirtiéndose en la primera Hija de la Caridad, y cofundadora de una nueva Comunidad, original y altamente innovadora, y que será fundamental en la expansión de la obra vicenciana de servicio a los pobres.

En estrecha colaboración y en espíritu de comunión con el P. Vicente y todos los demás colaboradores y colaboradoras, Luisa fue decisiva en la formación y animación de la gran red vicenciana de caridad. Con su sensibilidad femenina y sus cualidades humanas, supo  creer en la fuerza de los pequeños, en el potencial de las jóvenes campesinas pobres, y ayudó a reunirlas y a formarlas para la caridad. La colaboración establecida entre San Vicente y Santa Luisa fue más allá de una simple  reunión  operativa; se realizó un verdadero intercambio de dones, una reciprocidad cultivada por la mística de la caridad, por la amistad fecunda y por la ayuda mutua en el crecimiento, dirección y santidad.

5. San Vicente y sus muchos colaboradores eclesiásticos y políticos: “¡Yo os necesito!”

La vida de San Vicente fue una red enorme de relaciones y colaboraciones. Su acción no fue algo que naciese simplemente de su cabeza, de modo personalista y voluntarista. Fue fruto de una atenta lectura de los signos de los tiempos, de un difícil discernimiento, realizado en la convivencia, en colaboración y con la ayuda de muchas personas:

En su propia realidad personal, San Vicente era un hombre impulsivo, inclinado a la melancolía, tuvo que trabajar mucho sus susceptibilidades, tuvo crisis de fe, tuvo que aprender y buscar prácticas y métodos para llegar a ser un buen misionero. Se construyó personal y espiritualmente, sabiendo buscar ayuda, sabiendo, aceptando depender de los otros. En su formación inicial, contó con la generosa colaboración del Sr. De Comet. En los años difíciles de crisis y búsqueda personal (1608-1612), tuvo en Pierre de Berulle un orientador que le ayudó a superar sus crisis de fe y avanzar hacia una madurez humana y espiritual. En la elaboración de sus convicciones de fe, de su espiritualidad, supo buscar en autoridades espirituales y en amistades sólidas las luces seguras para el crecimiento en la fe, para replantear sus esquemas mentales y prácticos, como por ejemplo: en la teología del Concilio de Trento y las enseñanzas de San Ignacio, consolidó los fundamentos teológicos para su vida y trabajo; en Benoit de Canfield, descubrió la importancia de buscar la voluntad de Dios y configurarse con ella; en Berulle, encontró ayuda para reorientar su vida sacerdotal en dirección al servicio pastoral y profundizó la centralidad del Verbo Encarnado en la vida de fe; en San Francisco de Sales, acogió la concepción del amor expresado en obras, con mansedumbre y bondad; recibió mucha ayuda de la sabia y segura orientación de su segundo Director espiritual, el P. Duval.

b) Su relación con las autoridades eclesiásticas, sobre todo con los obispos, fue intensa y de ahí partirán muchos de sus trabajos: inició la obra de reforma del clero después de discernir y acoger la propuesta del Obispo de Beauvais. San Vicente desarrolló sus iniciativas siempre dentro de un profundo sentido de colaboración eclesial sobre tres aspectos: Primero, buscó siempre actuar en sintonía con el pensamiento y orientaciones de la Iglesia, siguiendo fielmente las orientaciones del Concilio de Trento y las orientaciones particulares de los obispos. Segundo, siempre en espíritu de comunión y de obediencia a la Iglesia, buscó el apoyo y la aprobación del papa y de los obispos para sus iniciativas y fundaciones. San Vicente se sentía humilde y obediente servidor, siempre dispuesto a escuchar la voz del Papa y de los obispos  y aceptar sus decisiones, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. No obstante, supo argumentar y encontrar apoyos para superar obstáculos y conseguir la aprobación del Papa y de los obispos para sus iniciativas y fundaciones (por ejemplo, la aprobación de la Congregación,  con su autonomía específica con relación a los obispos). Finalmente colocó sus iniciativas y fundaciones siempre al servicio de la Iglesia, procurando ir al encuentro de las necesidades pastorales, cuidando las llamadas de los obispos y colaborando con otras asociaciones eclesiales (Compañía del Santísimo Sacramento y Congregaciones) en obras caritativas.

c) Con las autoridades políticas y los poderes públicos, San Vicente desarrolló una amplia y compleja relación colaboradora. Mantuvo una gran relación con ilustres personas y familias ricas y de gran prestigio en el escenario político y económico francés. Contó con la colaboración de los poderes públicos y de numerosas personas de la alta sociedad para consolidar sus obras misioneras y para su acción caritativa como, por ejemplo, cuando organizó durante la guerra de los Treinta Años  y las dos Frondas una inmensa red de reclutamiento, almacenamiento y distribución de ayudas que llegarían a casi todas las regiones de Francia. Por nombramiento de la Reina Regente, Ana de Austria, actuó como miembro del Consejo de Conciencia, una especie de Ministerio del Culto, que tenía varias tareas en asuntos eclesiásticos, como el nombramiento de obispos. Tuvo intervenciones claras en asuntos políticos (y sin éxito), por ejemplo: en 1638, intercedió ante Richelieu, por la paz a favor de la Lorena, víctima de las devastaciones por parte del ejército; presentó a Richelieu la propuesta de una ayuda de 3.000 libras para financiar una fuerza militar para actuar en Irlanda en defensa de  los católicos oprimidos por las tropas inglesas invasoras; por dos veces, una personalmente y otra por carta, pidió al primer ministro Mazarino, durante la guerra civil de la Fronda, su dimisión para restablecer la paz y poner fin al  sufrimiento del pueblo.

Hombre de su época, San Vicente aceptaba la estructura feudal social, el absolutismo del rey y la alianza entre el poder político y el poder religioso y actuaba dentro de esta estructura socio-política. Sin embargo, mostraba cierta incomodidad ante la diferencia entre sus criterios y los criterios políticos; procuraba y recomendaba no mezclar asuntos religiosos con asuntos políticos. En verdad, buscó la colaboración con el poder político, pero no era propiamente un hombre político y no obraba por motivaciones políticas y con vistas a favores y beneficios personales. Su principal preocupación era el bien público, particularmente, el bien de los pobres, y eso explica sus intervenciones directas e indirectas en la política.

II – Elementos iluminadores para nuestra colaboración hoy como Familia Vicenciana:

Tenemos necesidad los unos de los otros”

El trabajo emprendido por San Vicente no fue una obra de carácter meramente personal. Fue una gran obra comunitaria y participativa, un trabajo en equipo (en red, decimos hoy). San Vicente reunió a ricos y pobres, miembros del clero y laicos, hombres y mujeres. Movilizó y formó las buenas voluntades, contó con importante colaboración de otras personas para fundar sus instituciones (Cofradías de Caridad, Congregación de la Misión, Compañía de Hijas de la Caridad), implicó a los poderes públicos, vio que la colaboración era la llave para el éxito en el servicio a los pobres.

La experiencia de San Vicente es hoy una invitación grande para la colaboración entre los grupos de la Familia Vicenciana. En esta experiencia podemos encontrar luces y orientaciones para la colaboración entre nosotros hoy:

a) Una colaboración a partir de las llamadas de los pobres y en colaboración con los pobres. Toda acción participativa y comunitaria de San Vicente surgió, se estructuró y se desarrolló a partir de los pobres. A partir de la lectura de la realidad con los ojos de la fe, desarrolló una verdadera colaboración realizada en la opción solidaria por los pobres. A partir de los pobres, San Vicente convivió con los pobres, compartió sus condiciones de vida, entró en sus sentimientos, aprendió con ellos. Con los pobres, actuó a su lado, asumió su causa, defendió sus intereses, despertó su colaboración y les sirvió con amor y abnegación, humildad, sencillez, autenticidad, mansedumbre y delicadeza. Para los pobres, orientó todas sus actitudes, actividades, esfuerzos, capacidades y recursos humanos y materiales para un efectivo servicio de los pobres.

Hoy, esta colaboración debe nacer de las llamadas de los pobres y desarrollarse en el servicio efectivo de transformación de la realidad generadora de pobreza. Significa una búsqueda conjunta y organizada de respuestas a las llamadas concretas de los pobres, a través de una metodología de reciprocidad, que desarrolla las potencialidades y la participación de los pobres, que se encarna en la vida y en la cultura de los pobres, que verifica el diálogo entre el saber, la cultura y la fe del pobre y de los agentes servidores compañeros de los pobres. La verdadera colaboración a favor de los pobres no puede ser lugar de experimentos e improvisaciones para negocios y comportamientos particulares y sectarios, y para buscar la satisfacción de intereses financieros  de grupos y personas.

b) Una colaboración a favor de los pobres a partir de la mística evangélica de la fe, la esperanza y  la justicia. San Vicente amó y sirvió a los pobres dentro de una mística de caridad evangélica: “La caridad está por encima de todas las reglas y es preciso, después, que todas las cosas se relacionen con ella. Es una gran dama, es necesario hacer lo que ella manda”; “No puede haber caridad si no va acompañada de la justicia”; “La caridad es inventiva hasta el infinito”. En los evangelios, entre Jesús y el pobre existe una relación inmediata: lo que se hace al pobre se hace a Cristo. El pobre es mediación viva del Señor, su expresión real y no simplemente un intermediario. Él es, en este sentido, sacramento de Jesús: manifestación y comunicación de su Misterio, lugar de revelación y presencia. La percepción de las llamadas de los pobres, leídas a la luz de la fe, llevó a San Vicente a descubrir y seguir a Jesucristo evangelizador y servidor de los pobres. Encarnó en su vida la alianza de amor, en Cristo, con los pobres. “Sirviendo a los pobres se sirve a Jesucristo”.

Esta mística evangélica experimentada por San Vicente fundamenta y motiva toda la colaboración vicenciana. “La caridad es un amor elevado por encima de los sentidos y la razón”, es don del Espíritu, es el alma y la medida de nuestra acción. Es el principio del discernimiento, y guía de toda nuestra acción y nuestra vida de fe. Es la fuerza transformadora de la vida, de la sociedad, que proyecta una luz nueva sobre las relaciones personales y sociales y que requiere actitudes nuevas de respeto a la dignidad humana, de justicia, de amistad, de solidaridad…La caridad nace de la fe y camina con la justicia, confiere un sentido pleno, libertador y divino a la vida y el trabajo vicencianos. La caridad permite experimentar en profundidad la amplitud del verdadero amor social.

La caridad posibilita generar en las personas comprometidas en la acción pastoral nuevos valores, experiencias, actitudes y prácticas, más allá de la ejecución de las actividades y de la búsqueda de resultados objetivos y materiales establecidos en la acción meramente social. Posibilita a los implicados, la construcción de una vida y una acción comprometidas en la búsqueda de una sociedad solidaria, con el nacimiento  de nuevas relaciones humanas, basadas en la gratuidad y en la fraternidad, en el desarrollo de un sentido pleno de la vida. Sin la caridad, la colaboración a favor de los pobres puede, con la ayuda de los sofisticados y avanzados medios y recursos modernos, alcanzar éxitos y producir resultados, pero estará vacía de calor y afecto, de  sueño y esperanza, y será incapaz de promover un verdadero desarrollo humano integral de las personas más pobres y vulnerables.

c) Una colaboración con profundo sentido eclesial La colaboración desarrollada por San Vicente no es una obra aislada, es parte de la vida y de la acción de la Iglesia. La Comunidad Eclesial es el cuerpo místico de Cristo, comunidad evangelizadora y misionera para el servicio de la misericordia y de los pobres. A partir de esta comprensión, insistió en la importancia de la unión y de la comunión dentro de la comunidad y en toda la Iglesia: insistió en la colaboración y corresponsabilidad de todos para el bien del cuerpo dentro de la diversidad de funciones y en el servicio de misericordia para con los pobres, los miembros sufrientes de la Iglesia.

La colaboración vicenciana tiene que ser una expresión viva de misión y caridad a favor de los pobres, dentro de la Iglesia, con la Iglesia y para el bien de la Iglesia. Nuestra identidad vicenciana se fundamenta y se construye en el compromiso misionero y caritativo con los pobres. Este compromiso es el que define nuestro lugar específico y nuestra colaboración dentro de la Iglesia. La colaboración vicenciana, en unión con el Papa y Obispos, inserta en la realidad pastoral de nuestras Iglesias Particulares, en hermandad con los grupos eclesiales, debe sumar fuerzas, siempre en dirección a un testimonio profético y misionero a favor de los pobres. Lejos de nosotros una acción aislada o paralela, lejos de nosotros el vaciamiento de nuestra espiritualidad, lejos de nosotros la tentación de una acción de éxito, de prestigio social y eclesial, en perjuicio del compromiso articulado y liberador junto con los pobres.

d) Una colaboración que empodera a los pobres y a los colaboradores de los pobres – San Vicente fue maestro de empoderamiento[2], desarrolló procesos que ayudaron a las personas a manejarse  en la vida y en el servicio y, ayudaron particularmente a los pobres, las mujeres, los padres, a descubrir su dignidad y su fuerza para buscar una vida mejor, de más dignidad y justicia. La cooperación en el trabajo con los pobres consiste en ayudar a los pobres y sus compañeros a descubrir su propio poder para desarrollarse y auto-liberarse de toda esclavitud, vulnerabilidad y pobreza – de hecho los pobres, cada compañero, tiene un poder, una fe capaz de evangelizar y desencadenar procesos de renovación y liberación. La práctica de la colaboración misionera y caritativa debe ser una acción a partir de la fe capaz de ayudar a todas las personas a descubrir y desplegar su fuerza interior, capaz de transformarse a sí misma y de transformar la realidad en la que vive. Es necesario conocer esta riqueza que toda persona, que cada asociación en  trabajo de equipo, contiene dentro de sí. Trabajar para desencadenar un proceso de empoderamiento es una tarea importante y urgente, como fuerza y poder para un crecimiento y liberación personal y social. En esta articulación y empoderamiento de fuerzas, dentro del espíritu vicenciano, resulta importante saber acoger y movilizar a los propios pobres para el servicio, valorar y promover el potencial misionero de los laicos, en especial de las mujeres, para empeñarse con todas las fuerzas en la formación de colaboradores, dándoles capacitación técnica, humana y espiritual, volviéndolos no funcionarios sino servidores.

e) Una colaboración creativa, actualizada y diversificada que articula las buenas decisiones dentro de la Iglesia y de la sociedad. San Vicente, con conceptos y medios propios de su tiempo, emprendió el servicio de los pobres entendido como defensa y promoción de la dignidad de los hijos de Dios: actuó de modo caritativo en distintos frentes combatiendo la pobreza, con la participación de personas y organizaciones dentro de la Iglesia.

La experiencia de San Vicente sumando las fuerzas vivas a favor de los pobres es un horizonte a explorar en la colaboración vicenciana. La caridad, que camina de la mano con la justicia, indica que la acción de asistencia y promoción social de los pobres debe buscarse primero como servicio a los legítimos derechos de la persona, donde el pobre no es objeto de un favor, de un acto caritativo, sino sujeto de derechos. Este servicio de caridad plantea una cuestión socio-política, exige la búsqueda de los legítimos derechos humanos  y la acción contra los factores injustos,  acumuladores de riqueza y generadores de empobrecimiento.

La acción vicenciana debe sumar fuerzas con los distintos actores sociales, los pobres, los políticos, las organizaciones sociales, los movimientos populares, para que cada uno, según sus posibilidades y cualidades propias, se unan en una obra común a favor de una sociedad más justa, humana y solidaria. Ciertamente, como aconteció con San Vicente, esta colaboración exigirá mucho aprendizaje y discernimiento y exigirá asumir y superar los muchos conflictos posibles. Es necesario que la aportación vicenciana se oriente siempre por los criterios del evangelio de justicia social, de la doctrina social de la Iglesia. En todo resulta necesario actuar con capacidad crítica, en interacción con la realidad y las fuerzas sociales, y actuar siempre en beneficio de los intereses de los pobres. Sin dejarse manipular y sin caer en la búsqueda y defensa de intereses injustos, partidistas y contrarios a la causa de la justicia y de la fraternidad.

f) Colaboración en la reciprocidad humilde e intercambio de dones. Mirando a San Vicente no como centro, sino a partir de las personas, de sus innumerables colaboradores que están a su alrededor, descubrimos a un San Vicente como un ejemplo de articulación de fuerzas, de organización de buenas voluntades, un notable ejemplo de quien se sintió necesitado del otro y se abrió a la ayuda mutua. No es fortuito que en toda su vida y obra colocase la humildad como virtud fundamental. La humildad, la virtud de Jesucristo, implica admitir que todo el bien viene de Dios. Incluye el reconocimiento de nuestras limitaciones, acompañado de la confianza sin límites en Dios.

La humildad supone un constante vaciarse de sí mismo, de la arrogancia, de la prepotencia y autosuficiencia. Nos hace dependientes de Dios y exige una interdependencia entre las personas. Nadie se basta a sí mismo; ninguna rama de la FV puede considerarse autosuficiente, ni necesitada de ayuda. La colaboración nos lleva a considerar el pobre y los otros colaboradores como alguien que tiene cualidades y capacidades a desarrollar, y que pueden ayudarnos a crecer en la caridad. Una actitud nueva de reciprocidad, de interdependencia y de apertura a la colaboración del otro requiere una relación fraterna, sin discriminación ni intereses de poder. En el humilde intercambio de dones se hace posible el crecimiento en la caridad y la constitución de una verdadera alianza en la misión vicenciana.

…………………………………………

“Es necesario correr para atender a las necesidades de nuestro prójimo como si se tratara de extinguir un incendio”, decía San Vicente. Con palabras, actitudes y acciones eficaces, asumió como propia la realidad de los pobres y se empeñó en socorrerlos, en la medida de lo posible, en sus necesidades.  El hizo todo eso tratando de unir y organizar todas las buenas voluntades, de modo que corriesen juntas, unidas, organizadas y en régimen de colaboración. Siguiendo los pasos de San Vicente, que la Familia Vicenciana sepa unirse, organizarse y avanzar todos juntos para colaborar en la gran tarea de servir a los pobres.

P. Eli Chaves dos Santos, CM
Roma, marzo de 2012
Traducido del portugués por Félix Álvarez Sagredo, CM

A la luz del testimonio de San Vicente, ¿cómo podemos colaborar entre nosotros como Familia Vicenciana, para construir juntos la gran obra vicenciana de misión y caridad en favor de los pobres?

 


[1] Tomado de la conferencia de Elena Lascida, La educación como medio para erradicar la pobreza, pronunciada en la Asamblea Internacional de la AIC, en el Escorial, 2 de abril de 2011 – www.aic-international.org – As

[2] Tomo aquí la palabra “empowerment”, que puede traducirse por “empoderamiento”, y consiste en un proceso de reconocerse en alguien o poder desarrollarse a partir de sus propias capacidades para conseguir ser el autor de toda acción de cambio personal y social.

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