San Vicente de Paúl y Santa Teresa de Ávila

por | May 19, 2015 | Formación | 0 comentarios

En el año actual, 2015, se cumplen los 500 años del nacimiento de la gran santa española y doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús. Ofrecemos, después de una breve biografía de la santa, un interesante estudio del impacto de Teresa de Ávila en san Vicente de Paúl y sus seguidores, obra de Gerardo van Winsen, y publicado originalmente en «Ecos de la Compañía», volumen de 1981.

Teresa de Jesús

santa_teresa_Nace en Ávila el 28 de Marzo de 1515, en la casa señorial de Don Alonso Sánchez de Cepeda y Doña Beatriz Dávila de Ahumada. Eran 10 los hermanos de Teresa y 2 los hermanastros, pues su padre tuvo dos hijos en un matrimonio anterior.

Es bautizada el 4 de Abril del mismo año.

Desde muy pequeña manifestó interés por las vidas de los santos y las gestas de caballería. A los 6 años  llegó a iniciar una fuga con su hermano Rodrigo para convertirse en mártir en tierra de moros, pero fue frustrada por su tío que los descubre aún a vista de las murallas.

Juegan entonces a ser ermitaños haciéndose una cabaña en el huerto de la casa.

Reina entonces en España un espíritu de aventura y conquista: parten guerreros a Flandes, conquistadores a América, y la literatura vive de este espíritu. En manos de Teresa caen algunos de estos libros y entonces ella sueña con ser una de las damas que se acicalan y perfuman para sus galanes ilustres. El coqueteo le gusta, pues encuentra además la complicidad de sus primas y la corteja un primo suyo.

Su madre muere en 1528 contando ella 13 años, y pide entonces a la Virgen que la adopte hija suya. Sin embargo sigue siendo “… enemiguísima de ser monja,” (Vida 2,8), y al ver su padre con malos ojos su relación con su primo, decide internarla en 1531 en el colegio de Gracia, regido por agustinas, donde ella echará de menos a su primo pero se encontrará muy a gusto.

A medida que se hace mayor, la vocación religiosa se le va planteando como una alternativa, aunque en lucha con el atractivo del mundo.

Su hermano Rodrigo parte a América, su hermana María al matrimonio y una amiga suya ingresa en La Encarnación. Con ella mantendrá largas conversaciones que la llevan al convencimiento de su vocación, ingresando, con la oposición de su padre, en 1535.

Dos años después, en 1537, sufre una dura enfermedad, que provoca que su padre la saque de la Encarnación para darle cuidados médicos, pero no mejora y llega a estar 4 días inconsciente, todo el mundo la da por muerta. Finalmente se recupera y puede volver a La Encarnación dos años despues en 1539, aunque tullida por las secuelas, tardará en valerse por sí misma alrededor de 3 años.

Muere su padre en 1544.

La vida conventual era entonces muy relajada con cerca de 200 monjas en el monasterio y gran libertad para salir y recibir visitantes. Teresa tenía un vago descontento con este régimen tan abierto, pero estaba muy cómoda en su amplia celda con bonitas vistas, y con la vida social que le permitían las salidas y las visitas en el locutorio.

En la cuaresma del año 1554, contando ella 39 años y 19 como religiosa llora ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con periodos de sequedad.

Aunque recibe muchas visiones y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con todo su rigor y perfección, llevándola a la reforma del Carmelo y la primera fundación.

Esta primera fundación será una aventura burocrática y humana con muchos altibajos: su confesor aprueba un día y reprueba otro, el Provincial apoya con entusiasmo, para luego retirarse, y el Obispo que nunca había dudado de Santa Teresa, llegado el momento titubea. En un momento parece que todo fracasa y Teresa, siempre obediente, se retira a su celda sin nada poder hacer, aunque Doña Guiomar de Ulloa y el Padre Ibáñez logran de Roma la autorización.

Por obediencia parte entonces a Toledo varios meses, para consolar a la viuda Luisa de la Cerda. Esta distancia favorecerá los progresos del monasterio de San José de Ávila, que continúan con mayor discreción, a escondidas, a pesar de los rumores. Regresará para encontrarse con el breve del Papa.

Fundado el 24 de Agosto de 1562, encuentra una terrible hostilidad, proveniente de la Iglesia que ve ninguneada su autoridad, se alzan algunas voces pidiendo el derribo del nuevo convento, toda la ciudad está alborotada, y Teresa debe abandonarlo dejando a las cuatro novicias solas, para volver a su celda de La Encarnación. Sólo se podrá incorporar un año después de su fundación, dejando la celda amplia y las comodidades de La Encarnación por las estrecheces de San José de Ávila, pequeño y austero hasta el extremo.

Por mucho tiempo parece que la fundación de la nueva orden tendría sólo este monasterio, hasta que Teresa vuelve a llorar al saber que las necesidades de misiones en América son importantes. Escucha entonces en oración: “…Espera un poco hija, y verás grandes cosas.”, y poco después le llegan instrucciones y autorización para fundar más conventos.

Comienza aquí una intensa actividad de Santa Teresa que sólo termina con su muerte, en la que compaginará el gobierno de su orden, con las fundaciones de nuevos conventos y la redacción de sus libros, sin perder nunca el buen ánimo ni la esperanza, en la confianza de que no era su voluntad lo que estaba cumpliendo y que le llegarían los apoyos que necesitara, como así fue en todo momento.

Fundó en total 17 conventos: Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576), Villanueva de la Jara (1580),  Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582), en el año de su muerte.

La fundación de Granada la hizo Ana de Jesús, aunque en vida de la Santa, por lo que no siempre aparece en las enumeraciones.

A  estos conventos hay que sumar el primero del Carmelo masculino que funda con San Juan de la Cruz en Duruelo (1567). Santa Teresa conoció a San Juan de la Cruz en Medina del Campo contando ella 52 años y él 24, y le convenció para unirse a la reforma, olvidando sus planes de retirarse a la cartuja de El Paular.

Regresando de la fundación de Burgos, hace parada en Medina del Campo, pero es requerida en Alba de Tormes por la Duquesa de Alba. Está enferma y agotada. Muere en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de Octubre al 15 de Octubre de 1582 (y esto por coincidir con el cambio del calendario Juliano al Gregoriano).

Muere sin haber publicado ninguna de sus obras, sin haber logrado fundar en Madrid (a pesar de su ilusión), sin haber separado la orden de descalzos de la de calzados y con dudas sobre si sus monasterios se podrían mantener con el espíritu que ella infundió.

Teresa escribió muy poco por iniciativa suya, muchas cartas, alguna poesía y anotaciones. Pero sus obras maestras son fruto de la obediencia a sus superiores, que veían el interés de que escribiera sus experiencias y enseñanzas. Y así comienza todos sus escritos mayores aceptando su encargo con obediencia, pero con notable esfuerzo por su parte.

Escribir le supone un esfuerzo importante, lo hace, en ocasiones, ocupando la otra mano con la rueca, tal y como ella explica: “…  casi hurtando el tiempo y con pena porque me estorbo de hilar y por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones”  (Vida 10,7)

La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir el cisma iniciado en Europa, o se alejaran en algún punto de la recta doctrina. Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su manuscrito “Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares” lo quemó ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance.

Su vida es fiel reflejo de lo que avisaba a sus monjas: que las gracias recibidas en la oración son para darnos fuerza en servir a los demás. Aunque Teresa es conocida por lo elevado de las gracias místicas y visiones que recibe, su oración no la aparta del mundo, sino que hace que se entregue con especial fuerza y respaldo a las obras que le son encomendadas sufriendo en viajes, discusiones y continuas trabas, burlas y desplantes de sus contemporáneos.

Fue beatificada por Pablo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622, y nombrada doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI en 1970. La primera mujer de las tres actuales doctoras de la Iglesia. Las otras son Santa Catalina de Siena y otra carmelita descalza: Santa Teresita del Niño Jesús.

san vicente y santa teresa

1. Santa Teresa presentada como ejemplo a los Sacerdotes de la Misión y a las Hijas de la Caridad.

En sus conferencias a los Misioneros y a las Hermanas, San Vicente habla varias veces de Santa Teresa. Empecemos por leer los textos:

En la conferencia del 15 de octubre de 1641 (fiesta de Santa Teresa. por cierto), cuyo texto está escrito por Santa Luisa, una Hermana objetó que encontraba grandes dificultades para hacer oración y experimentaba en ella mucho disgusto. Vicente de Paúl le respondió:

«¡Ah!, hija mía, mucho me alegro de que haga usted esta objeción. Ciertamente, las que pueden acogerse a los métodos que se dan para hacer oración y especialmente el que se encuentra en la Introducción a la Vida devota, hacen muy bien en hacerlo. Pero no todas pueden. Entonces, puede quedarse al pie de la cruz, en presencia de Dios, y si no tiene nada que decir, esperará a que El le hable; si la deja allí, permanecerá de buen grado, aguardando que su bondad le otorgue la gracia de oírle o de poder hablarle.

Santa Teresa aguardó perseverantemente veinte años a que Dios le otorgase el don de oración; y lo recibió tan ampliamente que sus escritos cato san la admiración de los más grandes doctores.

No se desanimen, pues, queridas Hermanas, si creen que pierden el tiempo en la oración; ya es bastante con que estén haciendo la voluntad de Dios al obedecer a su reglamento. ¿No lo quieren todas así?»

Santa Luisa añade: «Las Hermanas manifestaron que tal era su deseo» C. IX, 50).

Refiriéndose a la obra de los Ordenandos, San Vicente decía a sus cohermanos en mayo-junio 1658:

«Santa Teresa que, ya en su tiempo, veía la necesidad que tenía la Iglesia de buenos obreros, pedía a Dios que le pluguiese suscitar buenos sa­cerdotes, y quiso que las religiosas dé su Orden orasen con frecuencia por tal intención; y quién sabe si el cambio a mejor que se da actualmente en el estado eclesiástico no será debido en parte a la devoción de esta gran santa, porque Dios se ha servido siempre de débiles instrumentos para sus grandes designios.»

En su conferencia del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del Reino de Dios, San Vicente pone de nuevo a Santa Teresa como modelo o ejemplo a sus misioneros:

«¡Ah!, ¡quién ‘nos diera el celo de Santa Teresa, que hizo voto de es­coger siempre la gloria de su Señor, no sólo su gloria, sino su mayor gloria! Tenía delante ocasión de hacer una buena obra en honor suyo, pero si se le presentaba otra de mayor importancia, corría a ésta y difería aquélla; y se comprometió de palabra y en conciencia a hacerlo siempre así» (C. XII, 130-146).

En las cartas que han llegado hasta nosotros, Vicente de Paúl habla dos veces de Santa Teresa.

Un cartujo le ha pedido consejo porque quiere cambiar de religión. Tiene una gran admiración por Teresa, y quizá sería bueno que entrara en el Carmelo. San Vicente está de acuerdo en que Santa Teresa es «una gran maestra de vida espiritual». Sin embargo, aconseja a su corresponsal que permanezca en su Orden (C. IV, 577).

La segunda vez que Vicente de Paúl propone imitar el ejemplo de Santa Teresa es en una carta del 30 de septiembre de 1656 (C. VI, 100), dirigida a Sor Margarita Chétif (1621-1694), que fue sucesora de Santa Luisa como Superiora general.

En 1656, Margarita es enviada como Superiora a Arras para empezar una nueva fundación. No siente ningún atractivo por la «nueva obra», sufre contradicción por parte de los hombres y una gran sequedad espiritual, que llega hasta degenerar en tentación contra la vocación (ver carta en C. VI, 190). En tales circunstancias, escribe dos cartas a Vicente de Paúl, que le contesta:

«Se refiere de Santa Teresa que cuando entró religiosa sentía tan gran repugnancia en ejecutarlo que padecía convulsiones en todo su cuerpo.

Yo mismo he visto a varias jóvenes con la misma aversión y temblores en el momento de ir a consagrarse a Dios, y que luego se han distinguido en la religión por su virtud.

Espero, Hermana, que también Dios se servirá de usted para hacer mucho bien en el lugar en que se encuentra, a pesar del poco atractivo que al presente siente; pero déjele hacer, aguarde con paciencia el re­torno de su consolación, resígnese a su divino agrado y hasta prométale que no dejará de trabajar en el alivio de los pobres de Arras, mientras El lo quiera…

Como conclusión de estos textos podemos decir que San Vicente cono­ció bien la vida de Santa Teresa, vida que le conmovió, y que propone a esta Santa como un modelo que imitar.

2. San Vicente habla de las Carmelitas a las Hijas de la Caridad

En sus Conferencias a las Hermanas, San Vicente habla varias veces de las Carmelitas. Reuniendo los textos correspondientes, puede uno formarse la imagen que San Vicente tenía de estas religiosas.

El espíritu de las Carmelitas es austero (2-2-1653). No comen nunca carne bien preparada; comen grandes escudillas de potaje y huevos. Tal es su alimentación aunque se trate de personas de familias acomodadas que han estado tratadas con mucha delicadeza (3-1-1655). Ayunan ocho meses en el año, no llevan ropa blanca interior, se levantan a media noche, oran casi sin cesar (8-8-1655). Tienen como finalidad el espíritu, de oración (29-9-1655) y una gran mortificación. Van con los pies descalzos, si acaso en Francia llevan sandalias. Se acuestan sobre un poco de paja o de heno, a pesar del rigor del invierno. Y ¿por qué? para agradar a Dios, para hacer penitencia, para orar por la Iglesia (18-10-1655). Durante su oración, las Carmelitas se mantienen en presencia de Dios esperando lo que El quiera darles. Si Dios les envía algo, lo aceptan; si no les da nada, permanecen en paz (18-11-1657).

Cuando San Vicente habla de las Carmelitas, lo hace para inculcar a las Hijas de la Caridad su propio espíritu. Cuando habla de otras reli­giosas (de las Carmelitas, Salesas, las religiosas del Hospital General), Vi­cente de Paúl explica que cada Orden tiene su espíritu propio, su propia finalidad.

La gran preocupación de San Vicente es salvar la libertad de sus hijas para el servicio de los pobres, de todos los pobres, que viven en necesidad. San Francisco de Sales estuvo influido por el espíritu teresiano al fundar una Orden en la que las débiles y enfermizas pueden vivir en un convento de clausura; San Vicente estuvo influenciado por el espíritu salesiano que había abierto la posibilidad de vivir la perfección evangélica en «el mundo».

Para salvar sus Caridades de París, «era absolutamente necesario tener sirvientas sin otra ocupación que la de servir a los pobres enfermos. San Vicente recordó que en las misiones dadas en las aldeas había visto a excelentes jóvenes que no tenían medios económicos para ser religiosas.

Entonces se dijo que entre ellas podría encontrarse algunas que se sentirían felices de entregarse de entregarse, por amor de Dios, al servicio de los pobres enfermos» (Abelly, ed. 1891, p. 166).

A tales jóvenes, San Vicente mostró un nuevo ideal, que requería un espíritu nuevo, diferente del de las religiosas. Era tarea suya infundir ese espíritu en aquellas jóvenes. Y tenía que combatir el deseo de algunas de las Hermanas de compararse con las religiosas (Cfr. C. I, 39698).

«Hermanas, hay casas distintas de la vuestra que, en verdad, gozan de gran estima. Sí, hay en la Iglesia cantidad de Órdenes muy respetadas, y si se compara con ellas la Compañía de la Caridad, resultará como esa pobre madre legañosa. Por eso, es posible que alguna, al considerar esas grandes Ordenes, se diga a sí misma: ‘¡Dios mío!, ¡qué felices son las reli­giosas! Bien quisiera ser yo Carmelita, o al menos quisiera hacer lo que ellas hacen! Pero no habéis venido a la Caridad para hacer lo mismo que las Carmelitas. Habéis sido llamadas para humillaros, servir a Dios y a los pobres y hacer todo lo que podáis para tener contentas a las señoras, y así tener más medios para asistir al prójimo… No os detengáis en desear tal o cual Orden, ni los hábitos de ésta, ni la forma de actuar de aquélla. Todo es bueno para ellas, pero no es bueno para vosotras» (18-11-1657).

El señor Vicente dice a sus hijas que trabajen por la gloria de Dios: «Así no tendréis por qué envidiar a las Carmelitas, porque seréis tan fe­lices como ellas y daréis gloria a Dios en el estado al que El os ha llamado, lo mismo que ellas hacen en el suyo (27-7-1653).

El señor Vicente refiere lo sobrias que son las Carmelitas que no comen nunca carne. Y añade:

«Pero en cuanto a las Hijas de la Caridad, necesitan alimentarse y comer suficiente pan, a causa del mucho trabajo que tenéis. No obstante, Os ruego que huyáis del exceso y de manjares delicados, tanto como podáis, para con ello agradar a Dios (3-1-1655).

El señor Vicente hace la observación de que, comparándolas con las de las Carmelitas, las reglas de las Hijas de la Caridad son fáciles: «Ya veis qué culpables seríais ante Dios si, teniendo unas reglas tan fá­ciles, no las observarais. Además, son ligeras y suaves y las Hermanas que las aman no sienten su peso, del mismo modo que les ocurre a las aves con las alas» (8-8-1655). «¡Ah!, Hermanas, observando vuestras reglas podéis alcanzar la santidad sin necesidad de ser Carmelitas, y sin otra vocación distinta que la vuestra podéis llegar a la perfección» (29-11-1655).

San Vicente llega hasta decir que las Hijas de la Caridad necesitan más perfección que las religiosas de clausura: «Y para decíroslo todo en una palabra: no hay religiosas a las que Dios pida tanto como os pide a vosotras, que habéis sido llamadas a cosas a las que una religiosa no lo ha sido, y en la forma en que vosotras lo sois. Por esa razón es por la que Dios quiere más perfección de vosotras que de ellas» (8-8-1655).

Así es cómo San Vicente explicaba e inculcaba a sus hijas su propio espíritu.

3. Influencia de las Carmelitas en el siglo XVII

Para comprender la audacia y la originalidad de San Vicente y Santa Luisa en la fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad, hay que recordar el hecho de que, por una parte, las Órdenes antiguas habían sido reformadas, y por otra, se habían fundado Órdenes nuevas. Entre éstas, hay que mencionar: las Carmelitas, las Ursulinas, las Hijas de la Visita­ción. Es decir, que había corno una explosión de nuevos monasterios.

A la muerte de San Vicente de Paúl, en septiembre de 1660, se habían fundado 130 monasterios de la Visitación, de los que la mayor parte estaban situados en Francia (Cf. Lista de Monasterios de la Visitación, E. Bou­gaud, Histoire de Sainte Chantal, 8.a edición, París, 1874, II, 653-668). Por lo que se refiere a las Ursulinas, se habían producido una evolución se­mejante (L. Cristiani, La merveilleuse histoire des premiéres Ursulines franÇaises, Lyon-París, s.d. 1935, 377 y ss.). En septiembre de 1660, había unos 58 conventos de ‘Carmelitas (VIII, 61, nota 1). Queremos describir más detalladamente su influencia, pero siempre en relación con la persona de San Vicente.

La persona de Santa Teresa era conocida en la Francia del siglo XVII. Juan de Quintanadoine, conocido también por M. de Brétigny (falleció en 1634, a la edad de 79 años) había traducido y publicado en París, en 1601, su «Vida», «el Camino de Perfección» y «las Moradas» (o Castillo in­terior). De 1630 a 1651 se publican nuevas ediciones francesas de las obras de la Santa (a las que se había añadido la traducción de «las Fundaciones») (P. Sérouet, Jean de Brétigny, Lovaina, 1974).

La influencia del espíritu de Santa Teresa se acrecentó por el hecho de su beatificación (1614) y de su canonización, en 1622, juntamente con San Ignacio, San Francisco Javier, San Isidro Labrador y San Felipe Neri. El ejemplo de todos estos Santos es objeto de diferentes alusiones de San Vicente en sus conferencias.

Pero cuando más se hizo sentir en Francia la influencia teresiana fue con la llegada de las Carmelitas, en 1604.

Es típico en la vida de Vicente de Paúl el haber tenido contactos fre­cuentes con personas relacionadas con las Carmelitas.

Bárbara Avrillot, por su matrimonio, Sra. Acarie, desempeñó un papel preponderante en la fundación de las Carmelitas en Francia. Su casa era un lugar de reunión para todos cuantos se interesasen por la vida espiritual. ¿Podemos suponer que San Vicente tuvo entrada en su palacio? E. de Bro­glie, biógrafo de Mme. Acarie, ha escrito: «El modesto Vicente de Paúl, todavía poco conocido y sin recursos, fue también algo más tarde uno de los visitantes de Mme. Acarie, a la que ayudó con sus consejos y auxilio» (E. de Broglie, La Bienheureuse Marie de l’Incarnation, Madame Acarie, París, 1903, 2.8 ed., 79). Pensamos que se trata de una mera suposición, porque los grandes biógrafos de San Vicente no hablan de ellos (M. Marduel, Madame Acarie et le Carmel français, Lyon, 1963). Sin embargo, no es imposible que el señor Vicente encontrase alguna vez a la Sra. Acarie, sobre todo durante el tiempo en que permaneció en casa del señor de Bérulle, que residía cerca del convento de las Carmelitas, en París (Coste, I, 69).

La Sra. Acarie entró en el Carmelo de Amiens el 7 (le abril de 1614, tomando el nombre de Sor María de la Encarnación. Cuando San Vicente, en la primera conferencia a las Hijas de la Caridad que ha llegado hasta nosotros, las incita a que den cuenta de su oración, dice:

«Decíos sencillamente unas a otras los pensamientos que Dios os haya comunicado, y sobre todo, recordad las resoluciones que hayáis tomado. La Bienaventurada Sor María de la Encarnación se valió de este medio para adelantar mucho en la perfección. Daba cuenta con todo esmero a su criada. Sí, hijas mías, n.o podéis haceros una idea de cuánto aprovecha­réis con esto y lo que agradaréis a Dios practicándolo así» (31 de julio de 1634, C. I).

María de la Encarnación falleció el miércoles de Pascua de 1618. Su nombre se hizo célebre. De ello tenemos un testimonio en una carta de la Sra. Goussault, primera presidenta de la Caridad del «Hótel-Dieu»,, de París, escrita a San Vicente el 16 de abril de 1633. En la relación de su viaje, refiere que encontró en Etampes a una joven religiosa de las del Hótel-Dieu, que le preguntó: «¿Quién es usted? ¿Está usted casada? He oído hablar mucho de una tal Sra. Acarie, pero pienso que no es usted…».

La Sra. Acarie había preparado a varias señoritas para entrar en el Carmelo. Las tres primeras novicias francesas fueron recibidas por la Madre Ana de Jesús, española (Ana Lobera) – L. van den Bossche, Anne de Jésus, Brujas, 1958). Eran aquellas novicias Andrée Levoix, antigua sir­vienta de la Sra. Acarie, Mme. Jourdain y Mlle. María d’Hanivel. Esta úl­tima tomó el nombre de María de la Trinidad. Como vamos a ver, en la correspondencia de San Vicente existen siete cartas dirigidas a la Madre de la Trinidad, entre el 28 de noviembre de 1637 y el 5 de noviembre de 1641. Fue ella quien recibió a la joven viuda Juana Frémiot de Chantal en el locutorio del Carmelo de Lyon (Brémond, Histoire Littéraire du sen­timent religieux en France, II, 555). Esto explica que la Madre de la Tri nidad tuviera gran interés por la fundación de la casa de los Sacer­dotes de la Misión en Annecy, que tanto deseaba Santa Juana Francisca (C. I, 577, II, 99-100).

Pedro de Bérulle había llevado a Francia las primeras Carmelitas de España (F. Guillén Preckler, Bérulle aujourd’hui, 1575-1975, París, 1978; H. Bastel: Der Kard. Pierre de Bérulle als Spirituals des franzó.sischem Karmels, Viena, 1974). Juntamente con los Sres. Duval y Gallemant fue nombrado Superior de las Religiosas recién llegadas. De sobra nos es cono­cido lo que San Vicente debe a Bérulle y a Duval. Este último editó una biografía de María de la Encarnación, en 1621. Vicente de Paúl conoció también al Sr. Gallemant, puesto que dice que quiere contribuir por su parte a la biografía de este «bienaventurado» (C. I., 409 y 454).

En los círculos de los Marillac, las Carmelitas gozaban de gran honor. Miguel de Marillac, tío de Santa Luisa había colaborado activamente en el establecimiento de las Carmelitas en Francia. En 1622, publicó el relato de la ereción e institución de la Orden de religiosas de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Según la Sra. Acarie, Miguel de Marillac era «la piedra fundamental, en lo temporal, del Carmelo francés».

La hija de Miguel de Marillac y tres de sus nietas se hicieron Carmelitas. Su hijo Renato (padrino del hijo de Santa Luisa) se casó con María de Creil. Después de la muerte de Renato (en 1621) su viuda entró igualmente en el Carmelo. María de Creil había estipulado que Luisa recibiría todos los años una kaiii talad de dinero. Luisa conservó siempre relaciones con ella (ver 1, 462, 515; II, 162; III, 523; VI, 56; VII, 284) y solía llamarla la señora de Marillac la Carmelita» (VII, 284).

Sabemos que después de la muerte de su tía Valence de Marillac, ma­drina del hijo de Santa Luisa (1617), Luisa y su marido Antonio Le Gras se cuidaron de sus ocho hijos. Miguel de Marillac era el tutor, pero des­cargó sus deberes como tal en Antonio y su mujer (C. I, 219). Una de las hijas, Enriqueta, entró en el Carmelo (I, 92, nota 5).

La condesa de Richemont, biógrafo de Santa Luisa, se extraña de que en tal ambiente Luisa no se sintiera atraída por el Carmelo; a pesar de todo lo que el Carmelo tenía para poder atraer a Luisa, a pesar de las relaciones establecidas por su tío (Miguel) entre ella y la. Madre Magdalena de San José (la primera priora francesa de las Carmelitas), no parece que se le presentara nunca el pensamiento de revestir el hábito de las hijas de Santa Teresa (Histoire de Mlle. Le Gras, ed. 1883, 12). Leemos en efecto en una carta de Maturina Guérin a Sor Margarita Chétif que Luisa de Marillac había «tenido deseo de ser capuchina, a pesar de su delicada salud, lo que nos decía a veces, no por jactancia sino a modo de recreación y contándonos los hechos de su juventud» (Luisa de Marillac, París, 1886, I, 235).

Por una carta de Mons. de Camus sabemos cuánto sufría Santa Luisa con las ausencias de San Vicente: «El Sr. Vicente se eclipsa y ya tenemos a la Srta. «Le Gras» fuera de sí y desorientada» (C. I, 225). Le aconseja entonces que se ponga en contacto con la Madre Magdalena de San José, Carmelita. El Carmelo de la calle Chapon no estaba muy lejos de la casa de Luisa, cuando residía en la calle Cours-au-Villain (Richemont, 39, nota 3).

Después de la Jornada «de Dupues» (de los Engaños), 11 de noviembr3 de 1630, Richelieu mandó decapitar a Luis de Marillac (cf. carta consolando a Luisa, I, 153) y encarceló a su hermano Miguel en Cháteaudun (C. I, 150). La Madre Magdalena ordenó que se expusiera el Santísimo Sacramento durante sesenta días y sesenta noches para pedir la liberación del bien­hechor de las Carmelitas. En el concepto de San Vicente, Miguel de Ma­rillac era un hombre de oración (XI, 253). (Cf. La Vénérable Mére Made­leine de St. Joseph, por las Carmelitas del «Convento grande», Clamart, 1935).

En la familia de los Gondi, también se honraba mucho a las Carmelitas. Margarita de Gondi, marquesa de Maignelay (II, 93), hermana del señor de Gondi, era íntima amiga de Mme. Acarie y de su hija Margarita, en reli­gión, Madre Margarita del Santísimo Sacramento. La Marquesa solía decir: «La Sra. Acarie era una santa, pero su hija Margarita lo es todavía más».

La Sra. de Maignelay, según se dice, había contado a varias personas y por supuesto a San Vicente (Brémond, II, 345) que cuando nació la pe­queña Margarita Acarie se vio su cuna rodeada de fuego. Y que la mar­quesa escuchó una voz que decía: «Esas llamas son figura del fuego ce­lestial que ha de abrasar a esta alma».

Cuando ocurría cualquier desavenencia entre el Sr. Gondi y el gober­nador de Toulon, la Sra. de Maignelay temía siempre que la cosa terminara en duelo y solía pedir oraciones a la Madre Margarita. Esta rogó a Dios con fervor que mantuviera la paz en la casa de los Gondi.

Impulsado por su mujer, el Sr. Gondi fue un día a ver a Madre Margarita, encontrándose allí con el P. de Bérulle, a quien no conoce usted, pero un día le conocerá. Será el instrumento más eficaz de que Dios se sirva para su salvación». Y después de la muerte de la Sra. de Gondi, su marido ingresó en el Oratorio fundado por el Sr. de Bérulle. Muchas ve­ces refirió las palabras de la Madre Margarita, que consideraba como una predicción (R. Chantelauze: Saint Vicent de Paul et les Gondi, París, 1882, cap. IX; Brémond II, 343 y ss.).

La misma Sra. de Gondi iba con frecuencia al convento de las Carmelitas de la calle Chapon, llamado también «Convento pequeño», del que era in­signe bienhechora. Después de su muerte (23 de junio de 1625) fue ente­rrada en aquel monasterio (Coste, I, 176). Su marido conservó el recuerdo de ella toda su vida. En una carta del 8 de agosto de 1660 (citada en La Vie de la Vénérable Mere Marguerite Acarie, por M. Tronson de Che­neviere, París, 1689), escribe: «No puedo olvidar el ‘Convento pequeño’ de las Carmelitas, en el que tengo prendas demasiado preciadas para no recor­darlo con toda la veneración, afecto y agradecimiento que debo» (Chantelau­ze, 218). Durante toda su vida, el P. de Gondi mantuvo relación con la Madre Margarita del Santísimo Sacramento, hasta la muerte de ésta el 13 de mayo de 1660.

De todo ello podernos, pues, concluir que en el ambiente en que San Vicente se desenvolvió, existía una gran admiración por las Carmelitas. Sin embargo, no parece que el Santo, personalmente, se viera influenciado por la espiritualidad teresiana.

4. Los contactos de San Vicente con el Carmelo

San Vicente no estaba inclinado a recibir en la Compañía de la Caridad a una aspirante que hubiera salido de un convento. Pensaba que «esa entrada y salida de religión es muestra de alguna ligereza» (I, 313, entre 1634 y 1636). Sin embargo, parece que a una sí la recibiera, porque es­cribe (I, 314, sin fecha): «Esta buena joven me parece tener bastante buen espíritu y buena voluntad. No hay más que la dificultad de que ha estado en religión; pero me ha dicho que al ser inducida a entrar, tenía ya su corazón puesto en la Caridad. Por eso creo que no hay peligro en probar con ella».

Por otra parte, sabemos que se aconsejó a una Hija de la Caridad que entrara religiosa, ocasión en la que Santa Luisa se hizo la protectora de su vocación. Escribió a la Madre Superiora de las Benedictinas de Argen­teuil (16 de mayo de 1639): «No he querido creer, Madre, que fuera usted quien haya encargado que se la desviara de su vocación, no pudiendo ima­ginar que los que conocen su importancia se atreviesen a oponerse a los designios de Dios y a poner a un alma en peligro de comprometer su sal­vación, además de privar de socorro a los pobres abandonados que tanto lo nocesitan…».

En cuanto a las Carmelitas, no puede decirse que San Vicente haya estado en relación continua con la Orden. Fueron más bien, los que tuvo, contactos accidentales. El santo recibió en la Compañía a una joven que había estado con las Carmelitas de la calle de St. Jacques, en París. Se trata de. Juana Dalmagne (1611-1644).

Entre las amigas de las Carmelitas, hay que nombrar a la que mejor que cualesquiera otras supo comprender a San Vicente: «María de Wig­nerod de Ponscourlay, marquesa de Combalet y Duquesa de Aguillon, so­brina de Richelieu».

Al quedarse viuda a los dieciocho años, entró en el Carmelo, pero al cabo de un año, tuvo que salir por orden de Roma.

Durante 23 años fue Presidenta de las Sras. de la Caridad del «Hótel­Dieu». Se preocupó mucho por la salud de San Vicente y fue una de sus grandes bienhechoras. Después de su muerte (17 de agosto de 1675), su cuerpo fue amortajado con el hábito de las Carmelitas y enterrado en el Carmelo (C. I, 373).

a) Juana Dalmagne

Entró en las Carmelitas de la calle St. Jacques, de París.

Antes estuvo al servicio de una familia de Saint Germain en Laye, y habiéndose enterado de que en el Carmelo necesitaban una tornera, se presentó y fue recibida por las religiosas. Estando ya en el convento, no podía soportar que dijeran el bien que hacía.

No llevaba mucho tiempo en el monasterio, cuando, en la oración, sin­tió una fuerte inspiración y un gran atractivo por servir a los pobres. Entonces se resolvió a hacerse Hija de la Caridad.

Pero varias personas se oponían a su designio, hasta llegó a intervenir en el asunto de princesa de Condé. Juana, sin embargo, permaneció in­quebrantable en su decisión.

Como sus argumentos no convencían a las Carmelitas, y se le agotaban las fuerzas para soportar sola tantas dificultades, puso su decisión en manos de su director Dom Morice, barnabita.

Este no conocía la Compañía más que por lo que Juana le decía. Des­pués de haberla interrogado y de haber seguramente visto la mano de Dios en ella, dom Morice le aconsejó que se entregara al servicio de los pobres en la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Juana fue a presentarse a las Hijas de la. Caridad con el espíritu plena­mente sumiso a Dios, diciéndose: «Ya me reciban, ya me rechacen, veré en ello la voluntad divina y me quedaré contenta tanto en un caso como en el otro».

Juana fue recibida en 1638, trabajó en Nanteuil, hizo los votos el 25 de marzo de 1643 y murió exactamente un año después.

San Vicente decía a las Hermanas: «Podeís invocarla, cada una en particular», tan convencido estaba de la santidad de esta Hermana (C. IX, 179-85-1-1645).

b) Marta de Vigean (1621-1665)

Otro caso individual que queremos referir a este propósito, es el de Marta de Vigean. Era hija de la marquesa de Vigean, con la que San Vi­cente estuvo en contacto.

En 1640, el santo fue a ver a la marquesa para consolarla de la muerta de su hijo, caído a los 20 años en el sitio de Arras. Con este motivo San Vicente escribió: «Encontré que Nuestro Señor se había encargado de ser el consolador de la madre, de manera sobrenatural. Nunca he visto la ima­gen de la fortaleza de Dios en la aflicción como en esta buena señora (II, 110).

Otra vez fue San Vicente a verla porque estaba enferma. Su hija Marta se encargó de acompañar a su visitan te hasta la puerta; y él le dijo: «Se­ñorita, no está usted hecha para el mundo».

Marta comprendió lo que a medias palabras quería decirle, pero le de­claré que no iba a rezar por tal intención. Se encontraba a gusto en el mundo.

Sin embargo, con el tiempo cambió de parecer y a pesar de la resistencia de su madre (que había perdido también a su segundo hijo, asesinado), entró en el convento de las Carmelitas, en París (en 1649), tomando el nombre de Marta de Jesús.

En 1660, era superiora del Carmelo de la calle St. Jacques. Tenemos una carta de esta Carmelita a San Vicente, con fecha del 2 de septiembre de 1660 (VII, 422). Le informa acerca de la cuestión de los Superiores del Carmelo (ver más adelante). En diciembre de 1660, tres meses después de la muerte de San Vicente, esta Carmelita dio un testimonio firmado de la historia de su vocación (Collet, II, 516). Dicho testimonio es la fuente de este relato.

c) María d’Hanivel (1579-1647)

Hemos mencionado ya a María d’Hanivel, llamada en religión la Madre de la Trinidad. Escogió el Carmelo después de la muerte repentina de una amiga y aconsejada por el capuchino, P. Angel de Joyeuse (I, 408, nota 1). En 1637, era priora del segundo monasterio de las Carmelitas de Troves.

Ya en 1621 se había pensado en establecer a los Misioneros en dicha ciudad. En 1637, la priora y el Obispo de Troyes, Renato de Breslay, tu­vieron al mismo tiempo, aunque independientemente el uno del otro, la inspiración de trabajar nuevamente en la consecución de tal proyecto. Por mediación del Sr. Sillery, penitente de San Vicente y con su ayuda finan­ciera, juntamente con la del Obispo, se podían pedir Misioneros a San Vicente. El contrato para la nueva casa de los Sacerdotes de la Misión se concluyó en el locutorio del Carmelo el 13 de octubre de 1637.

En sus diversas cartas, San Vicente manifiesta a la Madre de la Trini­dad un profundo agradecimiento con palabras muy humildes: «La funda­ción de los Sacerdotes de la Misión en Troyes: es obra de sus manos».

Sin embargo, el pueblo de Troyes se opuso al establecimiento de una casa de Misioneros en la misma ciudad. La Madre de la Trinidad pensaba que no había que tenerlo en cuenta. Pero San Vicente era de otro parecer. En tales circunstancias, le escribió:

«Sé muy bien, querida Madre, que Santa Teresa obró de distinta ma nera en algunas de sus fundaciones; pero ¡ella era una santa, que tenía inspiración de Dios para hacerlo! De todas formas, no sé, querida Madre, si hubiera manifestado su rechazo en diversas ocasiones. Por eso, suplico de nuevo a vuestra caridad sin medida que acepte lo que le propongo con toda la humildad y el respeto de que soy capaz» (I, 579).

La Madre Carmelita y el comendador Sillery se resignaron con el punto de vista de San Vicente. El santo le dio las gracias por haber tenido la bondad de «acomodarse a mi miseria» y escribió no sin cierta pizca de humor:

«(Estoy) muy disgustado, querida Madre, de la pena que le he pro­porcionado en este asunto. Pero ¡en fin! La caridad es paciente» (I, 585).

Parece desprenderse que las relaciones entre la Madre de la Trinidad y San Vicente fueron muy cordiales.

Ella le pidió que le buscara un eclesiástico para su convento, buscó su mediación en un pequeño altercado entre el Carmelo y la Visitación de Ruán (los jardines y las celdas de ambos conventos estaban expuestos a las miradas de unas y otras), y le interesó en la biografía del Sr. Gallemant.

La Madre de la Trinidad se mostró también muy activa para la funda­ción de una casa de Sacerdotes de la Misión en Annecy y escribió a San Vicente una carta sobre la cuestión de un visitador para los monasterios de la Visitación. Si interpretamos bien el texto, parece tuvo una reve­lación a este respecto (II, 100).

Por su parte, San Vicente le describe con todo detalle la muerte del Comendador de Sillery (26 de septiembre de 1640) y le aconseja con bon­dad que permanezca en Troyes:

«Plegue a Dios sea yo digno de prestar un pequeño servicio a esa Santa Orden, mucho más grande que ésta (la Congregación de la Misión). Bien sabe su Bondad el afecto que tengo y la reverencia que El me ha dado por mi amada Madre, a quien quiero incomparablemente y a quien me gus­taría ver regresar a su nido (París) si no temiera desear algo contrario a la Voluntad de Dios que nos gobierna por su especial providencia… Y es lo que me ha movido, amada Madre, a ofrecer a Dios la disposición de vuestra persona para los lugares y en la forma que El crea conveniente para su gloria» (II, 202).

La Madre de la Trinidad permaneció en Troyes donde murió el 6 de marzo de 1647.

d) El Carmelo de Neufcháteau

En octubre de 1657 (VI, 577), en París se oía hablar y se comentaba la pobreza de las Carmelitas de Neufcháteau, a poca distancia de Toul. La Sra. de Herse, gran bienhechora de los Sacerdotes de la Misión (había donado a la Congregación la granja de Fréneville) envió a las religiosas, por mediación de San Vicente, géneros, ropa blanca, mantas.

En dos cartas (VI, 577; VII, 37), el santo da instrucciones detalladas a Jorge des Jardins, Superior de Toul. Le encarga que lleve personalmente el paquete a las monjas.

«Conviene que haga usted exprofeso ese pequeño viaje de un día, sin diferirlo, para que esas pobres religiosas puedan ponerse a resguardo del invierno.»

En la segunda carta, Vicente de Paúl dice al Sr. des Jardins que pague él el porte del fardo. No le permite que acepte nada en tal concepto de las pobres Carmelitas. Y le da dos razones para ello: «No vayamos a dese­dificar a la Sra. de Herse», y sobre todo: «tenemos la obligación de mo­lestarnos por aliviar a los pobres».

Esta anécdota no tiene mayor importancia. Pero nos permite ver a lo vivo las motivaciones de San Vicente: «hay que molestarse por aliviar a los pobres».

e) «Una gran preocupación entre esas buenas religiosas»

Desde su llegada a Francia, las Carmelitas estuvieron bajo la autoridad de tres Superiores. En 1659, éstos eran: Jacques Charton, penitenciario de París, Martín Grandin, profesor de la Facultad de París, y Charles de Ga­maches. Estos sacerdotes decidieron hacer también la visita canónica de los conventos carmelitanos. Pero un Decreto de la Sagrada Congregación de Regulares, con fecha 16 de julio de 1659, atribuyó esa facultad solamente a los visitadores apostólicos.

El 2 de octubre de 1659, el Papa nombraba a dos Visitadores, de los cuales uno era Luis de Chandenier, gran amigo de San Vicente y su huésped en San Lázaro.

Cuarenta conventos de Carmelitas se sometieron a la decisión del Papa, pero otros dieciocho se opusieron a ella y entre éstos se hallaba el «con­vento grande» de la calle St. Jacques.

San Vicente habla de «una gran preocupación entre esas buenas reli­giosas» y hace la observación: «Varias casas de Carmelitas no aceptan el Breve, pero otras sí lo hacen» (Ver C. VIII, 61 – nota y 167).

La muerte de Luis de Chandenier (3 de mayo de 1660), que antes de morir ingresó en la Congregación de la Misión, se atribuyó por sus adver­sarios «a una permisión divina» (VIII, 338).

Los tres Superiores de las Carmelitas quisieron arrastrar a San Vi­cente a su partido (VIII, 395), y un confesor de las religiosas preguntó al santo qué conducta seguir (VIII, 413). San Vicente aconsejó siempre la obediencia al Breve del Papa. En la correspondencia con este motivo en­contramos una frase que nos revela la impresión que la vida de San Vi­cente había causado en el público. Un mes antes de la muerte del santo, Charton escribía: «Conozco muy bien su inclinación que es la de compa­decer —sufrir con— a los oprimidos» (VIII, 395).

San Vicente murió el 27 de septiembre de 1660. Su sucesor como Su­perior General de los Sacerdotes de la Misión, Renato Alméras, fue uno de los Superiores de las Carmelitas: del 11 de abril al 26 de septiembre de 1661. Fue entonces cuando el Papa decidió que cada convento de Car­melitas elegiría un Superior cada tres años (J. B. A. Baucher, Histoire de la Bienheureuse Marie de l’Incarnation, París, 1854, II, 460 y ss.).

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