Reflexiones Vicentinas al Evangelio: Sábado Santo

por | Abr 19, 2014 | Reflexiones | 0 comentarios

El descendimiento de la cruz - 1750. Corrado Giaquinto

El descendimiento de la cruz – 1750. Corrado Giaquinto

«Nuestro Señor nos ha librado de esas dos muertes, no ya para que pudiéramos evitar la muerte, pues eso es imposible, pero nos libra de la muerte eterna por su gracia, y por su resurrección da vida a nuestros cuerpos, pues en la santa comunión recibimos el germen de la resurrección…» (SVdeP IX,652)

La Pascua cristiana se mueve entre la Última Cena y la Pascua definitiva, “cuando Dios sea todo en todo”. Una Pascua que nace en la oración confiada de Jesús: “En tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lucas 23,46) y en la conmovedora acción del Espíritu que convierte a unos intimidados seguidores en unos valientes testigos (Hechos 2,1-36).

El camino del Resucitado arranca en la aceptación de la cruz y se dirige a la gloria del Padre. Estar sentado a la derecha del Padre, significa que ese camino de Jesús se convierte en el camino de todo aquel que acepta las promesas y quiere hacer del Reino su realidad última y definitiva (Marcos 12,21).

El gozo es el sentimiento mayor de esta noche santa de Pascua. La luz que asciende y se abre paso en medio de la oscuridad que lentamente desaparece, indica la llegada del primer día de la semana. Todo es nuevo. El Señor lleno de luz resucita dejando atrás la oscuridad de la muerte. El Ángel anuncia la Buena Noticia a las mujeres: “El crucificado ¡ha resucitado! Vengan y vean, no está aquí. Vayan corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a Galilea”. Corren llenas de miedo y de gozo.

La Pascua del Señor enciende el corazón de amor apasionado.

Los relatos de la resurrección señalan con toda claridad que el grupo de Jesús debe dar un paso adelante y convertirse en una comunidad que se sienta y sea llamada por Dios a continuar el anuncio de Jesús. Éste es el sentido de la palabra Iglesia, que significa “grupo de personas llamadas”

Los relatos ayudan, también, a reconocer que el Señor resucitado es el mismo Maestro que compartió su pan, su Palabra, su poder sanador y liberador por los polvorientos caminos de Galilea. La mano del Resucitado es la misma mano del artesano que murió en la Cruz para que todas sus amistades pudieran vivir. La llaga continúa en la mano del Resucitado, pero ya no como herida de dolor, sino como símbolo de redención.

A Jesús y a su misión, hemos sido incorporados por el Bautismo que renovamos esta noche en la Vigilia Pascual. Hemos sido bautizados en la muerte y en la resurrección del Señor. Su Pascua todo lo hace nuevo: nuestra vida y la creación entera. No se puede callar la experiencia de saberse amado por Dios. Él nos envía a poner en juego la vida para llevar esta Buena Noticia a los rincones oscuros que pretenden ocultar la claridad de su Luz. Ya no hay lugar para el miedo. La Resurrección de Jesús es sólo causa de alegría.

¿Cómo estamos haciendo realidad esta verdad de que la Vida es más fuerte que la muerte? ¿Somos misioneros que comunicamos el gozo de la alegría pascual o nos dejamos arrastrar por la rutina de un mundo lleno de miedo, desencanto y desesperanza? Aprendamos a las mujeres-testigas, anunciando a un Cristo Resucitado, por medio de nuestras acciones diarias.

«… Para imitarle, vosotras devolveréis la vida a las almas de esos pobres heridos con la instrucción, con vuestros buenos ejemplos, con las exhortaciones que les dirigiréis para ayudarles a bien morir o a recobrar la salud, si Dios quiere devolvérsela. En el cuerpo, les devolveréis la salud con vuestros remedios, cuidados y atenciones. Y así, mis queridas hermanas, haréis lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra» (SVdeP IX,652

Tomado de ssvp.es

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