Reflexiones Vicentinas al Evangelio: quinto domingo de Cuaresma

por | Abr 3, 2014 | Cuaresma, Reflexiones | 0 comentarios

Jesus con Marta y María - 1605, Alessandro Allori

Jesus con Marta y María – 1605, Alessandro Allori

«Esta casa, hermanos míos, servía antes de refugio para los leprosos; se les recibía aquí y ninguno se curaba; ahora sirve para recibir pecadores, que son enfermos cubiertos de lepra espiritual, pero que se curan, por la gracia de Dios. Más aún, son muertos que resucitan. ¡Qué dicha que la casa de San Lázaro sea un lugar de resurrección! Este santo, después de haber permanecido durante tres días en el sepulcro, salió lleno de vida… Pero ¡qué vergüenza si nos hacemos indignos de esta gracia!… ; no serán más que cadáveres y no verdaderos misioneros; serán esqueletos de San Lázaro y no Lázaros resucitados, y mucho menos hombres que resucitan a los muertos» (SVdeP XI, 710-711)

Ezequiel escribe para el pueblo de Dios que está desterrado en Babilonia. Los israelitas son como huesos resecos, amontonados y sin vida. Pero Dios está velando por su pueblo y su palabra de esperanza les devuelve las fuerzas para seguir luchando por la vida. Este texto es muy querido por muchos pobres de los distintos continentes de la tierra; se sienten como esas osamentas tiradas en los campos o a lo largo del camino. Y estas palabras del profeta les devuelven la fe, confianza en sí mismos y en el Dios de la vida. Creen que el Espíritu de Dios puede transformar su muerte en vida, su sufrimiento en alegría y dignidad. Si tomáramos conciencia de que el Espíritu de Dios habita en nosotros, cuán distinta sería nuestra vida. Es ese mismo Espíritu que resucitó a Jesús el que nos hace vivir como resucitados ya desde ahora. La corrupción generalizada, la violencia que no cesa de segar vidas inocentes, el culto al dios dinero, placer y poder, nos está dejando a merced de un mundo entregado a los ídolos que matan lo mejor de nosotros mismos. Sin embargo, creemos que el Espíritu habita en nosotros y en nuestro mundo.

La comunidad de Jesús debe regirse por relaciones de afecto y congregarse por un amor activo a favor del proyecto del mismo Jesús, a favor de los más necesitados, de los que sufren, de los privados de la dignidad y vida, de los Lázaros de hoy y de siempre. Jesús comunica un “plus” de calidad de vida. El miedo a la hostilidad del mundo nace del temor a la muerte. Jesús no elimina la muerte física, sino que, para quien ha recibido de Él la vida, la muerte es más que un sueño. El grupo de discípulos de Jesús aún está vinculado a la institución y a la mentalidad, judías. De ahí nacen las falsas concepciones sobre la muerte, la resurrección y la obra del Mesías. En su diálogo con Marta, que personifica a la comunidad que espera al Maestro, Jesús deshace esas creencias, y da a conocer el significado de su persona y misión, llevando a Marta a la plenitud de la fe propia del discípulo; por eso el diálogo entre ambos culmina en la profesión de fe. El proyecto creador de Dios, no es hacer un ser humano destinado a la muerte, sino a la vida plena y definitiva, comunicándole la suya propia. Para quien ha recibido el Espíritu de Dios no existe interrupción de vida, la muerte es sólo una necesidad física y natural. Después Jesús se encuentra con María. Ésta representa a la comunidad apenada por la muerte. Hay una diferencia entre el dolor desesperado de María y el dolor sereno de Jesús. También Jesús siente pena, pero no porque la muerte sea definitiva, sino porque se siente solidario del ser humano sujeto a ella, y sufre por la ausencia del amigo. La muerte sigue siendo un hecho biológico, pero no señalará el fin de la persona humana.

Ezequiel, Pablo y Jesús, nos invitan hoy, como al pueblo en el destierro, como a Lázaro y sus hermanas, a fiarnos de su Palabra, a quitar la losa que pesa sobre nuestras esperanzas, soltar las ataduras que nos oprimen y creer en la vida para siempre. Como huesos resecos, como Lázaros en el sepulcro, necesitamos volver a percibir que el Espíritu nos está llamando a recrear nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestra agonizante creación. Ojalá escuchemos la voz de Dios y no esperar como Lázaro el final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y esperanza en el que el Espíritu Santo desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos, ya ahora, como resucitados.

«Seguir a Jesucristo: Primero como hombres racionales, tratando bien al prójimo y siendo justos con él; segundo, como cristianos, practicando las virtudes de que nos ha dado ejemplo Nuestro Señor; finalmente, como misioneros, realizando bien las obras que Él hizo y con su mismo espíritu, en la medida que lo permita nuestra debilidad, que tan bien conoce Dios» (SVdeP)

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