EN MANOS DEL ALFARERO – XXXV SEMANA VICENCIANA. Salamanca, 2010

por | Sep 6, 2010 | 350 Aniversario, Familia Vicenciana | 0 comentarios

 La XXXV Semana de Estudios Vicencianos ordenó sus jornadas en torno a la Espiritualidad de Vicente de Paúl. Los y las ponentes pusieron a prueba sus mejores dotes para desentrañar la riqueza espiritual del gran Santo de la Caridad. Diríase, familiarmente,  que “lo bordaron”, desde la seriedad de una exposición documentada y contrastada, hasta el convencimiento de que “no hay Vicente en acción que no haya pasado por el Vicente en contemplación. Contemplación elaborada a base de mirar a Jesucristo, su manantial y modelo, para contemplarle, luego, en el hombre doliente, su imagen

 Decir que una persona se mantiene en las máximas evangélicas es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica es decir que tiene la santidad. (Conf. a los Misioneros, 22.08.1659)

  ¡Es increíble lo que puede dar de sí un hombre de Dios! Sólo se entiende, cuando ese hombre, barro todo él, fue tomando forma y vida en las manos de quien no pone límites en el amor. Mucho puede dar de sí, quien como Vicente de Paúl, supo dejar las secas veredas de la mediocridad para plantarse junto a las acequias de Dios, arraigando con tal fuerza que sus hojas no se han marchitado (Sal. 1, 3).

 Vicente de Paúl captó la llamada de Dios a la santidad, no como susurro leve, cual Elías en el desierto; la llamada le llegó con fuerza de huracán, con carácter de urgencia, como urgente era la necesidad del pobre. “¡Yo no sabía nada!” exclamaba ante un joven que, como maestro, le revela la cruda realidad del que nada tiene. Vicente, hombre de fe, sintió la necesidad de confrontarla con la experiencia. Poniendo pie en la realidad de la vida misma, va dibujando un camino del que ya no se desviaría; y su hoja de ruta, segura como el mismo Dios, sería el Evangelio. La vida de Jesucristo, conformada en todo a la voluntad del Padre, fue para Vicente como la “estrella Polar”.

 La XXXV Semana de Estudios Vicencianos ordenó sus jornadas en torno a la Espiritualidad de Vicente de Paúl. Los y las ponentes pusieron a prueba sus mejores dotes para desentrañar la riqueza espiritual del gran Santo de la Caridad. Diríase, familiarmente,  que “lo bordaron”, desde la seriedad de una exposición documentada y contrastada, hasta el convencimiento de que “no hay Vicente en acción que no haya pasado por el Vicente en contemplación. Contemplación elaborada a base de mirar a Jesucristo, su manantial y modelo, para contemplarle, luego, en el hombre doliente, su imagen.

 La santidad de Vicente de Paúl no se tejió con hilos de espejismos y discursos académicos al estilo de su época. Le bastó con imitar a Jesucristo, siguiendo aquellas máximas evangélicas que más se acomodaban a la tarea que tenía entre las manos. No podía vivir como un señor y ser servido, cuando, por opción se había hecho siervo; imposible no revestirse de humildad para servir a los pequeños del reino; ¿como no confiar en la Providencia, cuando se sabía dirigido por la mano amorosa y previsora de Dios?;  ¿Cómo dirigir personas y obras sin discernir cual sería el querer o no querer de Dios?  ¿Cómo exigir a sus Misioneros la virtud de la sencillez, sin sentirla tan pegada a su propia piel como “su evangelio”? Por la calumnia hubo de pasar para poder decir, más adelante, que había que hacer un buen uso de ellas; a la mansedumbre hubo de plegarse para escribir, con el tiempo, estas bellísimas frases al P. Felipe Le Vacher en Argel: “Le ruego que sea condescendiente ante la debilidad humana. Así es como se ganará a los eclesiásticos, acogiéndolos en lugar de rechazarlos. ¡Dios mío! Deseo que modere sus impulsos y que piense las cosas antes de resolverlas. Sea más bien paciente antes que agente”. Este es el señor Vicente, ducho en la virtud, después de pasar por la escuela del Divino Maestro.

 “Capaz de echar a perder todas las cosas”… era expresión corriente en boca de Vicente que atribuía a Dios todos los éxitos de su obra caritativa. “No pensé en ello, ni la Señorita, ni el P. Portail… Era Dios el que había pensado en ello desde toda la eternidad. Fue así y no de otra forma como habían nacido la Congregación de la Misión, Las Caridades y las Hijas de la Caridad. Consciente de lo que pensaba y decía, se mostraba agradecido a la Providencia, a cuya sombra no había que temer; ¡eso sí!, seguir su paso, sin detenerse ni tampoco adelantarse…

 Las ponencias merecen gratitud; fueron y serán, cuando las tengamos impresas, una fuente de conocimiento y de reflexión sobre la espiritualidad de San Vicente de Paúl. Lo que se pudo  intuir como “empalago temático” por las posibles repeticiones, se convirtió en un himno de alabanza al Buen Dios por haber llevado a tan alta santidad al joven sacerdote Vicente de Paúl y Mora.

 Termino mi reflexión como decía al principio: ¡Cuánto puede dar de sí un hombre de Dios!  Y Vicente ha dado mucho de sí en esta XXXV Semana Vicenciana. Se ha dicho mucho y bello sobre él; pero no se ha dicho todo… De este gran Santo, como del Evangelio, queda mucho por decir y más por vivir. Su figura en el tiempo se agrandó con la presencia de una gran mujer: Luisa de Marillac. Ella murió antes; no pudo reunir a las Hermanas para hablar de las virtudes de “Bienaventurado Padre”. ¡Lástima! ¡Más cosas sabríamos sobre la belleza de un alma tan dotada de la gracia de Dios!

 Un gran número de Hermanas, Padres y laicos, hemos gozado de esta Semana, enmarcada en el 350 aniversario de la muerte de nuestros Santos Fundadores. Ellos fueron barro dócil en manos del Alfarero. Con la voluntad de dejarnos moldear por el Espíritu, esperamos dar fruto. Sobrados motivos tenemos para no dejar pasar esta ocasión. Las celebraciones o ayudan o paralizan… Que San Vicente y Santa Luisa intercedan por toda la Familia Vicenciana para que  cumplamos, como ellos, la voluntad de Dios.

 

Rosa Mendoza
Hija de la Caridad
Provincia de Barcelona

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