Carta del Superior Genral a los miembros de la C.M. para la Cuaresma 2003.
Cuaresma
2003
A
los miembros de la Congregación de la Misión
Mis queridos hermanos:
¡La gracia de nuestro Señor esté siempre con ustedes!
En los relatos de la pasión, si exceptuamos a Jesús, ninguna figura
recibe mayor atención que Pedro. Los evangelistas discrepan al narrar muchos
detalles importantes de los últimos días de Jesús (lo que dijo en la Última
Cena, quién estaba presente en su crucifixión, qué palabras dijo desde la
cruz), pero los cuatro evangelios concuerdan al narrar que Pedro negó tres
veces a Jesús. En ningún otro tema de los relatos de la pasión los cuatro
evangelios están tan de acuerdo. El relato de las negaciones de Pedro es una
narración muy intensa, llena de detalles coloristas, que cautivó la imaginación
de los primeros cristianos y permaneció grabada en su memoria: Pedro siguiendo
a Jesús, tímidamente y a distancia, hasta el patio del sumo sacerdote;
calentándose junto a la buena hoguera donde una criada lo reconoce;
deslizándose furtivamente fuera de la escena para escapar a las insistentes
preguntas de ésta; los presentes reconociendo su acento galileo; Pedro
retrocediendo, en tres pasos sucesivos, de la evasión a la negación, a la
maldición y al juramento; el canto del gallo y la mirada de Jesús a Pedro justo
en el momento de la tercera negación; Pedro recordando las palabras proféticas
de Jesús y llorando amargamente.
Es importante, al reflexionar sobre las negaciones de Pedro, recordar
que estas tienen un preludio y una continuación.
Fijémonos en tres escenas del preludio. En la primera, una escena
pacífica, Pedro profesa públicamente su fe en Jesús (Mc 8, 29; Mt 16, 16); pero
ahora, al comienzo de la pasión, bajo juramento, niega conocerlo. En una
segunda escena, en la Última Cena, Pedro afirma: Aunque todos fallen, yo no
(Mc 14, 29), evocando la profecía de Jesús: Te aseguro que hoy, esta misma
noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres (Mc 14,
30). Pedro insiste: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré (14, 31);
pero sus palabras son una pura bravuconada. El evangelio de Marcos concluye la
Última Cena de modo abrupto con este vano alarde y el drama se traslada al
Huerto de los Olivos, donde tiene lugar la tercera escena del preludio. En el
huerto, Jesús dice a Pedro, Santiago y Juan: Vigilad y orad (cf. Mc 14,
34-38). Éstos se duermen. Luego Jesús se dirige de modo particular a Pedro:
Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad para
no sucumbir en la prueba. El espíritu es decidido, pero la carne es débil (Mc
14, 37-38). ¡Velad! ¡Orad! En el preludio, Pedro no hace ninguna de las dos
cosas. No se prepara para la gran prueba que está por acaecer.
El significado de todo esto, de manera especial en el evangelio de
Marcos, es muy claro. Marcos nos está diciendo que el discípulo citado en
primer (1, 16) y último lugar (16, 7), el que primero profesó públicamente a
Jesús (8, 29), el que alardeó de su disposición para seguir a Jesús hasta la
muerte (14, 31) se durmió, no rezó, huyó en el momento decisivo y negó,
jurando, conocer en absoluto a Jesús. Estaba del todo falto de preparación para
cargar la cruz con el Señor y seguirlo (8, 34)
Ciertamente la continuación del relato es mucho más gozosa. Aunque
Pedro es torpe para creer incluso tras la resurrección (cf. Lc 24, 11), Jesús
se le aparece (Lc 24, 34) y le conduce al arrepentimiento para que, una vez
convertido, comience a fortalecer a los demás (cf. Lc 22, 32). En paralelismo
con sus tres negaciones, Pedro confiesa por tres veces su amor al Señor (Jn 21,
15-17). Toma el puesto como jefe de los Doce, evangelista de los circuncisos
(Gal 2, 7) y pilar de la iglesia de Jerusalén (Gal 2, 9).
¿Existe otra figura más adecuadamente cuaresmal que Pedro? La cuaresma
es tiempo para renovar nuestra profesión de fe bautismal, para reorientar
nuestras vidas hacia el Señor, para hacer de nuevo el propósito de cargar con
nuestra cruz y seguir a Jesús. Permítanme en esta cuaresma ofrecerles tres
reflexiones suscitadas por el papel de Pedro en los relatos de la pasión.
1. La
primera reflexión es muy simple y también muy cruda. No se necesita ser
psiquiatra para penetrar en las razones de la caída de Pedro. Era totalmente
ignorante de su debilidad; era más pretencioso que humilde. Contrariamente a la
repetida petición de Jesús, no vigiló y no oró. La debilidad de Pedro aparece
más patentemente en el evangelio de Marcos si recordamos las palabras con las
que Jesús, precisamente antes del comienzo del relato de la pasión, introduce
una parábola final: ¡Cuidado! Vigilad, porque no sabéis cuándo llegará el
momento (13, 33). Así, la historia de Pedro nos plantea preguntas bien
directas en esta cuaresma: ¿Nos damos cuenta de nuestra propia fragilidad? ¿Nos
presentamos ante el Señor con humildad, conscientes de que llevamos su tesoro
en vasijas de barro (2 Cor 4, 7)? ¿Estamos alerta, vigilantes? ¿Tenemos los
ojos abiertos para ver al Señor que sigue agonizando en el huerto? ¿Reconocemos
su angustia en la gente sin techo, acurrucada en los pórticos de los edificios
buscando refugio contra el frío? ¿Toca nuestros corazones su mirada doliente,
reflejada en los ojos de los niños hambrientos y de las madres sin hogar?
¿Oramos humilde y constantemente, como Jesús pide? Sus interpelantes palabras a
Pedro contienen uno de los desafíos más fundamentales del Nuevo Testamento:
¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad para no sucumbir en la
prueba (Mc 14, 37). ¿Tomamos en serio el imperativo
urgente de la primera de las dos cartas del Nuevo Testamento atribuidas a Pedro
o lo minimizamos pensando que se trata de un lenguaje anticuado y figurado:
Vivid con sobriedad y vigilad. El diablo, vuestro enemigo, ronda como león
rugiente buscando a quien devorar (1 Pe 5, 8).
2. En muchas épocas de la historia de la
Iglesia, los hagiógrafos han dudado mencionar las faltas de los santos. Los
evangelistas no tuvieron tales escrúpulos. Hablan con enorme franqueza sobre la
infidelidad de Pedro. Pero una sutil pedagogía de la esperanza subyace en el
fondo de la narración de esta historia. El relato de las negaciones de Pedro no
tiene, en última instancia, un carácter negativo. Los escritores del Nuevo
Testamento, en cambio, indican su renovada y positiva función en la vida de la
Iglesia tras la resurrección (Lc 24, 34; Hch 1, 15; 1, 22; 2, 14; 3, 1; 4, 8;
5, 29; 8, 32-ss; 10, 9-ss; 1 Cor 15, 5). La historia de Pedro pretende animar a
los cristianos que ya sufrían persecución cuando fueron escritos los
evangelios. Su muerte de mártir, alrededor del año 64 d. C., permanece como
claro testimonio de que, habiendo fallado en un primer momento, al final cargó
valientemente con su cruz y siguió a Jesús. Ciertamente, en momentos difíciles,
muchos primitivos cristianos, como Pedro, experimentaron su propia debilidad y
fallaron, lo mismo que nosotros. Pero los evangelistas les aseguraban que hay
esperanza: el cambio, el crecimiento y la conversión son siempre posibles.
¿Pueden coexistir en la misma persona grandes debilidades y graves fallos junto
con un amor arrepentido? La historia de Pedro nos dice que sí.
3. Los evangelistas, cuando nos hablan de
Pedro, también nos están dando una buena dosis de sobrio realismo cristiano con
respecto a quienes ejercen autoridad en la Iglesia. La historia nos ofrece
innumerables ejemplos de autoridades que, como Pedro, han sido infieles. Por
eso, al leer la viva narración de las negaciones de Pedro en los relatos de la
pasión, es muy importante que quienes ejercemos la autoridad reconozcamos con
humildad nuestro propio pecado. ¿Se sorprenden ustedes cuando detectan fallos evidentes
en quienes el Señor ha llamado al servicio de la autoridad? El realismo
cristiano nos enseña que esto siempre ha sido así, no sólo con respecto a
Pedro, ni sólo con respecto a los otros apóstoles que huyeron, sino también con
respecto a papas, obispos, provinciales y superiores locales. Esto mismo
también es verdad de otras autoridades en la sociedad: padres, maestros, jueces
o médicos. La Iglesia está habitada por santos y pecadores. En realidad, en
cada uno de nosotros conviven el santo y el pecador. El pecado y la gracia
luchan profundamente en el corazón de cada cristiano, también en el de quienes
ejercen la autoridad. Los evangelios proclaman que, como en el caso de Pedro,
la gracia vencerá (¡incluso en nosotros personas en autoridad!) si, por
supuesto, estamos dispuestos a velar y orar.
Estos son mis pensamientos esta Cuaresma. En palabras de la segunda
carta atribuida a Pedro en el Nuevo Testamento, pido al Señor crucificado y
resucitado que nos fortalezca a todos nosotros durante estos días, para que
podamos mantener nuestros ojos fijos constantemente en él como en una lámpara
que alumbra en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero matutino se
alce en vuestros corazones (2 Pe 1, 19).
Su
hermano en San Vicente
Robert
P. Maloney, C.M.
Superior
General
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