Twenty-Fifth Sunday in Ordinary Time, Year B-2012

From VincentWiki
Whoever wishes to come after me must deny himself, take up his cross, and follow me (Mk. 8:34—NABRE)

We are not them. I am referring to the ruthless who, due to their covetousness and selfish ambition, seek the life of one living righteously. Blinded by their wickedness and in error, they know not God’s counsels, neither do they count on a recompense for holiness nor discern the innocents’ reward (Wis. 2:21-22). They consider absurd the notion of the resurrection. They lack the wisdom that “is first of all pure, then peaceable, gentle, compliant, full of mercy and good fruits, without inconstancy or insincerity.”

It is not with them that we identify, but rather with their victims, with our Lord Jesus Christ, before anybody else, and also with our Lady of Sorrows and with St. Joseph who fled to Egypt with his family. One with Jesus, we side with innumerable victims throughout human history, among whom are: righteous Abel; Dinah who was raped by Shechem; Joseph the dreamer; the Israelite slaves in Egypt, the slaves of all times and places, including those whom St. Peter Claver served; the prophets, killed, crucified, scourged, pursued; the men and women dragged out of their houses by Saul and then imprisoned, the martyrs of all nations, whether canonized or uncanonized, like Archbishop Romero, Fathers Grande, Ellacuría, Montes, Martín-Baró, A. López, J. López, Mrs. Julia Elba Ramos and daughter Celina, women missionaries Clarke, Donovan, Ford, Kazel, and Father Luis Espinal; St. Joan of Arc and others who were tortured by agents of the Inquisition; St. Theodore Guerin and St. Mary MacKillop, both excommunicated at one time; those denounced, like Cardinals De Lubac and Congar, to the guardians of orthodoxy; those who were sacrificed during the Holocaust perpetrated by the Nazis; the Spanish Vincentian missionaries killed by the Japanese in the Philippines; the displaced Palestinians; the dead and the wounded of 9/11, 3/11 and the most recent acts of terrorism.

We sympathize, yes, with Jesus and the least of his brothers and sisters. They are in our thoughts and hearts especially at the Eucharist. Not even for a moment can we turn our backs on them without us running the risk of sinking into our destructive ambitions and divisive discussions about who is the greatest. And indeed, it is not easy for us who are frightened to understand the instruction about the paschal mystery even if it is so intensive that it avoids the distractions that may result from people coming and going. Hence, it is even more required of us to be always at Jesus’ side and have in our midst the poor whom he embraces, so that little by little we get to be like him, the last of all and the servant of all, becoming thus the Church that imitates the one who emptied himself, took the form of a servant and was made like us.

The instruction about discipleship, though long and hard like the road to Calvary, leads to the resurrection. Those who have fellowship with Jesus and the least of his brothers and sisters will truly and gloriously be of one heart and mind with them. In this regard, St. Vincent de Paul taught what his ministry gave proof of: “There is no better way to assure our eternal happiness than to live and die in the service of the poor within the arms of providence and in a real renunciation of ourselves by following Jesus Christ” [1].

NOTE:

[1] P. Coste III, 392.


VERSIÓN ESPAÑOLA

25° Domingo de Tiempo Ordinario, Año B-2012

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mc 8, 34)

Nosotros no somos como ellos. Me refiero a los hombres violentos que, por su codicia y ambición egoísta, persiguen a muerte al que vive rectamente. Ciegos por su impiedad y equivocados, ni entienden los planes de Dios, ni esperan que una vida santa tenga recompensa, ni creen que los inocentes recibirán su premio (Sab 2, 21-22). Toman por absurda la noción de la resurrección. Les falta la sabiduría, la que «ante todo es pura y, además, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera».

No con ellos nos identificamos, sino con sus víctimas, con nuestro Señor Jesucristo, antes que nadie, también con nuestra Señora de los Dolores y con san José que huyó a Egipto con la familia. Unidos a Jesús, nos ponemos al lado de innumerables víctimas a lo largo de la historia humana, entre los cuales se pueden mencionar: el justo Abel; Dina la que fue violada por Siquén; José el soñador; los esclavos israelitas en Egipto, los esclavos de todo tiempo y lugar, incluidos aquellos a quienes sirvió san Pedro Claver; los profetas, matados, crucificados, azotados, perseguidos; los hombres y las mujeres arrastrados de sus casas por Saulo y luego encarcelados, los mártires de todas las naciones, sea canonizados, sea no canonizados, como Monseñor Romero, los Padres Grande, Ellacuría, Montes, Martín-Baró, A. López, J. López, doña Julia Elba Ramos y su hija Celina, las misioneras Clarke, Donovan, Ford, Kazel, y el Padre Luis Espinal; santa Juana de Arco y otras personas torturadas por agentes de la Inquisición; santa Teodora Guerin y santa María MacKillop, ambas excomulgadas por un tiempo; los sacrificados en el Holocausto perpetrado por los nazis; los misioneros paúles españoles matados por los japoneses en Filipinas; los denunciados, como los cardenales De Lubac y Congar, a los guardianes de la ortodoxia; los desplazados palestinos; los muertos y los heridos del 11 de septiembre, del 11 de marzo y de los más recientes actos de terrorismo.

Simpatizamos, sí, con Jesús y sus más pequeños hermanos. Los guardamos en nuestros pensamientos y corazones especialmente durante la Eucaristía. Ni por un momento podemos volver la espalda a ellos sin que corramos el riesgo de sumirnos en nuestras ambiciones destructoras y discusiones divisivas sobre quién es el más grande. Y de verdad, a los amedentrados no nos es fácil entender la instrucción sobre el misterio pascual pese a que es tan intensiva que evita las distracciones que resulten de gente yendo y viniendo. Así pues, aún más se nos requiere estar siempre al lado de Jesús y tener en medio de nosotros a los pobres abrazados por él, para que poco a poco consigamos ser como él, el último de todos y el servidor de todos, convertiéndonos así en la Iglesia que imita al que se anonadó, tomó la condición de esclavo y pasó como uno de tantos.

La instrucción sobre el discipulado, aunque larga y dura como el camino hacia el Calvario, conduce a la resurrección. Quienes convivan con Jesús y sus más humildes hermanos se compenetrarán verdadera y gloriosamente con ellos. Enseñó al respecto san Vicente de Paúl lo que su ministerio comprobó: «No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesucristo» (III, 359).