Thirteenth Sunday in Ordinary Time, Year C-2016

From VincentWiki
Disciples to the bitter end

Jesus is the good Teacher. He invites us to be his disciples.

Jesus is resolutely determined to journey to Jerusalem with his disciples. There, he will suffer greatly and die on the cross. The specter of a violent death does not make him turn back.

Much less does the lack of hospitality on the part of the Samaritans stop Jesus. He does not overreact. He is unlike James and John. Both suggest the destruction of the Samaritans. He corrects the two, as every good teacher would do.

The Teacher exemplifies the way to cope with rejection. He teaches at the same time that those who wish to come after him will have to be peacemakers, true children of the common Father of all. Genuine disciples rise above petty ethnic, cultural or religious considerations.

Jesus makes clear, too, that to follow him means not to mistake true security for the comfort that earthly goods afford. Disciples cannot be as foolish as that greedy rich man who says to himself, “Rest, eat, drink and be merry!”

God made human beings for something much bigger than just physical comfort. He made us for himself. Authentic disciples know this and confess that human hearts are restless and insecure until they rest in God and enjoy his peace and justice.

All discipleship depends, of course, on Jesus. From him comes the invitation, “Follow me.” They do not choose him, but rather he chooses them so that they may bear fruit. Without the Teacher, the disciples can do nothing. The humble acknowledgment that God “alone is the author of every good thing” (SV.EN VII:305) is key to discerning true disciples from impostors.

The good thing is that Jesus invites all, as the Parable of the Workers in the Vineyard teaches. He does not settle for the petty calculations of “people who imagine a God devoted to carefully noting the sins and merits of human beings, to someday give back to each one exactly according to what he deserves (José Antonio Pagola). The hours worked, many or few, do not matter to Jesus. Everything is due to his generosity, and not to our works.

Disciples mistrust their own works. They put their complete trust in Jesus’ generosity. The same generosity impels them to follow him to the end. So, they leave everything in order to live with him in freedom. They recognize the absolute claim he has on them. They work with him with resolve in bringing the Good News to the poor, in furthering the kingdom of God and his righteousness, in revealing the authentic face of God, whose “distinctive feature is mercy” (SV.EN XI:328).

Lord Jesus, feed us with your word and bread, or else the journey will be long for us.


June 26, 2016

13th Sunday in O.T.

1 Kgs 19, 16b. 19-21; Gal 5, 1. 13-18; Lk 9, 51-62


VERSIÓN ESPAÑOLA

Discípulos hasta el fin amargo

Jesús es el Maestro bueno. Nos invita a ser sus discípulos.

Toma Jesús la decisión de ir con sus discípulos a Jerusalén. Allí padecerá mucho y morirá en la cruz. No retrocede él ante el espectro de una muerte violenta.

Ni mucho menos lo detiene la inhospitalidad de los samaritanos. A diferencia de Santiago y Juan, Jesús no reacciona de manera exagerada. Los hermanos sugieren la destrucción de los samaritanos. Corrige a los dos, haciendo lo que todo maestro bueno.

El Maestro ejemplifica la manera de afrontar el rechazo. Enseña al mismo tiempo que quienes quieran seguirle tendrán que trabajar por la paz como hijos e hijas del Padre común de todos. Los auténticos discípulos superan las consideraciones étnicas, culturales o religiosas mezquinas.

También deja claro Jesús que seguirle quiere decir no confundir la verdadera seguridad con la comodidad que proporcionan los bienes terrenos. Los discípulos no pueden ser tan necios como aquel rico codicioso que se dice: «Túmbate, come, bebe y date buena vida».

Para algo mucho más grande que la comodidad física los hizo Dios a los hombres. Los hizo para sí mismo. Los auténticos discípulos saben esto y confiesan que el corazón humano está inquieto e inseguro hasta que repose en Dios y goce de su paz y justicia.

Claro, todo discipulado depende de Jesús. De él viene la invitación: «Sígueme». Él es quien los elige, no ellos a él, para que den fruto. Sin el Maestro, los discípulos no pueden hacer nada. Por su reconocimiento humilde de que «Dios es el único autor de todo lo bueno» (SV.ESVII:250) se disciernen, sí, los verdaderos discípulos de los falsos.

Lo bueno es que Jesús invita a todos, como lo enseña la Parábola de los obreros de la viña. Él no se conforma con los cálculos mezquinos de aquellos que «se imaginan a Dios dedicado a anotar cuidadosamente los pecados y los méritos de los humanos, para retribuir un día exactamente a cada uno según su merecido» (José Antonio Pagola). No le importan a Jesús las horas trabajadas, muchas o pocas. Todo se debe a su generosidad, y no a nuestras obras.

Los discípulos desconfían de sus propias obras. Confían totalmente en la generosidad de Jesús. La misma generosidad les apremia a seguirle hasta el fin. Por eso, lo dejan todo para vivir con él en libertad. Reconocen que él tiene el derecho de reclamar lealtad absoluta. Colaboran resueltamente con él en la evangelización de los pobres, la promoción del reino de Dios y su justicia, la revelación del genuino rostro de Dios, lo propio del cual es la misericordia (SV.ES XI:253).

Señor Jesús, alimentános con tu palabra y tu pan, que el camino es superior a nuestras fuerzas.


26 de junio de 2016

13º Domingo de T.O. (C)

1 Re 19, 16b. 19-21; Gal 5, 1. 13-18; Lc 9, 51-62