Ver al Señor Jesús es ver al Padre

por | Jun 22, 2017 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Solo Jesús nos hace ver al Padre plenamente.

Podemos ver plenamente al Padre, incluso acá abajo, por el Hijo unigénito.  Y éste está en el seno del Padre allá arriba.

A Dios, ciertamente, ninguna creatura humana lo ha logrado ver jamás.  Quien lo da a conocer es el Unigénito.

Es que el Unigénito se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros en la persona de Jesús.  Él es el mismo que está en el seno del Padre en el principio.  En el presente, está en el Padre y el Padre en él.

Así, pues, ver a Jesús, el mismo ayer y hoy y por los siglos, es ver al Padre.  Mirar a Jesús débil e indefenso es mirar a Dios que es nuestra fuerza y nuestro baluarte.  Auxiliándonos Jesús, nos auxilia el Señor Dios del Universo.  Estando de nuestra parte «Dios-con-nosotros», no tememos; pues, ¿qué podrán hacernos los hombres?

Jesús nos exhorta, por eso, a no temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.  No podrán con el que con quien está el Señor.  Porque resucitó Jesús, los burladores de Gólgota no por complete se complacieron maliciosamente de la desgracia y la vergüenza del Crucificado.  En vano se regodean los amigos falsos que dicen:  «A ver si se deja seducir».

En otras palabras, es mejor refugiarnos en el Señor que fiarnos de los hombres.  Y es mejor encomendar nuestra causa a Jesús y su pobreza, debilidad, locura, que confiar en los magnates y su riqueza, fuerza, sabiduría.

¿De qué nos sirve ganar el mundo entero si nada nos quedará sino ver arruinada nuestra vida?

De toda codicia procuramos guardarnos.  Ella embota el sentir del rico insensato y le cierra las entrañas.  Se enamora él de sí mismo.  A diferencia de Adán que se maravilla al ver a Eva, el rico se toma por ayuda adecuada.  Él es, pues, menos humano.

Y queda sin nombre, sin realizarse, el hombre rico.  En cambio, el pobre se llama Lázaro, «el ayudado por Dios».  Es que Dios libra la vida del afligido que lo invoca de manos de los impíos.  La vida eterna además es el desenlace de cuantos hacen de su desconfianza en las fuerzas humanas el fundamento de la confianza que se debe poner en Dios (cfr. SV.ES III:124).

No podemos reconocer ni a Jesús ni al Padre sin reconocer a los crucificados con Cristo en las periferias.  Sin ponernos de su parte ante los hombres, nos queda cerrado el cielo.  Y la indiferencia indica que uno no es partícipe aún de la gracia que corresponde solo a Jesucristo.

Señor, concédenos ver la Eucaristía como fuente y cumbre de toda procesión de cuantos van a gentes necesitadas y vienen de ellas (cfr. SV.ES IX:232).

25 Junio 2017
12º Domingo del T.O. (A)
Jer 20, 10-13; Rom 5, 12-15; Mt 10, 26-33

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