Sal de la tierra sois y luz del mundo

por | Feb 1, 2017 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús es el primero en ser la sal de la tierra y la luz del mundo.  Él destina a los discípulos para ser la sal de la tierra y la luz del mundo también.

En primer lugar, la sal purifica y conserva alimentos.  También los sazona o les da sabor.  Por tanto, decir que Jesús es sal es decir que él purifica y preserva la vida humana de la corrupción.  Él la hace deleitable además, para que la vida no nos resulte como a Job.   Éste lamentaba:  «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero».

En segundo lugar, la luz alumbra, ayudándonos a ver y hacer cosas durante la noche.  Y nos orienta cuando nos hallamos en la oscuridad.  Huelga decir que esto es lo que significa Jesús para los hombres.

Y lo que es Jesús para los hombres es lo que él espera que seamos también los discípulos.  Nos deja claro ciertamente que, no sea que cumplamos con nuestra misión, no serviremos absolutamente para nada.

Sí, Jesús nos confía una misión:  «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».  No quiere que nos encerremos de ninguna forma (EG).  Nos manda salir de nuestra seguridad y comodidad.

Y exhala su aliento sobre nosotros precisamente para capacitarnos para la misión.  El Espíritu Santo nos transforma a los aferrados a nuestras clausuras, estructuras, normas y costumbres  en una «Iglesia en salida».

De verdad, se nos exige a que salgamos «a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (EG 49).  Hemos de atrevernos «a llegar a todas la periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 20).  Dejaremos al Espíritu impulsarnos a salir hacia otros pueblos.  Buscaremos a los lejanos, llegando «a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos » (EG 24).  Nos abriremos también a los más arriesgados y a los refugiados.

Y no se nos permite desfallecer; de lo contrario seremos como la sal vuelta sosa o una vela encendida, pero debajo del celemín.

Pero los verdaderos cristianos no pueden sino mantenerse llenos de illusiones.  Es que reconocen que sus obras no se apoyan en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.  Realmente celosos, no dan ningún lugar ni a la pereza ni al celo indiscreto (RCCM XII:11).  Por eso, aun cuando les parezca que todo está perdido, no pierden la esperanza.  Saben que Dios hará brillar en las tinieblas la luz de los misericordiosos y justos.  Les da certeza al respecto el que, entregando su cuerpo y derramando su sangre, atrae a todos hacia sí.

Señor Jesús, nos quieres sal de la tierra y luz del mundo:  haz que, como tú, sazonemos e iluminemos.

5 Febrero 2017
5º Domingo de T.O. (A)
Is 58, 7-10; 1 Cor 2, 1-5; Mt 5, 13-16

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