María trajo vida a mi vida • Historias de la Virgen Milagrosa

por | Nov 17, 2016 | Asociación de la Medalla Milagrosa, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Dentro de pocos días la Familia Vicenciana saludará con especial cariño a la Virgen en su advocación de «Milagrosa». Sin duda, hasta entonces se publicarán muchas reflexiones sobre la advocación, su historia, su actualidad, etc.

La semana pasada os invitábamos a hacer algo distinto: contar historias, tu historia o la de los tuyos, con la Virgen Milagrosa. No reflexiones, sino vivencias. Estamos seguros de que hay muchos gestos de amor y confianza en la Virgen dentro de nuestra Familia Vicenciana. Y compartirlas es otra manera de hacer familia.

Y Patty García respondió rápidamente. He aquí su relato. ¡Esperamos el tuyo!; después de su historia tenéis un formulario donde podéis escribir la vuestra, que será publicada a lo largo de los días que preceden a la fiesta de nuestra madre, el 27 de noviembre. Podéis hacerlo en Español, Inglés, Francés, Portugués, Italiano… no importa el idioma, intentaremos traducirlo a los idiomas que usamos en famvin.

¡Anímate! Seguro que muchos desean conocer «tu» historia para aprender a amar más y a seguir mejor el ejemplo de mamá María.

Soy Patty García H y soy Hija de María desde siempre, pero llevo poco tiempo formando parte de la Familia Vicentina en México en Juventudes Marianas Vicentinas, Hijos e Hijas de María.

María siempre ha estado en mi vida, aunque yo no creía en Dios y aunque no era totalmente consciente de esa dulce presencia, pero algo me hacía sentir que ella estaba. Un 26 de diciembre de 2006 (ya estaba casada y tenía dos niñas, una de 5 y otra de 3 años) recibí una llamada de una conocida, ofreciéndome recibir a la Virgen en mi casa, a lo cual dije que sí. A los pocos minutos ya estaba en mi casa; no sólo entró en las cuatro paredes, ella ingresó a la casa de mi alma, a mi vida, a mis proyectos y no entró sólo la imagen, sino la presencia viva de esta Tierna Señora y Madre mía. Había una paz en mi alma que empezó en el momento en que la recibí y que en los tres días que duró su visita se hizo más grande. Había una sensación «rara» de bienestar, algo no humano, no de este mundo, que cualquiera que entraba a mi casa sentía y yo no quería que esa sensación se terminara nunca. Yo no quería separarme de la imagen: Preparaba la comida a su lado, no salía de compras, no salía a nada mientras ella estuvo de huésped de esta familia. Cabe mencionar que cuando llegó María, yo vivía muy triste y con depresión a pesar de haber tenido muchos logros en mi vida, de tener un gran marido, unas hijas sanas y bellas, de tener a mis padres, a mis hermanos y amigos. Ella le trajo vida a mi vida. ¡Cómo no iba a ser así, si me mostró a su Hijo! Yo estaba totalmente enamorada y rendida ante Ella, solo la quería ver a Ella, pero ella, dulce y tiernamente, hizo que me encontrase con Jesús. Me enseñó a hablar con Él, a buscar su mirada y a dejarme mirar, a dejarme amar por Ellos dos, dejó en mi alma un deseo ardiente por conocer a Dios y por servirle.

De un momento a otro, muchos acontecimientos de mi vida empezaron a tener sentido mariano y de encuentro con Cristo, y empecé a reconocer su constante e ininterrumpida presencia en mi vida. Recordé a esa estatuilla que le llevó mi hermano Ricardo a mi mamá: era la de la Medalla Milagrosa. Cuando nos llegó no sabíamos quién era, no había internet y no sabíamos nada de ella, pero era la «Virgencita» y eso era más que suficiente para prepararle un lugar digno de Ella.

Me casé en la Parroquia de la Medalla Milagrosa en la Ciudad de México, sin vivir cerca de ella. Las mediaciones humanas que actuaron para que esto ocurriera fueron un par de Socias de la Medalla Milagrosa, la abuela de mi marido y una amiga. En ese momento recibí de los padres vicentinos la primera muestra de cariño de otras muchas. Y desde ahí nunca se ha interrumpido mi «relación consciente con Ella», no ha parado mi formación, mis apostolados, mis actividades Marianas, a donde quiera que voy llevo Medallitas de la Inmaculada. Hace una semana me encontré a unos amigos y les dije: «déjenme darle una Medallita a la bebé y a su hermanita —hijas de uno de ellos—. Creo que aquí traigo algunas». Y me dijeron: «tú puede que no lleves dinero, pero nunca te faltan las Medallitas»; y es verdad, yo no me había dado cuenta de eso, el día anterior no traía un peso en mi bolsa y no podía pagar el estacionamiento de mi coche, pero en mi monedero había Medallitas. Siempre doy Medallitas con una sonrisa franca y auténtica (así siempre me ha visto Ella a mí). Amo a María Milagrosa, no puedo estar sin Ella.

Termino diciendo, con el Salmo 116 (115): «¿Con qué pagaré al Señor, todo el bien que me hizo?»

 

Patty García

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