Luisa de Marillac: igualdad de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres

por | Oct 21, 2016 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

“Si la obra es considerada política, parece que deben emprenderla los hombres. Si es considerada obra de caridad, la pueden emprender las mujeres, como han emprendido otras grandes y penosas obras. Que sean ellas solas, parece que no es posible, ni se debe, y sería de desear que algunos hombres piadosos se les uniesen, como consejeros, diciendo su parecer como cualquiera de ellas, para actuar en los procesos y actos de la justicia. Es de desear que estos hombres no sean considerados como cuerpo de la Compañía. No hay razones ni inconveniente en que las Señoras emprendan obras, puesto que todas son personas de condición y están desde hace tiempo habituadas a la administración de grandes asuntos. Y, al ser una obra pública que podrá ver todo el mundo, aunque ellas la derogaran con el tiempo, habría medio de rehacerla o cambiar su dirección”.

Luisa de Marillac, nota tocante al proyecto de Gran Hospicio General (E 77)

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Reflexión:

  1. En el siglo XVII, las leyes marginaban a la mujer, al no darle ciudadanía política o derecho a ejercer el poder político, ciudadanía civil o derecho de propiedad, ni ciudadanía social o derecho de participación igualitaria en la vida pública. Desde que nacía, una niña dependía de un hombre, fuera padre, marido, hermano o tutor, formando parte de su «patrimonio». Vicente de Paúl fundó escuelas para niñas, comprometió a cientos de mujeres en favor de los pobres y las puso en primera fila. Entre ellas a las Hijas de la Caridad, mujeres de las clases bajas de la sociedad, haciendo protagonista a la mujer plebeya que fue igualándose, según pa­saban los años, a las personas de categoría, y prefiriéndolas a los hombres: “Puedo dar testimonio, en favor de las mujeres, que no hay nada que decir en contra de su administración, ya que son muy cuidadosas y fieles”, mientras que los hombres “desean hacerse cargo de todo y las mujeres no lo pueden soportar”. Y concluye de manera drástica: “hubo que quitar a los hombres” (SVP IV, 71). “Sepan, señoras, que Dios se ha servido de vuestro sexo para realizar las cosas más grandes que se han hecho jamás en el mundo. ¿Qué hombres han hecho lo que hicieron tantas mujeres en Israel y en la historia?” (SVP X, 945).
  2. La Sociedad de san Vicente de Paúl, en sus inicios, fue una organización exclusivamente masculina. Fundada por Federico Ozanam y sus amigos estudiantes, nació en la órbita de la universidad parisina del siglo XIX, en la que estudiaban, en aquellos momentos, exclusivamente hombres. Pero no pasó mucho tiempo hasta que aparecieron las primeras conferencias femeninas: «La primera Sociedad de San Vicente de Paúl femenina se fundó en Bolonia (Italia), el 10 de enero de 1856 (tres años después de la muerte de Ozanam), por Celestina Scarabelli: en 1855, en la ciudad de Bolonia, hubo una grave epidemia de cólera y los consocios de la Sociedad hacían todo lo posible para ayudar a las familias afectadas por la enfermedad y a los hospitalizados. Sin embargo, en esa época, debido a una regla de la Sociedad (el artículo 2 del Reglamento) los hombres no podían visitar a mujeres solteras, especialmente si eran jóvenes. Se ayudaba a través de los familiares y amigos de las mujeres. El presidente de entonces, Antonio Costa, comentó el problema con Celestina Scarabelli, una interesantísima mujer de la época, con una vasta cultura literaria y científica, ejemplo de caridad y virtud en su tiempo, según cuentan las crónicas. Ella se ofreció para garantizar la asistencia a las mujeres enfermas. El compromiso de estas mujeres fue muy apreciado y Antonio no quiso frustrar su experiencia, ofreciéndoles crear una conferencia de mujeres, siguiendo el ejemplo de las de los hombres».
  3. Aunque estamos viviendo una lucha por la igualdad, todavía no la hemos alcanzado ni en la sociedad ni en la situación laboral ni en la Iglesia. Es una empresa que nos concierne a todos. No se puede poner ningún reparo a que la mujer, por sus cualidades, ocupe un lugar preeminente en la Iglesia y en la sociedad, a pesar de los «chascarrillos» que puedan correr.
  4. Tampoco en las familias se ha logrado la igualdad. Las familias parecen estar asentadas sobre el marido y los hijos varones.

Cuestiones para el diálogo:

  1. ¿Se puede lograr la igualdad entre hombres y mujeres en la vida social? ¿Cómo lograrla?
  2. ¿Y puede lograrse en la vida laboral? ¿De qué manera?
  3. ¿Y en la Iglesia católica? No solo una igualdad en las labores de evangelización, sino también en organización y en la constitución de la jerarquía…

Benito Martínez, C.M.

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