Testigos de Jesús en el mundo entero

por | May 4, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

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Testigos suyos designa Jesús a sus seguidores.  ¿Lo somos realmente y de manera creíble?

Dice Jesús a los testigos de su pasión, muerte y resurrección:

Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.

Aclara Jesús que les toca a los testigos de su misterio pascual predicar en su nombre, y con la fuerza del Espíritu Santo, la conversión y el perdón a todos los pueblos.

Lo mismo nos toca a los que seguimos hoy en día a Jesús.  No importa que no seamos testigos oculares.  Lo decisivo es creer:  «Dichosos los que crean sin haber visto».  Es de notar que aun sin presenciar ni Pablo ni Esteban la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, a ambos se les llama aún testigos.  Uno es testigo no tanto por ver los hechos cuanto por captar el significado salvífico de los hechos, inteligible mediante la fe personal en Jesús, no mediante las evidencias (véase J.L. McKenzie, Dictionary of the Bible).

Los testigos que creen personalmente en Jesús no se preocupan por «conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido»; les basta con saber que es el Padre quien está encargado de todo.  Como san Vicente de Paúl, reconocen que «la gracia tiene sus ocasiones» (SV.ES II:381).

No pierden el tiempo mirando al cielo, soñando despiertos con ocupar los primeros asientos allí.  Como no señalan a sí mismos, sino a Jesús, no buscan ser superiores a los demás.  Les basta con estar con Jesús; no les importan ni los puestos altos ni las vestiduras lujosas que los diferencien de la gente común.  Ni menos son como aquellos tesalonicenses ociosos que iban metiéndose en asuntos ajenos.

Los auténticos testigos miran, sí, hacia arriba, donde está Cristo, «por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación».  Esto lo hacen, sin embargo, porque buscan contribuir a que el reino celestial venga  y se goce en la tierra un poco, a lo menos, de lo que se goza en el cielo.

Procuran, por eso, no darle motivo a nadie para blasfemar el nombre de Dios.  Tratan de asegurar que a nadie le falte su pan de cada día, que los demás experimenten el perdón divino, aprendan a perdonarse unos a otros y apoyarse en tiempos de tentación.  Ayudan a que toda persona se libre de la deshumanización de toda forma.  Haciendo todo esto, son testigos creíbles del que «pasó haciendo el bien».

Y si se convierten en mártires, su autenticidad y credibilidad serán como las del Testigo fiel.

Señor Jesús, tú que entregaste tu cuerpo y derramaste tu sangre por nosotros, haz que seamos tus verdaderos testigos.

8 de mayo de 2016
La Ascensión del Señor (C)
Hech 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Lc 24, 46-53

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