Reflexiones Vicentinas al Evangelio: 28º Domingo Ordinario (11 de Octubre)

por | Oct 9, 2015 | Reflexiones | 0 comentarios

Luca Signorelli y Bartolomeo della Gatta, Testamento y muerte de Moises, 1481

Luca Signorelli y Bartolomeo della Gatta, Testamento y muerte de Moises, 1481

Sabiduría, 7,7-11; Salmo 89; Hebreos 4,12-13; Marcos 10,17- 30

«Para tender a la perfección, hay que revestirse del Espíritu de Jesucristo» (SVdeP)

Las lecturas de hoy nos hablan del valor de la Palabra. La Palabra comunicada por Dios como fuente de sabiduría y la Palabra que es capaz de remover las fibras más íntimas de la persona humana. La primera Lectura nos presenta una reflexión sobre el alcance de la sabiduría frente a otras ofertas de la cultura social. En esa época, como ahora, muchas personas intentaban alcanzar la seguridad existencial por medio del control de poder, o por la consolidación de su prestigio, o por la consecución de una fortuna; sin embargo, la Biblia invita a cultivar la sabiduría como fuente de felicidad y de encuentro con Dios.

El escrito a los Hebreos, da un paso más al recordarnos que la Sagrada Escritura escuchada en ambiente de oración, se convierte en una espada capaz de alcanzar nuestra intimidad y revelarnos los secretos de nuestro corazón que, con frecuencia, permanecen ocultos incluso a nuestras propias reflexiones.

El valor de la palabra se radicaliza aún más en el Evangelio, ya que este relato se propone como modelo o paradigma del seguimiento de Jesús. Por eso, al final del relato, aparece la invitación de Jesús a cambiar los valores funcionales de la cultura social imperante, por los fundamentales que propone la contracultura del Reino. Pues, en definitiva, se trata de creerle más a Dios que al dinero. El episodio comienza con una discusión en torno a la vida eterna y al potencial que tiene la Ley para alcanzarla. Aunque Jesús señala que la observancia de los mandamientos relacionados con el respeto al prójimo es un camino auténtico, legítimo y seguro para alcanzar ese propósito, sin embargo, la insatisfacción manifestada por el interlocutor abre la puerta para un camino alternativo que es el seguimiento de Jesús en comunión de vida con Él.

La respuesta de Jesús, por supuesto, excede las expectativas de esta persona que, con toda seguridad, esperaba indicaciones para alcanzar la perfección de vida por medio de la ejecución de preceptos rituales u ofrendas al Templo.

La segunda parte del texto se refiere a las personas que siguen a Jesús y que han abandonado sus antiguas seguridades para seguirlo en comunión de vida. En general se trata de personas pobres y de poca preparación intelectual que, sin embargo, abrazan la pobreza como un medio de vivir la libertad frente a los valores dominantes del poder, del prestigio y de la riqueza.

Vale entonces, reflexionar que los pobres constituyen el camino más seguro para ir al cielo; el padre lleno de hijos y sin trabajo; la ancianita o ancianito, sin nadie que vea por ella; el trabajador que se le regatea hasta el salario mínimo; la joven que va a tener un hijo y que no tiene dónde tenerlo y con qué vestirlo; aquella familia que está a punto de lanzar a la calle, porque no tiene desde hace meses para el pago de la renta; aquel migrante que no puede ni alquilar un cuarto, porque nadie se presta para ser su fiador; la mujer a la que no le queda otra salida que vender algo de puerta en puerta; en fin, esos pobres que cada uno de nosotros conocemos y que está a nuestro alrededor; todos ellos son un camino para ir al cielo. Lo dice Cristo: “Da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo”.

El Evangelio  nos desafía con una reflexión sobre el Decálogo que va más allá del simple cumplimiento de preceptos particulares. La pregunta de Jesús por los mandamientos no hace énfasis en la primera sección dedicada a la relación con Dios, sino que pregunta por la segunda, los otros siete mandamientos, donde se pone en evidencia la relación con el prójimo. “No robar, no matar…”, no se refiere únicamente a las formas estandarizadas o socialmente reprobadas de causar daño a los bienes, persona o buena fe del prójimo, sino que indaga en forma profunda por todas las conductas, incluso las socialmente aceptadas, que conducen al maltrato, al engaño y a la violencia.

“Los que en realidad siguen las máximas de Cristo, deben tener en cuenta su gran sencillez » (SVdeP)

Tomado de http://www.ssvp.es/

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